Caminaba ese día de vuelta de haber ido a Providencia en Metro, por el tercer subterraneo de los estacionamientos del terminal Escuela Militar y veo a esa niña, joven, de unos 18 años, abrazada a su auto como en un verdadero idilio romántico, en un abrazo prolongado y sentido.
Me acerco y al sentir mis pasos se separa, se da vuelta y me mira, y veo sus ojos levemente húmedos. Resulta ser mi sobrina, la Pili, hija de Eduardo mi hermano, un tipo noble, que ama a sus hijos y exigente.
Que te pasa, le pregunto, y me cuenta la siguiente historia:
"Venía de la universidad, y yo soy muy bolada, siempre lo he sido; me bajo del Metro y al ir a buscar el auto al estacionamiento que el Tata nos presta, tomo una ruta que me lleva a la otra ala de estacionamientos, que es idéntica pero del otro lado. Llego al sitio donde debiera estar mi auto y, el lugar está vacio. Al lado hay otro auto que confundo con el del Tata, por lo que figuro estupefacta, convencida que me han robado el auto.
Me siento en el suelo, me tomo la cabeza con las manos apoyada en las rodillas, lloro, sufro pensando que es el auto que el papá nos ha comprado a los hermanos para que nos movilicemos, que diré, porqué esto me pasa a mi, y así permanezco practicamente una hora, desconsolada.
En un cierto instante, un pensamiento fugaz pasa por mi mente; ¿no había otro sector del tro lado, de estacionamientos identicos? me paro y me pongo a caminar. Efectivamente había ese otro sector y al llegar al auto, siento una emoción tan profunda de alegría y de amor por ese vehículo, ver que él ahi estaba, ahi había estado todo ese tiempo mientras yo lloraba dándolo por perdido, que me vino una cosa, que lo abracé emocionada y descansaba en esa posición cuando llegaste".
Recordé cuando hace ya muchos años, en mi viaje de luna de miel, volví de Bariloche a Puerto Varas en el sur de Chile, y encontré mi auto estacionado donde lo habiamos dejado para irnos en bus a argentina, y sentí esa emoción de afecto, de cariño por ese auto que fiel y estoicamente, nos había esperado pacientemente en ese lugar; y al encendedor el motor volvió a estar generosamente a nuestra disposición y en nuestra compañía.
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