Leer un libro como este es sumirse en la mente y las sensibilidades de sus personajes. Personajes que habitan en Londres, después de la primera guerra mundial. Personajes de la elite social y política.
El estilo de Virginia Woolf me recuerda a James Joyce y su libro Ulises, que en su momento fui incapaz de terminar. Es como meterse dentro de una persona y seguir sus divagaciones y sensaciones minuto a minuto. Van de un lado para otro y percibes todos los reflejos de sus sentidos y todos los movimientos de sus mentes, normalmente bastante dispersos. Te puede venir una sensación de mareo, pues no sabes si eso de lo que habla, está pasando ahora o son recuerdos que le brotan.
En una escena, Peter Walsh irrumpe en casa de la protagonista Clarissa Dalloway, casada con Mr Richard Dalloway, que tienen a la hija Elizabeth, una joven de unos 16 a 17 años. Irrumpe a media mañana, sorpresivamente y tienen un encuentro entre dos amigos, que alguna vez desearon casarse pero no anduvo. Con sus complicidades, sus gestos, hábitos, como el de Peter, que saca una cortapluma del bolsillo y juega con ella, algo que hará muchas veces, en muchas circunstancias a lo largo del libro.Mrs Dalloway prepara una fiesta en su casa y con sus muchos sirvientes, hacen los preparativos, deciden comidas, mueven y lustran objetos de alto valor, que ponen en sus lugares estratégicos. Deciden a quién invitar y a quién no. Y emiten juicios de las personas en abundancia. Juicios que denotan las formas de una época, cosas que ya no corren y algunas que aún, atenuadas quizás, persisten
Mr Dalloway es un político de alto vuelo, que aspira a más y estas reuniones, a las que asiste hasta el primer ministro de Inglaterra, tienen su razón de ser estratégica, para promover al marido.
En una Inglaterra de las colonias, siendo una de ellas la India, que es de donde viene de paso el visitante intempestivo y amigo, Peter Walsh.
Peter, casado, le confiesa a su amiga, en esta visita, que está enamorado en la India, de una mujer casada y viene a Londres a divorciarse de su mujer.
Leer este libro requiere una concentración fuerte, para disfrutar de esa inmersión profunda, en los cuerpos y almas de sus personajes, pues no siempre estás solo en la protagonista. Inmersión que uno no es consciente ni siquiera de su forma de andar por la vida. Es quizás una forma que me hace pensar en Tolle y el Mindfulness, que alientan el estar conectados y conscientes de la propia presencia presente.
Si, salgo de este libro, con un poco de más presencia consciente de mi mismo, qué nunca es mala cosa, al contrario.
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