Vamos al Pochoco que me comprometí a estar en la casa a la una, me dice Andrés, que viene con su hijo Gonzalo y un amigo; yo venía con mi hija Emilia, mi chochera.
Llegamos a un Pochoco lleno de gente, con tipos y grupos de tipos, que trotaban calle abajo, precalentando por supuesto. Carreras hasta Lomo de la Vaca.
Día despejado, aire traslúcido, mucha gente.
Gonzalo y amigo arrancaron adelante. Andrés y yo avanzamos en animada conversa, esperando a Emilia que venía a su ritmo.
Los corredores nos alcanzaron poco antes del mirador; agitado y con número en el pecho pasó nuestro amigo Jorge Cabrera; aproveché de pedirle mail ya que había perdido sus coordenadas; se detuvo brevemente con su habitual buena onda y siguió pechando en su carrera.
Esta animación puso a Andrés en estado de excitación así que poco mas rato se separó de mi y siguió entremezclado con los corredores. Yo seguí solo con mi hija, exquisita compañía.
En la cumbre nos volvimos a encontrar y compartimos unas mandarinas mientras contemplamos un enorme cóndor macho que nos sobrevoló largamente a distancia tal que sentíamos el ruido del aire a su paso. Maravilloso.
Tan rico estaba el cerro, tan a gusto estaba la Emilia, que no quería avanzar de vuelta. Nos fuimos muy lentos y llegamos abajo cerca de las dos. En la ruta nos detuvimos a un lado y vimos otro cóndor que mostró sus destrezas con las corrientes de aire ascendentes.
No faltaron las exquisistas empanadas de queso caliente donde la Rosalía antes de llegar a casa a nuestro almuerzo dominguero, suegra incluida.
Excelente subida primaveral.