Este libro de Roberto Merino, lo que hizo conmigo fue hacerme valorar la memoria de uno mismo, desmenuzarla en sus partes y apreciarla como actividad social entre los que fueron parte de esa historia.
La memoria es borrosa, de bordes esfumados, nítida en su centro cuando hay memoria y propensa a ponerle pedazos de ficción.
Pero es sabrosa, significativa, al menos para el dueño de esas memorias y puede ser muy entretenida en lo social.
Niños y jóvenes que caminan, observan, se experimentan, conectan con otros, hacen amigos, se distancian, se sienten a sí mismos e incluso pinchan.
Bastante fome al final de cuentas, salvo historias como la de la huasita que embosca al patroncito chico y lo impele a hacerle la maldá. Y se la hace con ternura, con rapidez y más que rápido le va a contar a sus primos. La cosa se sabe y el papá de la huasita le da la tunda de su vida, para que no siga por tan mal camino, propenso a criar huachos.
Lo que hice fue llamar a mi primo Nano Betteley y lo invité a hacer recuerdos, de esos que habíamos compartido.
Te acuerdas del tren eléctrico del Tata, que manejaba en el piso del garage de la casa de Pocuro. Era increíble, con locomotora y carros grandes, túneles, ambientación en el entorno, con vacas y chanchos, árboles y cuanta cosa. Siii, pero fueron tan pocas veces las qué nos invitó. Yo creo que lo armaba para ciertas fechas y luego lo desarmaba con mucho cuidado. No siempre lo armaba para esas fechas, probablemente, pues era un quilombo.
Te acuerdas del Tata cuando hacía esos fuegos artificiales en Concón, justo donde había ese pedazo de cerco que nos separaba de los jardines del Gran Hotel Concón ? Eran increíbles y para nosotros lo máximo.
Y te acuerdas del Tata que nos llevaba de paseo a las dunas de Ritoque. Qué bien lo pasábamos. Y te acuerdas de eso qué hacía siempre que íbamos para allá ? No me acordaba; me lo contó y ya se me olvidó. (lo llamé y era qué íbamos en dos autos, él adelante, se escondía en el camino y aparecía por detrás del que iba detrás)
Ese mismo día voy a ver a mi madre en el hogar donde vive y ahí también llega mi hermana Maruja. Y nos pusimos a recordar también.
Recordamos a la tía Denise, mayor que nosotros en ese tiempo, pero no tanto. Salíamos a caballo, unos cinco de la misma edad, 12-14 años, íbamos a ese potrero al final del camino que era un túnel de castaños y nos agarrábamos a guerra de avellanas. Y la tía Denise tiraba y recibía como uno más. Era una tía chora.
Recordamos los paseos a caballo, las distintas vueltas que hacíamos, que duraban horas. Mi madre comenta con cierta sorpresa, lo desprendida que era, pues teníamos, digamos 13 años y andábamos solos.
Este libro de Roberto Merino me abrió o más bien profundizó, el valor de hacer recuerdos, conscientes de sus limitaciones, alteraciones y sorprendernos de aspectos del recuerdo del otro, como que el Nano siempre se acordaba del tren eléctrico del Tata con un rico olor a té, pues lo guardaba en cajas de cartón de ese té que vendía la familia Betteley.
Maravillosos recuerdos de nuestra niñez en la “Hacienda Canada” nombrar el fundo así ..me transporta a la entrada con ese letrero y las carreras a caballo para llegar a “las casas”..otra forma curiosa de decir la casa.
ResponderBorrarUna conversación de recuerdos…mágica, pareciera un sueño lo que vivimos..y al recordarlo…. se revive. Una tarde muy entretenida mi querido hermano!!❤️❤️
Hermoso recordar y así vivir una y mil veces
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