sábado, octubre 25, 2025

La Caja de Marco Antonio Palma: el arte de resguardar el misterio

Hay regalos que no se abren.
No porque no se pueda, sino porque no se debe.
Hace un tiempo, mi amigo Marco Antonio Palma, artista y poeta del silencio, me regaló una caja: de madera noble, bien construida, dentro de la cual asoman los bordes de unas hojas que parecen acuarelas. Pero no se puede ver qué representan. No hay vidrio, no hay marco, no hay firma visible. Solo una caja cerrada.

Hace unos días me envió un texto donde cuenta cómo nació esa obra.
Y al leerlo, entendí que no me había regalado una pintura, sino una pregunta.


El árbol sin raíces

Todo comenzó —me dice— con un árbol que crece desde el agua del lago Villarrica. Un árbol desarraigado, que surge desde el fondo líquido como si se negara a morir.
Marco Antonio lo fotografió durante días: al amanecer, al atardecer, con sol o con niebla. Luego trató de pintarlo, pero algo no le calzaba. “Pintar un árbol como siempre, aunque saliera del agua, no me hacía sentido”, escribe.

Hasta que dio con una intuición poderosa:
el árbol debía ser un vacío, un espacio en blanco rodeado por el paisaje.
Así hizo más de treinta acuarelas donde el árbol no está, pero su ausencia lo define.
Una metáfora perfecta de nuestro tiempo: buscamos raíces y, sin embargo, flotamos.


La caja como gesto

Con el paso de los años, las acuarelas pidieron una casa.
Marco Antonio pensó en marcos, en paspartús, en vidrios protectores… pero nada lo convencía. Hasta que un día decidió hacer cajas.
Cajas que se pueden abrir o cerrar.
Cajas donde la pintura puede estar visible o guardada.
Y luego, en un gesto aún más radical, decidió cerrarlas herméticamente, sin posibilidad de abrirlas.

Ahí su arte se convirtió en pensamiento.
La caja cerrada es una resistencia a la sobreexposición, un acto de rebeldía frente a esta era en que todo debe mostrarse, en que la intimidad se volvió espectáculo.
Marco Antonio lo dice sin ambages:

“Parece que si no somos vistos, no existimos. Lo increíble es que hay una necesidad de ser vistos en la intimidad. Y lo que se muestra, siempre deja algo escondido.”

Su obra se sitúa justo ahí: en ese límite entre lo visible y lo invisible, entre lo que se revela y lo que se protege. La caja es un templo doméstico, una suerte de arca, donde lo sagrado —lo personal, lo irrepetible— se resguarda del ruido del mundo.



El arte como refugio del alma

Hay algo profundamente espiritual en su reflexión.
Marco Antonio evoca el Templo de Salomón, el sagrario, los cofres antiguos donde las abuelas guardaban prendedores o cartas. En todas esas formas hay una misma pulsión: proteger el misterio.

Y se pregunta:

“¿Hay algo sagrado para nosotros hoy? ¿Necesitamos resguardar algo significativo? ¿Resguardarnos a nosotros mismos?”

No busca respuestas inmediatas. Sabe que el sentido, como dice, “cae cuando tiene que caer”.
Mientras tanto, sus cajas permanecen ahí, cerradas, esperando el momento de ser vistas o comprendidas.


Mi lectura personal

Cuando leo a Marco Antonio y miro la caja que me regaló, siento que me está entregando algo más que una obra: me está confiando un símbolo.
Esa caja es, también, mi propia caja interior.
Es el espacio donde guardo lo que no puedo decir con palabras, lo que quiero proteger del ruido y la velocidad.
Y me hace pensar que cada uno de nosotros debería tener una caja así: un refugio para lo sagrado, para lo que no queremos mostrar pero tampoco perder.

Tal vez el arte de Marco Antonio nos recuerda justamente eso:
que hay belleza en lo oculto, que el misterio no es un defecto, sino una fuente de sentido, y que no todo lo valioso necesita ser visto para existir.


Epílogo

Marco Antonio termina su carta contándome otra obra suya:
un gran tronco de eucalipto que cortó en siete pedazos, en cuyos interiores pintó junto a su esposa e hijos. Luego los volvió a ensamblar, dejando espacios entre las piezas. La llamó El Arca.

Ese gesto resume toda su poética: lo visible es apenas la piel de lo invisible.
Y el arte —como la vida— es ese intento siempre incompleto de resguardar lo que amamos antes de que se lo lleve el tiempo.


Gracias, Marco Antonio, por recordarnos que en un mundo que todo lo muestra, aún hay lugar para el silencio, para la contemplación y para lo sagrado.

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