Me llamó la atención, en el libro de Juan Vera, Articuladores de lo posible, que a su oficio de Coach, más lo llama “de acompañante”, alguien que acompaña a un otro.
Conversaba con Isaquino Benadof y él veía nuestro oficio de Coaches, como quienes soplamos brasas, para que broten llamitas, para que se prenda el fuego.
Y recuerdo a Denis Gallet, que más nos veía, se veía, como el sherpa que acompaña al escalador a la cima de la alta montaña.
Los coaches partimos creando, con nuestro “cliente” o coachee, un espacio de confianza, un espacio sagrado de fuerte intimidad. Punto de partida fundamental.
Luego, escuchamos, escuchamos y escuchamos; acerca de la historia, los relatos, los dolores y proyecciones del coachee. Sus sueños y atascamientos.
Y nuestra estrategia fundamental, es hacer preguntas. Abiertos a dejarnos sorprender, por las respuestas, muchas veces inesperadas. Y abiertos a ver, el efecto que ese proceso va ejerciendo en la transformación de esa persona con la que vamos en este trayecto. A veces lo único que cambia es el tipo de observador que es.
Si, acompañamos; si, soplamos en la dirección de nuestras preguntas, esperando se enciendan luces, se prendan fuegos.
A eso nos dedicamos.
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