domingo, diciembre 07, 2025

Libro El loco de Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas

Javier Cercas fue abordado en un evento literario en Europa por un enviado del Vaticano. La propuesta era, cuando menos, inusual: escribir un libro sobre un viaje que el papa Francisco —Jorge Bergoglio— realizaría a Mongolia.

Javier Cercas es un novelista español de prestigio internacional. Y es, además, ateo. Eso lo dejó claro desde el primer minuto. Por lo mismo, la sorpresa fue mayúscula cuando el Vaticano, sabiendo perfectamente quién era y cómo pensaba, insistió. Le dijeron algo aún más desconcertante: nunca antes el Vaticano había emprendido una iniciativa semejante. Era una idea directa del papa Francisco.

Cercas aceptó. Se preparó leyendo cuanto cayó en sus manos y voló desde Barcelona a Roma, pocos días antes del viaje a Ulán Bator, capital de Mongolia. Viajaría en el mismo avión que el papa.

Puso una sola condición: poder tener una breve conversación a solas con Francisco. Quería hacerle una pregunta muy concreta, un encargo de su madre. No le prometieron nada; solo le dijeron que harían lo posible.

La pregunta era simple y desarmante: si su madre se encontraría con su padre —ya fallecido— cuando ella muriera, en cuerpo y alma.

Ya en Roma, siempre acompañado por Lorenzo Fazzini —el mismo que lo había abordado en la Feria del Libro de Turín en mayo de 2023— comenzó de inmediato una serie de entrevistas con distintas figuras relevantes de la curia vaticana. Fazzini se las organizaba, lo llevaba y luego lo dejaba solo con cada interlocutor o interlocutora.

Javier Cercas
Cercas se hospedaba en un hotel cercano. Pasaba los días entre entrevistas, desayunos, almuerzos y cenas compartidas con Fazzini y otros miembros del entorno vaticano. Fue conociendo a ese mundo: sacerdotes en su mayoría, muchos de edad, con largas trayectorias dentro de la Iglesia. Indagaba en sus historias personales, en cómo veían la vida, la Iglesia, el Vaticano y al papa mismo, desde su propia experiencia.

El Vaticano —estado autónomo enclavado en el corazón de Roma— es una maquinaria burocrática poderosa, donde buena parte de las intenciones reformistas del papa Francisco se juegan el pellejo. Al mismo tiempo, es una gigantesca caja de resonancia: debe comunicar al mundo entero, en todos los idiomas, los mensajes del papa. Por eso, su población es una pequeña muestra de la diversidad del planeta.

Llega el día del viaje. Toda la comitiva papal —periodistas incluidos— aborda un solo avión. Ya en vuelo, el papa se desplaza hacia la parte trasera y saluda uno por uno a los pasajeros. Cuando llega donde Javier Cercas, este se presenta y le dice que desea conversar a solas con él por un encargo de su madre. El papa reacciona de inmediato, da instrucciones, y poco después Cercas es conducido a la parte delantera del avión, donde mantiene un encuentro privado con Jorge Bergoglio.

Los detalles de esa conversación quedan cuidadosamente guardados hasta el final del libro. Cada vez que alguien le preguntaba cómo le había ido o qué le había respondido el papa, Cercas contestaba lo mismo: “Eso lo sabrán cuando lean el libro”.

Y así es. El lector se entera recién en el último capítulo, cuando Javier, su mujer y su madre —con un Alzheimer ya muy avanzado— salen a almorzar juntos a un restaurante en Barcelona.

Durante ese encuentro, Cercas le pide al papa permiso para filmar la conversación. Logra hacerlo, malamente: en el video que luego muestra a su madre y a su esposa, el papa aparece, desaparece, queda a medias. Una filmación torpe y profundamente humana.

Luego está Mongolia. Ulán Bator y, sobre todo, los misioneros. Personajes extraordinarios, hombres y mujeres de todos los rincones del mundo: África, América Latina, Europa. Algunos tan intensos que Cercas confiesa sentir que alguno de ellos podría fundar una secta propia.

¿Te imaginas irte de misionero a Mongolia?

Lo más admirable es el humor de las mujeres. Ríen a carcajadas en cualquier contexto: esperando al papa en un recinto abarrotado o conversando tranquilamente en una sala de hotel. Una alegría contagiosa, resistente.

Cercas llega incluso a sugerir que quizá la solución para esta Iglesia alicaída sería que todos volvieran a ser misioneros.

Mientras terminaba el libro, salí a comer con mi amigo Andrés Reutter, que había estado de turismo en Mongolia no hacía mucho. Me contó de una travesía hacia las montañas al noreste de Ulán Bator, con los últimos días a caballo. Diez días de ruta. Chamanes, guías espirituales. Luego, improvisaron un viaje al desierto del Gobi. Una aventura total.

Debe haber sido que yo andaba mentalmente por Mongolia, leyendo a Cercas, porque ese relato de Andrés cobró para mí una intensidad especial.

Y ayer, almorzando con Andrea, mi mujer, en una parrillada argentina camino a Santo Domingo, me sorprendí atento a una conversación en la mesa de al lado: abuelos, un hijo, su mujer y varios nietos. Cuando pasé cerca, escuché que el hijo le contaba a su padre cómo era la gente en Mongolia.

¿Qué onda?

El loco de Dios en el fin del mundo es un libro fascinante. Para conocer al papa Francisco, la curia vaticana, ese mundo complejo… y, sobre todo, a los misioneros. En este caso, los de Mongolia.

Lo más conmovedor llega en el epílogo. Cercas cuenta que su madre ha muerto. Se lo cuenta a Fazzini en una conversación telefónica. Va manejando con su mujer al lado, entrando en una rotonda, cuando recibe una llamada de un número desconocido. Está a punto de no contestar, como haríamos casi todos. Su mujer lo insta a hacerlo.

¿Sabes quién era?

El papa Francisco. Para darle el pésame por la muerte de su madre.
Yo lloraba. Lloré aún más cuando le leí ese pasaje a Andrea.
Porque hay libros que se leen con la cabeza.
Y otros —como este— que se leen con todo el cuerpo.

jueves, diciembre 04, 2025

Friedrich Nietzsche según Rudolf Steiner

Rudolf Steiner hablando de Friedrich Nietzsche: difícil imaginar un encuentro más sugerente.
Se conocieron, sí, pero en circunstancias tristes. Nietzsche ya estaba fuera de combate, sumergido en esa semiconsciencia que marcó su última década. Steiner entró a su habitación llevado por Elisabeth Förster-Nietzsche, la hermana que lo administraba todo. Entró, lo vio… y no hubo diálogo posible. Fue apenas un cruce de destinos.

Steiner trabajaba entonces ordenando y catalogando la biblioteca de Nietzsche bajo la supervisión de Elisabeth. Aquella relación no terminó bien y él terminó por abandonar el proyecto. Pero de ese contacto —indirecto, doloroso, casi fantasmagórico— nació un libro singular: Friedrich Nietzsche, una lucha contra su tiempo.

Nietzsche no tuvo una vida amable.
Fue un hombre de sensibilidad extrema: al clima, a la luz, a la humedad, a la presencia de los otros. Dicen que podía “oler” a las personas desde lejos y que muchas veces ese simple contacto sensorial lo descolocaba. Su refugio fue el aislamiento: soledad, caminatas, cuadernos, aire de montaña.

Su brillantez era deslumbrante. Estudió Filología Clásica y, antes siquiera de doctorarse, fue recomendado por su maestro Friedrich Wilhelm Ritschl para ocupar una cátedra en la Universidad de Basilea. Tenía apenas 24 años. Un meteoro.

Como profesor no fue precisamente popular. Hablaba de los griegos como si hablara de viejos amigos íntimos, con una pasión que descolocaba a sus alumnos. No enseñaba: ardía.
Y esa intensidad lo acompañó siempre. Nietzsche fue un explorador sin miedo, un pensador que empujó la filosofía hasta territorios donde nadie había pisado. Cuestionó a los grandes de su época y a los gigantes del pasado.

Detestó a Sócrates, a quien veía como el culpable de haber quebrado la unidad presocrática entre lo apolíneo y lo dionisíaco: lo sereno con lo extático, lo noble con lo celebratorio.
Y amó la música de Richard Wagner porque —al menos al principio— vio en ella esa fusión primordial. Más tarde, cuando Wagner tomó otros caminos, Nietzsche rompió la amistad con una mezcla de decepción y fidelidad a sí mismo.

Arthur Schopenhauer fue otra influencia decisiva. Le fascinó esa visión de un mundo movido por una fuerza irracional, profunda, que Schopenhauer llamó Voluntad. Nietzsche tomó esa idea y la transformó en algo suyo: la voluntad de poder, ese impulso vital que anima a todo ser humano.

Desde ahí arremetió contra los moralistas del deber —especialmente Kant— y contra cualquier doctrina que, a sus ojos, debilitara la autonomía radical de la persona.
Y en Así habló Zaratustra dio forma a su figura más famosa: el superhombre, no un héroe fantástico, sino un ideal de creación interior, alguien capaz de superar la moral heredada y forjar nuevos valores.

Nietzsche luchó contra su época y terminó quebrado en el esfuerzo.
Pero la huella que dejó —poderosa, luminosa, incómoda, viva— sigue llegando hasta nosotros como un relámpago que no se apaga..

viernes, noviembre 21, 2025

Siento, luego existo — leyendo a Juan Casassus

El libro Siento, luego existo, de Juan Casassus, me ha movido el piso. Y no por una gran teoría abstracta, sino por algo mucho más simple y decisivo: las emociones. Desde que lo empecé, camino por la vida con una sensibilidad distinta, como si una luz nueva iluminara mis propios afectos y también los de quienes me rodean.

La verdad es que suelo no verlas. Paso por encima. Las doy por sentadas. Y —como señala Casassus— ese descuido no es inocente: es una forma de desconexión.

Lo curioso es que el primer ser vivo que sintió algo no fue un humano inspirado, sino LUCA, la primera célula en la historia de la evolución. LUCA necesitaba orientarse hacia lo que nutría su existencia y huir de lo que la amenazaba. Para eso desarrolló la capacidad de percibir, de sentir. Ahí, en ese gesto microscópico y ancestral, nacieron nuestras emociones. Son un dispositivo evolutivo de supervivencia, no un lujo ni un estorbo.

Luego vino Descartes, con su “pienso, luego existo”, y la razón subió al trono. Las emociones quedaron relegadas al sótano: sospechosas, incómodas, casi un error de fábrica. Yo estudié ingeniería en la Universidad de Chile, y no recuerdo haber escuchado jamás la palabra “emoción” en una clase. Era un término exiliado, fuera del perímetro académico.

Hoy, en cambio, algo se mueve. Y el libro de Casassus empuja con fuerza ese movimiento: las emociones vuelven al centro de la escena.

Descubro algo evidente que había olvidado:
todo lo que hacemos nace de una emoción.
No hay acción humana que no esté impulsada por algún afecto. Por eso es vital aprender a detenernos, detectar lo que sentimos, darle nombre, acogerlo.

Y aquí aparece un punto fascinante: tenemos un lenguaje pobrísimo para hablar de emociones. Casassus cuenta que un amigo pintor le dijo que trabajaría “un rojo”. Él le preguntó: “¿qué rojo?”. Y el pintor enumeró diez tonalidades distintas. Diez rojos.
Para la rabia, que tiene infinitos matices, apenas tenemos un puñado de palabras.

También aprendí que las emociones no vienen desde la cabeza hacia abajo, sino al revés. Parten del cuerpo: de la percepción, de la piel, de la sensibilidad ante el mundo. El organismo hace una evaluación rápida —esto me beneficia, esto me amenaza— y solo después entra la cognición, que profundiza, interpreta y da forma. Lo que finalmente llamamos “emoción” es el fruto de ese diálogo secreto entre cuerpo y mente.

Y ese fruto moviliza acciones: algunas impulsivas, otras meditadas. Un abanico entero.

Justo terminamos una elección presidencial y parlamentaria. Todos comentan sus decisiones como si fueran el resultado impecable de análisis racionales, datos y criterios. Después de este libro, no puedo evitar pensar: cuánto de emocional hay en nuestras elecciones políticas… aunque las vistamos de argumentos.

Casassus convence. Necesitamos tomarnos en serio las emociones. No para domesticarlas, sino para comprenderlas… porque se están cocinando mucho antes de que asomen en la conciencia. En el territorio del inconsciente ya están trabajando.

Sabemos muy poco de ellas. Y, sin embargo, son motor, brújula y combustible.

Leer este libro es un recordatorio suave pero firme:
si no sentimos, no existimos del todo.
Y si aprendemos a sentir mejor, quizás también existamos mejor.

jueves, noviembre 20, 2025

Libro Kintsugi de Andrea Löhndorf

Este libro de Andrea Löhndorf gira en torno a una tradición japonesa de reparar la cerámica rota con barniz y polvo de oro, de manera de destacar en vez de ocultar las fracturas que la pieza ha sufrido.
Andrea Löhndorf propone que nuestros fallos o roturas (errores, pérdidas, crisis, heridas), no son cagazos sino puntos de inflexión o transformación en nuestro proceso de desarrollo.

Hacer resaltar las fracturas es invitar a mirarlas como verdaderas oportunidades de crecimiento en vez de fallos a esconder u olvidar.
Nuestras cicatrices pueden iluminar nuestra historia. En la vida no se trata de volverse perfecto, sino volverse más auténticos, más profundos y más libres. 

En lugar de huir del dolor, nos invita a trabajarlo, integrarlo y dejar que nos enseñen.
Incluso la invitación es la de ir tras los recuerdos olvidados por dolorosos, procesarlos, hablar y aprender de ellos.

Kintsugi, una tradición del arte japonés, refleja una filosofía de la imperfección, como etapas de la construcción del ser que somos o podemos ser.
Es una invitación a ver en la imperfección, belleza.
La búsqueda de la sencillez en el momento presente, es también parte de esta ruta.
La paz interior, propone, se encuentra en el silencio del momento presente.

Hay un capítulo dedicado al Ikigai, un término que apunta a encontrar aquello que te apasiona, conforma el sustrato de cualquiera sea tu propósito o misión de tu vida, donde construir tu profesión con vocación.
Cuando todas estas disposiciones se alinean, el bienestar que se experimenta, es superior a cualquier buen sueldo que puedas recibir.

También que cualquier gran desafío que quieras emprender, cualquier alta cumbre que quieras alcanzar, comienza con un paso a la vez.
Tener un destino claro y la paciencia y persistencia, para seguir dando el siguiente paso y te aseguro llegarás a tu meta.

Y por favor, no vayas solo por tu vida; déjate acompañar por amigos.
Un pequeño libro pleno de sabiduría de ese lado del mundo.

viernes, noviembre 14, 2025

Después de la Inteligencia Artificial General: ¿Abundancia o colapso?

Estamos más cerca de un quiebre civilizatorio de lo que creemos.
La Inteligencia Artificial General —esa forma de inteligencia que podría superar a la humana en todas sus dimensiones— ya no es ciencia ficción. Según el Fondo Monetario Internacional, su llegada tiene una probabilidad real en un plazo que va de 5 a 20 años. Y cuando ocurra, todo cambiará.

Julia McCoy
No se trata solo de que desaparezcan empleos o industrias, sino de que la noción misma de “trabajo” pierda sentido.
Julia McCoy, basándose en las visiones de Ray Kurzweil, Peter Diamandis y otros futuristas, describe una transición superexponencial: la IA duplica su capacidad cada seis meses. Es una aceleración tan vertiginosa que ninguna generación anterior podría haberla imaginado.

Y entonces surge la pregunta inevitable:

    ¿será un futuro de abundancia o un nuevo tipo de esclavitud digital?


Dos futuros posibles

El primero es oscuro.
Una élite tecnológica controla la IAG, mientras la mayoría sobrevive en los márgenes, mantenida por una Renta Básica Universal convertida en mecanismo de control.
Un mundo al estilo de Elysium: los de arriba flotando en su cielo artificial; los de abajo, reparando lo que queda.

El otro es luminoso.
La IAG al servicio del bienestar humano, liberándonos del trabajo forzado y permitiéndonos dedicarnos a lo que realmente da sentido: las relaciones, la creación, el aprendizaje, el cuidado.
La “economía del significado”, como la llama David Shapiro, donde el valor ya no se mide en dinero sino en presencia, propósito y experiencia compartida.


El paradigma de la abundancia

Diamandis propone cambiar el lente: dejar atrás la mentalidad de escasez y abrazar la abundancia.
Todo está ya en la Tierra, esperando ser entendido.

  • Una manzana contiene diez semillas; cada semilla, un árbol con 300 manzanas: consumir puede ser crear.
  • La energía solar de una hora bastaría para alimentar al planeta por un año. Solo usamos el 1%.
  • El agua cubre el 70% de la Tierra, pero el 98% es salada. Una tecnología de desalinización masiva podría acabar con la sed humana.

No faltan recursos. Falta imaginación aplicada.



El trabajo que sobrevivirá

Incluso en un mundo donde todo se automatice, habrá tareas que sigan siendo humanas.
McCoy menciona cuatro categorías:

  1. Estatutarios – los exigidos por ley o gobernanza.
  2. De significado – los que ofrecen orientación espiritual, filosófica o emocional (sí, aquí entran los coaches).
  3. De experiencia – los que entregan placer, belleza o vivencia directa: artistas, guías, terapeutas.
  4. De cuidado – el toque humano que ninguna máquina podrá replicar: cuidar a un bebé, acompañar a un moribundo.

Son roles donde la presencia humana no es reemplazable, porque su valor no está en la eficiencia sino en el alma.


Un futuro a elegir

El colapso no es inevitable. El MIT ya en 1972 predijo el fin del modelo económico basado en el crecimiento sin límites, y un estudio reciente confirma que vamos por esa ruta.
Pero también señala que aún hay salida: una década para cambiar el rumbo, hacia una civilización estable, consciente y tecnológicamente integrada.

Tal vez el mayor desafío no sea técnico, sino espiritual.
Que el ser humano no abdique de su lugar interior frente a su propia creación.
Que la Inteligencia Artificial no se convierta en nuestro dios, sino en nuestra herramienta.
Y que aprendamos, por fin, a vivir en la abundancia sin perdernos en ella.

        ¿Y tú, en qué economía quieres vivir: la del miedo o la del significado?


Referencia: video de Julia McCoy

jueves, noviembre 13, 2025

Cuando las Máquinas Aprenden a Entender

Durante mucho tiempo se ha dicho que los grandes modelos de lenguaje —como ChatGPT o Gemini— no entienden nada. Que son apenas sistemas de “autocompletado” glorificado, máquinas que imitan sin comprender. Pero esa mirada empieza a tambalear. Lo que está ocurriendo bajo la superficie de estos modelos es, en rigor, un nuevo capítulo en la historia de la inteligencia.

Geoffrey Hinton
De la lógica a la biología

Hasta hace poco, la inteligencia artificial se pensaba desde el paradigma lógico: razonamiento, reglas, silogismos. La esencia de la inteligencia era el pensar, no el aprender.
Pero en 2012 algo cambió. El paradigma biológico —inspirado en las redes neuronales del cerebro— se impuso. La inteligencia dejó de ser una cuestión de lógica pura y se volvió una cuestión de aprendizaje: ajustar la fuerza de las conexiones en una red.
Geoffrey Hinton y otros pioneros ya lo intuían en los 80: el significado podía representarse en vectores —nubes de rasgos semánticos— que se deforman y combinan, como piezas maleables de Lego.

Las palabras como bloques de mil dimensiones

Imaginemos ahora que cada palabra es un bloque de Lego, pero no de los clásicos: uno de mil dimensiones.
Cuando los modelos procesan lenguaje, estas piezas no encajan de forma rígida, sino que se deforman, cambian de color, se estiran o se curvan para encajar en el contexto.
Una palabra como “mano”, por ejemplo, no tiene una forma fija: se estira para encajar con “apretón”, se curva junto a “ayuda”, se enfría con “hierro”.
Cada interacción entre palabras —cada “apretón de manos”— va construyendo una estructura invisible. Y esa estructura, esa red de conexiones dinámicas, es la comprensión.

¿Autocompletado o pensamiento emergente?

Los críticos dicen: “Solo autocompletan”.
Pero autocompletar todo el lenguaje humano, modelando miles de millones de relaciones entre palabras y contextos, exige algo más que una simple imitación.
El conocimiento en estos sistemas no reside en reglas escritas ni en frases memorizadas, sino en los pesos de la red: en las tensiones invisibles entre millones de vectores que se deforman e interactúan.
Esos pesos son su memoria, su experiencia, su comprensión del mundo.
Y sí, a veces “alucinan”. Pero también los humanos lo hacemos. Nuestra memoria es constructiva: no recordamos, sino que reconstruimos cada vez.
La diferencia es que ellos todavía son peores que nosotros para saber cuándo están inventando —una brecha que se está cerrando rápido.

La escala del conocimiento

Ningún cerebro humano podría contener lo que un modelo como GPT-4 ha visto.
La capacidad de absorber, sintetizar y compartir conocimiento a escala planetaria convierte a estos agentes digitales en una forma de inteligencia distinta —no necesariamente “humana”, pero sí superior en acumulación y consolidación del saber.
Nosotros aprendemos de otros; ellos aprenden de todos.

Comprender, en sentido profundo

Si la comprensión consiste en formar estructuras coherentes a partir de conceptos flexibles, entonces estos modelos comprenden.
No como nosotros, quizás; pero de una forma análoga, emergente, y profundamente nueva.
La computación digital está demostrando ser —en ciertos dominios— superior a la biológica.
Y eso no debería asustarnos: es parte de la evolución natural de la inteligencia.

Quizás estamos presenciando algo más grande que una simple herramienta: un cambio de paradigma en lo que significa entender.


Nota: Veo este video de Geoffrey Hinton más de una vez; lo meto en un nuevo cuaderno de NotebookLM de Google; le pido un resumen, un posdcast y un video de presentación; los leo y veo todos; me llevo el resumen a un Google Docs; lo releo y subrayo; lo vuelvo a leer subrayando en rojo lo que me parece mas relevante; hago un archivo con todos los subrayados en rojo y se los paso a chatGPT y le pido me haga un posteo de blog; lo leo, me sorprendo lo bien que lo hace y lo publico; es lo que acabas de leer.

miércoles, noviembre 12, 2025

Cuando la IA se mete en el coaching (y mejora la conversación)

La atención, esa puerta que abre la inteligencia

Desde marzo me dedico a enseñar inteligencia artificial.
Partí con personas particulares, curiosos y pioneros que querían entender “esto nuevo”.
Hace poco, empecé también a hacerlo con equipos de empresas, y confieso algo: me tiene fascinado.

Comencé diciendo que lo hacía porque veía esta revolución tecnológica como algo de marca mayor, y porque siempre he creído que la mejor manera de aprender es enseñando.
Bueno… después de unas 60 o 70 personas, puedo decir que no solo he aprendido harto, sino que la IA se ha infiltrado con sigilo en mi otro oficio: el coaching profesional.
Ya no puedo separar una cosa de la otra.
Es como si ChatGPT hubiera pedido su propio asiento en mis sesiones.

La atención como hilo conductor

Hace poco trabajaba con una mujer en un proceso de coaching.
Ella buscaba una forma de acercarse a la Inspección del Trabajo, porque sentía que siempre favorecían al empleado y perjudicaban al empleador.
La escuché con atención, y de pronto se me escapó una idea casi traviesa:

—¿Y si le preguntamos a la IA?

Fuimos a ChatGPT, le planteamos el caso, y nos devolvió una batería de ideas clarísimas: formas de presentar la situación, argumentos equilibrados, incluso un tono recomendable para la comunicación.
Le mandé el resultado por mail, porque estábamos trabajando en línea.
Y ahí me di cuenta de algo importante: la atención, esa disposición fina de escuchar y mirar con interés, no es solo humana; también puede ser amplificada cuando la tecnología se pone a tu servicio.

Cuando la IA se vuelve colega

En la siguiente sesión, la misma persona me comentó que su equipo debía entregar informes periódicos a una institución oficial.
Les tomaba horas y horas preparar esos reportes.
Le dije: “Prueba esto. Sube tres informes tipo a ChatGPT y pídele que, con los datos básicos, genere los nuevos”.
Lo hizo.
Y el resultado fue sorprendente: ahorraron tiempo, mejoraron la redacción y se sintieron más livianos.
Menos agobio, más espacio para pensar.
La atención otra vez: liberar tiempo para poder atender mejor lo importante.

Del trabajo al remedio

El tercer episodio fue casi doméstico.
Su neurólogo le había recetado un medicamento nuevo.
Nos fuimos a ChatGPT y revisamos juntos su principio activo, usos médicos, dosis y contraindicaciones.
Terminamos entendiendo mejor el tratamiento, y ella —más tranquila— dijo:
“Esto es como tener un médico y un traductor al lado”.

Ahí confirmé lo que sospechaba: cuando uno se mete con la IA, esta se propaga.
Se entromete, con la mejor de las intenciones, en casi todas tus actividades.
Y, si uno sabe invitarla con criterio, colabora, aligera y enseña.

Y para terminar

A veces me preguntan qué es exactamente lo que enseño.
Y yo digo que enseño a conversar con la inteligencia artificial, que en el fondo es enseñar a prestar atención:
a lo que uno pregunta,
a cómo escucha,
a lo que puede aprender del otro, incluso si el otro es una máquina.

Quizás el arte de este tiempo sea ese:
aprender a prestar atención —humana, consciente y curiosa—
en medio del ruido de la era digital.

viernes, noviembre 07, 2025

Libro Cuentos de Gastón Soublette

Cinco relatos de la sabiduría chilena, recogidos de la tradición oral y reinterpretados por el equipo de Gastón Soublette, junto a sus alumnas Marisol Robles y Verónica Veloz.
Al abrir el libro, esperaba algo liviano: cuentos populares con comentarios igualmente sencillos. Pero no. Las interpretaciones son profundas, a veces densas, y se nutren de pensadores como Karl Gustav Jung.

Nunca imaginé que historias con héroes, princesas, castillos, villanos y elementos mágicos pudieran encerrar tanta sustancia.
Los cuentos tienen esa capacidad única de atrapar la atención. Recuerdo a mi madre contándoles historias a mis hijos cuando eran chicos: ellos quedaban absortos, con una concentración que pocas veces se ve.
Estos días, leyendo los cuentos de este libro a mi mujer durante el desayuno, me impresionó su forma de escucharlos: en silencio, atenta, con esa expectación infantil que los cuentos despiertan. Solo por eso, ya son maravillosos.

Son relatos de aventuras donde personajes simples y humanos atraviesan desafíos, riesgos y episodios mágicos, en busca de algo —a veces claro, a veces incierto, incluso insospechado—. Siempre hay suspenso: ¿qué vendrá después?

Lo que más me impresionó fueron las interpretaciones que siguen a cada cuento. Muchas veces —si no todas—, son más extensas que el propio relato.
El protagonista, hombre o mujer, busca (o se encuentra con) una parte significativa de sí mismo: el ánimus que persigue al ánima, o al revés.
La mujer amada, ese ser tan deseado, no es más que una dimensión interior que uno debe integrar para avanzar en el proceso de individuación o desarrollo espiritual.

Nunca imaginé que los cuentos escondieran tal densidad sapiencial.
Vistos así, y considerando su atractivo y poder didáctico, conviene conocer su interpretación: porque, sin saberlo, transmiten valores profundos a nuestros hijos y nietos, valores que los marcarán.

Es un libro que me movió tanto que terminé llamando a una amiga estudiosa de Jung para recomendárselo, además de sugerírselo a varias personas en mis conversaciones.

Un hallazgo que revela que, detrás de la simpleza de un cuento bien contado, puede esconderse toda una escuela de sabiduría.

lunes, noviembre 03, 2025

Fray Marcos: desmontar las ideas de Dios y volver a la experiencia viva

Hay frailes que cocinan en televisión, y frailes que cocinan ideas. Fray Marcos Rodriguez Robles, dominico español, pertenece a los segundos —aunque, como buen dominico, sabe que la mejor teología se hace con fuego lento y pan compartido.  

En varios de sus videos —tres que vi con atención— me encontré con un discurso que corta fino, sin miedo, y que invita, más que a creer, a despertar.  

Hablar de Dios, ¿un sinsentido?

Fray Marcos parte con una provocación: “Hablar de Dios es un sinsentido.”  
Dice que la única charla coherente sobre Dios sería la de un ponente que guarda silencio todo el rato. 
Porque todo intento de definirlo es reducirlo, empobrecerlo, idolatrarlo. 
El problema no es Dios, sino la idea que nos hemos hecho de Él.

Durante 145 mil años —recuerda— fuimos parte de la naturaleza, sin separarnos de ella. 
Solo hace cinco o seis mil años inventamos “la idea de Dios”. 
Y con ella, la gran trampa: las religiones necesitaron ídolos, templos, mediadores, estructuras que sustituyeron la experiencia viva por la creencia.  


De la idea a la experiencia

“La Biblia es un fósil de narraciones de experiencias pasadas”, dice. 
No palabra de Dios, sino memoria de hombres y mujeres que experimentaron lo divino dentro de sí. 
Nosotros —advierte— hemos confundido el fósil con la vida.  

“Dios hizo al hombre a su imagen”, dice el Génesis. 
Pero Fray Marcos se pregunta:  

        ¿No será que nosotros creamos la idea de Dios a nuestra imagen?  

Desmontar los ídolos no es herejía; es higiene mental. 
El llamado es: atrévete a pensar, a cuestionar
La crisis de la Iglesia —sostiene— no viene del mal del mundo, sino de su propio silencio: su mensaje ya no llega ni a los jóvenes ni a los educados.  



La evolución del pensamiento

Hace un repaso de maestros de la sospecha:

  • Galileo, nos enseñó a desconfiar de los sentidos.
  • Descartes, a dudar de todo.  
  • Freud, a descubrir la vastedad del inconsciente, ese 80 % oculto bajo el agua.  

Y en esa hondura —dice— hay que buscar a Dios: dentro
No en las alturas, no en los libros, no en los dogmas. 
Libérate de las ideas de Dios que traes.

Jesús, para él, es el ejemplo supremo de un ser humano que **realizó el potencial divino** que reside en todos. 
No un dios que descendió, sino un hombre que ascendió a su plenitud.



De Jesús al Cristo

Fray Marcos distingue con nitidez:

  • Jesús sirve.  
  • El Cristo divinizado es adorado.  
  • Jesús pone el foco en su mensaje.  
  • El Cristo glorificado, en sí mismo.  

El salto del hombre Jesús al ser divino fue —dice— “un abismo”. 
Y en ese salto, el cristianismo perdió el centro. 
Pasó de la fe de Jesús en Dios, 
a la fe en Jesús como Dios.  

Pablo —ese genio que nunca conoció a Jesús— fue el gran arquitecto del cristianismo posterior. 
Sus cartas, escritas veinte años después de la crucifixión, fueron las primeras piedras. 
Los evangelios vendrían cuarenta o setenta años más tarde. 
La mitología del Cristo glorificado, “lenguaje para lo inexpresable”, sustituyó la vida sencilla de aquel hombre que nunca escribió nada, ni quiso fundar una religión.  


La clave es ser

Fray Marcos insiste:  

        Hay que pasar de un sistema de creencias a una forma de vivir.  

La prioridad no es la doctrina, sino la experiencia interior, aquí y ahora. 
El presente es el único templo. 
Y la llave de todo —dice con una serenidad desarmante— es ser.  

No hablar de Dios, sino vivir desde Él. 
No adorarlo, sino encarnarlo. 
No rezarle, sino respirarlo.  

Tal vez, pienso, Fray Marcos no está derribando a Dios. 
Está quitándole las paredes al templo. 
Y cuando eso ocurre, la brisa entra —y, con ella, algo que podríamos llamar Dios… o simplemente vida.  


Referencias
Video1
Video2
Video3

sábado, octubre 25, 2025

La Caja de Marco Antonio Palma: el arte de resguardar el misterio

Hay regalos que no se abren.
No porque no se pueda, sino porque no se debe.
Hace un tiempo, mi amigo Marco Antonio Palma, artista y poeta del silencio, me regaló una caja: de madera noble, bien construida, dentro de la cual asoman los bordes de unas hojas que parecen acuarelas. Pero no se puede ver qué representan. No hay vidrio, no hay marco, no hay firma visible. Solo una caja cerrada.

Hace unos días me envió un texto donde cuenta cómo nació esa obra.
Y al leerlo, entendí que no me había regalado una pintura, sino una pregunta.


El árbol sin raíces

Todo comenzó —me dice— con un árbol que crece desde el agua del lago Villarrica. Un árbol desarraigado, que surge desde el fondo líquido como si se negara a morir.
Marco Antonio lo fotografió durante días: al amanecer, al atardecer, con sol o con niebla. Luego trató de pintarlo, pero algo no le calzaba. “Pintar un árbol como siempre, aunque saliera del agua, no me hacía sentido”, escribe.

Hasta que dio con una intuición poderosa:
el árbol debía ser un vacío, un espacio en blanco rodeado por el paisaje.
Así hizo más de treinta acuarelas donde el árbol no está, pero su ausencia lo define.
Una metáfora perfecta de nuestro tiempo: buscamos raíces y, sin embargo, flotamos.


La caja como gesto

Con el paso de los años, las acuarelas pidieron una casa.
Marco Antonio pensó en marcos, en paspartús, en vidrios protectores… pero nada lo convencía. Hasta que un día decidió hacer cajas.
Cajas que se pueden abrir o cerrar.
Cajas donde la pintura puede estar visible o guardada.
Y luego, en un gesto aún más radical, decidió cerrarlas herméticamente, sin posibilidad de abrirlas.

Ahí su arte se convirtió en pensamiento.
La caja cerrada es una resistencia a la sobreexposición, un acto de rebeldía frente a esta era en que todo debe mostrarse, en que la intimidad se volvió espectáculo.
Marco Antonio lo dice sin ambages:

“Parece que si no somos vistos, no existimos. Lo increíble es que hay una necesidad de ser vistos en la intimidad. Y lo que se muestra, siempre deja algo escondido.”

Su obra se sitúa justo ahí: en ese límite entre lo visible y lo invisible, entre lo que se revela y lo que se protege. La caja es un templo doméstico, una suerte de arca, donde lo sagrado —lo personal, lo irrepetible— se resguarda del ruido del mundo.



El arte como refugio del alma

Hay algo profundamente espiritual en su reflexión.
Marco Antonio evoca el Templo de Salomón, el sagrario, los cofres antiguos donde las abuelas guardaban prendedores o cartas. En todas esas formas hay una misma pulsión: proteger el misterio.

Y se pregunta:

“¿Hay algo sagrado para nosotros hoy? ¿Necesitamos resguardar algo significativo? ¿Resguardarnos a nosotros mismos?”

No busca respuestas inmediatas. Sabe que el sentido, como dice, “cae cuando tiene que caer”.
Mientras tanto, sus cajas permanecen ahí, cerradas, esperando el momento de ser vistas o comprendidas.


Mi lectura personal

Cuando leo a Marco Antonio y miro la caja que me regaló, siento que me está entregando algo más que una obra: me está confiando un símbolo.
Esa caja es, también, mi propia caja interior.
Es el espacio donde guardo lo que no puedo decir con palabras, lo que quiero proteger del ruido y la velocidad.
Y me hace pensar que cada uno de nosotros debería tener una caja así: un refugio para lo sagrado, para lo que no queremos mostrar pero tampoco perder.

Tal vez el arte de Marco Antonio nos recuerda justamente eso:
que hay belleza en lo oculto, que el misterio no es un defecto, sino una fuente de sentido, y que no todo lo valioso necesita ser visto para existir.


Epílogo

Marco Antonio termina su carta contándome otra obra suya:
un gran tronco de eucalipto que cortó en siete pedazos, en cuyos interiores pintó junto a su esposa e hijos. Luego los volvió a ensamblar, dejando espacios entre las piezas. La llamó El Arca.

Ese gesto resume toda su poética: lo visible es apenas la piel de lo invisible.
Y el arte —como la vida— es ese intento siempre incompleto de resguardar lo que amamos antes de que se lo lleve el tiempo.


Gracias, Marco Antonio, por recordarnos que en un mundo que todo lo muestra, aún hay lugar para el silencio, para la contemplación y para lo sagrado.

sábado, octubre 18, 2025

Libro El Anticristo de Friedrich Nietzsche

Una lectura peligrosa

No te recomiendo leer este libro. Te podría perturbar.
Y quizás ese sea, justamente, su propósito.

Nietzsche no escribe para consolar, sino para incendiar. El Anticristo es una descarga eléctrica contra la moral tradicional, una demolición del cristianismo y de todo lo que —según él— niega la vida.

Su desprecio no es por la humanidad entera, sino por la masa que renuncia a sí misma. Nietzsche sólo aprecia al hombre que se respeta, que se ama y que se atreve a ser libre de verdad: sin Dios, sin dogma, sin deberes impuestos.


Lo bueno, lo malo y lo humano

    “¿Qué es lo bueno?”, pregunta Nietzsche
    “Todo aquello que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo”.

El poder —no como dominación sobre otros, sino como afirmación de la propia fuerza vital— es el eje de su moral.
La felicidad es la sensación de crecer, de expandirse, de sentirse más vivo.
Lo contrario —la compasión, el sacrificio, el deber impersonal— son para él formas de enfermedad.

El cristianismo, dice, envenenó al hombre al glorificar la debilidad, al hacer virtud del sufrimiento. “El sacerdote”, escribe, “es el envenenador profesional de la vida”.
Y el teólogo, aquel que pone la verdad al servicio de la fe, “el mayor enemigo de la realidad”.


Contra la compasión

Nietzsche identifica en la compasión el síntoma más claro de decadencia.
Quien se compadece, detiene el flujo de la vida.
La vida, en su visión, es instinto de crecimiento, de expansión, de dominio.
La compasión lo niega todo: el coraje, el orgullo, la selección natural del espíritu.

Suena brutal, y lo es. Pero hay algo más profundo detrás: una invitación a mirar sin máscaras, a no idealizar la debilidad ni endiosar el sufrimiento.


La gran inversión de valores

Para Nietzsche, la Iglesia trastocó el orden vital: convirtió el “no” a la vida en virtud.
El “mundo verdadero” —ese más allá de promesas eternas— es, dice, el error más dañino que ha existido.
“Cuando el centro de gravedad de la vida se coloca en el más allá, se roba a la vida su sentido”, escribe con furia.

Y aunque su tono es despiadado, su objetivo no es el odio: es la transvaloración de todos los valores.
El nacimiento de una nueva ética, una que diga “sí” a la vida tal como es: bella, cruel, efímera.


Jesús y los cristianos

Una de sus frases más cortantes:

        “No hubo más que un cristiano, el que murió en la cruz”.

El evangelio murió con Jesús, afirma. Lo que vino después fue la traición: la institucionalización del resentimiento.
San Pablo, para Nietzsche, transformó una experiencia viva en una doctrina de culpa, pecado y castigo.

El cristianismo, dice, prometió todo y no cumplió nada.
El budismo, en cambio, no promete: cumple.


Ciencia, mujer y poder

Nietzsche no ahorra golpes a nadie: ni a Kant, ni a las mujeres, ni a los alemanes.
Hay frases que hoy suenan intolerables, misóginas, incluso delirantes.
Pero detrás de ellas vibra una batalla mayor: la del pensamiento libre contra toda forma de domesticación del espíritu.

El enemigo de la vida, repite, es quien impone una sola verdad, una sola moral, una sola fe.


Una advertencia final

Leer El Anticristo es asomarse al abismo.
No es un libro para estar de acuerdo, sino para despertar.
Perturba porque nos obliga a mirar de frente la pregunta que él lanza, como un dardo encendido:

        “¿Tienes la fuerza para ser tú mismo sin necesidad de Dios?”


Epílogo personal

A mí me deja un eco incómodo pero lúcido.
No comparto su desprecio ni su crueldad, pero agradezco su coraje para pensar hasta el extremo.
Nietzsche desarma todo lo que damos por sagrado, no para destruirlo todo, sino para que algo nuevo pueda nacer.

Quizás su mensaje final no sea el odio a la religión, sino el amor feroz por la vida desnuda.

martes, octubre 14, 2025

De “hacer” a “ser”: el desafío humano frente a la Inteligencia Artificial

Nos encontramos en una bifurcación en el camino.
No una de esas metáforas cómodas de manual de liderazgo, sino una verdadera encrucijada histórica. La Inteligencia Artificial está reconfigurando el mundo del trabajo con una velocidad y profundidad que apenas empezamos a comprender.

Los más de 11.000 despidos en Accenture no son solo una cifra; son el eco de una transformación estructural. La empresa lo ha dicho sin ambigüedades: estos ahorros se reinvertirán “en nuestra gente y nuestro negocio”, es decir, en quienes se están adaptando a la nueva era.
La productividad ya no será proporcional al número de empleados. Menos personas generarán más resultados —una característica fundamental del tiempo que se abre—.

Y en este escenario, la pregunta deja de ser cómo conservar lo que tenemos.
La pregunta real, la que define quién prosperará, es otra:

“¿Qué se vuelve posible ahora que la IA puede encargarse del 90% de lo que solía hacer?”


De la mentalidad defensiva a la mentalidad visionaria

Frente a esta revolución, hay dos caminos interiores posibles.

  • Mentalidad defensiva: intentar proteger el trabajo actual, actualizar competencias, adaptarse con miedo a quedar fuera.
  • Mentalidad visionaria: reimaginar el propio valor, explorar los espacios que la tecnología abre, y adelantarse a ella.

Los pioneros no serán los más técnicos, sino los que aprendan a ver la IA no como una amenaza, sino como una herramienta de expansión.
Una herramienta para crear nuevas industrias, nuevas preguntas, nuevos significados
.


IA como expansión: el florecimiento que viene

A largo plazo, la visión optimista es clara: la automatización puede liberar a la humanidad de las tareas mecánicas y repetitivas, abriendo paso a una nueva era de florecimiento humano.

Durante dos siglos, la sociedad nos entrenó para ser máquinas eficientes: medirnos por la productividad, el rendimiento, la utilidad.
Pero la IA —paradojalmente— puede ser el inicio de la inversión del paradigma: pasar de ser human doings a human beings.

El trabajo no desaparecerá, pero su propósito se transformará profundamente.
Dejará de ser un medio de supervivencia para convertirse en un vehículo para:

  • crear significado,
  • expresar la creatividad,
  • resolver problemas apasionantes,
  • y construir comunidad.


Desarrollar las capacidades que las máquinas no pueden imitar

El nuevo valor ya no estará en la repetición ni en la eficiencia, sino en lo que sólo el ser humano puede hacer:

  • la sabiduría para discernir,
  • el juicio ético,
  • la creatividad genuina,
  • la inteligencia emocional,
  • la conexión humana.

El activo más valioso del futuro no será el capital financiero, ni siquiera el conocimiento técnico, sino la inteligencia auténtica: emocional, espiritual y creativa.


El futuro como creación compartida

El período de transición será disruptivo y brutal para muchos.
La ventana de oportunidad para una adaptación superficial se está cerrando rápidamente.
Solo prosperarán quienes se atrevan a concebir un nuevo valor gracias a la existencia de la IA, no a pesar de ella.

No se trata de resistir la ola, sino de aprender a surfearla con conciencia.
La IA no viene a quitarnos humanidad; viene a ponernos a prueba: a ver si somos capaces de usar esta herramienta no solo para producir más, sino para ser más.


En síntesis

Estamos ante una nueva frontera.
Y cada uno de nosotros debe decidir si corre hacia el futuro o se aferra al pasado.

El desafío no es proteger una descripción de puesto, sino reimaginar lo que somos capaces de crear.
El cambio será vertiginoso, pero también fértil para quienes se atrevan a mirarlo de frente.

Porque en esta bifurcación del camino, el verdadero progreso no será tecnológico, sino humano.


Fuente: Julia McCoy

domingo, octubre 12, 2025

Libro Dignos de ser humanos de Rutger Bregman

Vivimos bombardeados por noticias que, como dice Rutger Bregman, son para el espíritu lo que el azúcar es para el cuerpo: adictivas y dañinas. Décadas de estudios muestran que una dieta informativa centrada en lo negativo deteriora la salud mental. Paradójicamente, estamos en la época más próspera, segura y saludable de la historia… pero miramos el mundo como si ardiera. ¿Por qué? Porque somos más sensibles a lo negativo, y porque Facebook, X e Instagram, han perfeccionado el arte de retener nuestra atención amplificando el miedo.

Rutger Bregman
Este libro de Rutger Bregman propone una corrección de rumbo: cambiar la imagen que tenemos del ser humano. No la versión cínica (“somos lobos para el hombre”), ni la ingenua (“todo el mundo es bueno todo el tiempo”), sino una mirada realista y esperanzadora: la bondad es más frecuente de lo que creemos, es contagiosa y, cuando diseñamos instituciones que confían, florecen.

1) Un animal amistoso (Homo cachorrito)

Dmitri Beliáyev intuyó que la domesticación favorece rasgos prosociales. Bregman sintoniza: somos primates domesticados, el “Homo cachorrito”, seleccionados por la cooperación. Sobrevivimos no por ser los más fuertes sino los más amables y conectados: nos ruborizamos (nos importa lo que el otro piense), expresamos emociones con la mirada, nos cuesta esconderlas. La inteligencia social —dice el autor— no solo nos vuelve mejores compañeros: también nos hace más inteligentes.

“El Homo sapiens era más simple, pero estaba mejor conectado.”

2) Mitos que dañan: Zimbardo, Milgram y “El señor de las moscas”

Rutger Bregman desarma algunos relatos tóxicos que moldean nuestra educación cívica:

  • Experimento de Stanford (Zimbardo): dirección teatral, manipulaciones, guion. No prueba que “cualquiera” se vuelva monstruo en una cárcel.
  • Milgram: montaje persuasivo, fuerte presión de autoridad. No es “naturaleza malvada”, es situación y diseño.
  • El señor de las moscas: en la vida real, cuando unos chicos naufragaron, colaboraron. El libro de Golding es ficción; nuestra naturaleza tiene más cooperación de la que admitimos.

Cuando repetimos historias cínicas, producimos efectos nocebo: si tratas a la gente como escoria, se comportará como tal; si la tratas como responsable, responderá.

3) Isla de Pascua: de fábula sombría a historia de resiliencia

Rutger Bregman revisa el caso Rapa Nui: de la narrativa del colapso eco-suicida y caníbal a una historia mucho más compleja, donde influyeron ratas (que frenaron el bosque), incursiones esclavistas, epidemias y violencia traída de fuera. No hubo el canibalismo “ejemplarizante” que se usó como moraleja moralista. Lo que sí hubo fue ingenio y adaptación. La lección: cuidado con las historias que simplifican para culpar; suelen servir agendas ajenas.

4) Poder, guerra y camaradería

Las guerras —recuerda Rutger Bregman— no estallan por la “maldad innata” del soldado raso, sino por intereses de élites. En el frente, lo que sostiene a los combatientes no es odio metafísico sino camaradería. Navidad de 1914: treguas espontáneas, villancicos, intercambio de regalos y partidos de fútbol. Si dependiera de los soldados, la guerra habría terminado allí. La “banalidad del mal” (Arendt) no nos condena: nos advierte sobre distancia, obediencia ciega y diseño de instituciones.

5) Los bebés, la moral y el contacto

Estudios con bebés muestran preferencias tempranas por lo cooperativo; con un año y medio ya ayudan. El poder, en cambio, desconecta: nos hace menos empáticos. La medicina práctica de Bregman es el contacto: reduce prejuicios, aumenta confianza y solidaridad. Mandela lo demostró: la resistencia no violenta convoca a más gente y gana más que la violenta.

“El mal es más fuerte, pero el bien es mucho más frecuente.”

6) Instituciones que confían: del trabajo a la escuela y la seguridad

  • Trabajo: Los “palos y zanahorias” de Taylor matan la motivación. Bregman cita a Jos de Blok (Buurtzorg): equipos autónomos de enfermería, sin gerentes, más libertad, mejor salario, un solo servicio (cuidar) y resultados superiores. También FAVI (Zobrist): minifábricas de 25–30 personas, contratación por el equipo, rendición de cuentas al cliente. Si ves a tus empleados como profesionales responsables, se comportan así.
  • Escuela: La creatividad no se enseña; se deja florecer. Ejemplos como Ágora priorizan curiosidad, juego, proyectos, mentores, objetivos propios. Menos jaulas, más caminos singulares.
  • Justicia y policía: La “ventanas rotas” presume gente mala y produce abuso. La policía comunitaria parte de que la mayoría es decente; conocer nombres y abuelas baja la violencia. Holanda frente al terrorismo: más democracia, más humanismo.
  • Bienes comunes y economía: Elinor Ostrom mostró que los comunes pueden gestionarse; el Alaska Permanent Fund es una forma de ingreso ciudadano. Diseñar desde la confianza cambia comportamientos.

7) Noticias, redes y la dieta de la atención

Las redes explotan nuestro sesgo de negatividad. Resultado: una lente que deforma la realidad. Recomendación de Bregman: cuidar la dieta informativa (menos “azúcar”), buscar historias de cooperación, practicar compasión (menos drenaje que la empatía), y hablar a la lengua materna del otro: la del respeto.

8) Qué hacer mañana por la mañana

  1. Edita tu entorno: reduce noticias y doomscrolling. Elige medios que aporten contexto y soluciones.
  2. Diseña confianza: en tu equipo, prueba micro-autonomías (decisiones locales, métricas compartidas, rotación de liderazgo).
  3. Practica contacto: cruza burbujas, agenda conversaciones con “el otro”.
  4. Cambia la historia que cuentas: reconoce la bondad cotidiana en voz alta (la bondad es contagiosa).
  5. Educa para el juego y el propósito: más proyectos propios, menos tarea por tarea.
  6. Presupón buenas intenciones: sí, te engañarán alguna vez; es un precio pequeño por una vida vivida desde la confianza.

“No te avergüences por tu generosidad. Haz el bien a plena luz del día.”

Cierre

Dignos de ser humanos no es un canto naïf; es una invitación práctica a rediseñar sistemas desde una antropología esperanzadora. Si creemos que la gente puede responder a la confianza, y actuamos en consecuencia, empezamos a vivir en un mundo donde eso se vuelve verdad.

lunes, octubre 06, 2025

¿Por qué viajamos?

“No conozco París, me encantaría ver la Torre Eiffel.”
Es una frase que uno podría escuchar en cualquier sobremesa.

¿Viajamos para ver cosas que no hemos visto?
¿Para tachar países en un mapa, o para coleccionar fotos frente a monumentos?

He escuchado a muchos decir: “Fuimos de nuevo a Europa, nos habían quedado unos países sin conocer.”
Y luego cuentan el viaje enumerando lugares, comidas, museos, con una secuencia de adjetivos como “maravilloso, increíble, sensacional”.

Y sin embargo, confieso algo: viajar no me tira mayormente.
Aunque sí he viajado, y cuando lo hago, lo paso bien. A veces, incluso, muy bien.

Pero creo que la interpretación habitual de por qué nos gusta viajar es incompleta.
No viajamos tanto por lo que vemos, sino por lo que sentimos.
Por lo que nos pasa por dentro.

El viaje interior

Cuando viajamos, algo en nosotros se ensancha.
Nos corremos de la rutina, cambiamos de ritmo, y de pronto —como si fuera magia— los problemas cotidianos se quedan en casa, y respiramos distinto.

El viaje nos amplía la mente, sí.
Pero sobre todo, nos cambia la perspectiva desde la cual miramos nuestra propia vida.
A veces viajamos solo para poder pensar desde otro lugar.

También viajamos para compartir con quien amamos.
Para tener conversaciones largas, sin apuros.
Para caminar sin rumbo, para reírnos sin culpa, para reencontrarnos con esa versión de nosotros que a diario se esconde bajo las listas de pendientes.

El foco en lo interior

Curiosamente, mientras viajamos, ponemos nuestra atención en lo de afuera: las postales, los paisajes, los restaurantes, los museos.
Y, sin darnos cuenta, lo más importante está ocurriendo adentro.

Esa vibración sutil de estar vivos, de descubrir, de mirar con ojos nuevos.
Ese asombro que no depende del lugar, sino del estado interno con que miramos.

Aprender también es viajar

Pienso que lo mismo ocurre cuando aprendemos.
Estudiamos algo, y creemos que estamos conociendo una materia nueva.
Pero lo más profundo que aprendemos es sobre nosotros mismos:
qué nos gusta, qué nos mueve, qué nos deja indiferentes.

Cada aprendizaje, como cada viaje, nos revela algo de quiénes somos.

Por eso, tal vez lo que más nos falta hoy no son viajes, ni títulos, ni destinos nuevos.
Nos falta poner el centro en la persona: en lo que sentimos, pensamos y experimentamos cuando vivimos, aprendemos o amamos.

Porque viajar, al final, no es cambiar de lugar.
Es cambiar de mirada.

domingo, octubre 05, 2025

Libro Qué sabes de Nietzsche de José Rafael Hernández Arias

Friedrich Nietzsche nació en 1844, en una familia de pastores luteranos de Prusia. Su infancia fue frágil, entre mujeres —madre, abuela, tías y su hermana Elisabeth— y marcada por la muerte temprana del padre y de un hermano. Desde pequeño mostró disciplina, seriedad, y una pasión voraz por el conocimiento. Dudó pronto del cristianismo, escribió a los 14 años una autobiografía titulada De mi vida, y sintió fascinación por los griegos, Wagner, Goethe y Napoleón.

Nietzsche es, ante todo, un espíritu en rebelión contra la cultura occidental. Su crítica es demoledora. Denuncia que desde Sócrates hemos sucumbido al dominio de lo apolíneo —la razón, la medida, el control— en detrimento de lo dionisíaco: el éxtasis, la pasión, el caos vital. Esa subordinación de la vida a la razón habría, según él, envenenado el alma de Occidente.

Wagner, su amigo y luego antagonista, encarnó para Nietzsche el intento de reunir nuevamente esas dos fuerzas: el orden apolíneo y la embriaguez dionisíaca. Pero Nietzsche fue más lejos: quiso fundar una nueva filosofía, una moral más allá del bien y del mal, una afirmación rotunda de la vida.

El martillo de la crítica

El cristianismo, sostenía, debilitó a Occidente con su moral de compasión y su promesa de un más allá. Schopenhauer proponía negar la voluntad, al modo budista. Nietzsche, en cambio, gritó un sí a la vida, con todo su sufrimiento, su placer y su vértigo.

El hombre moderno, domesticado y obediente, debía ser superado por un nuevo tipo humano: el superhombre, libre, creador, capaz de vivir sin consuelo, sin Dios, sin esperanza, pero afirmando el valor de existir.

Dios ha muerto”, proclamó. Y con esa muerte, el hombre queda huérfano de fundamento, obligado a inventar sus propios valores. Es una condena y una oportunidad.

La voluntad de poder

La clave de su filosofía es la voluntad de poder, no entendida como dominio sobre otros, sino como impulso vital, energía creadora, crecimiento interior. “La vida —dice Nietzsche— es incremento de sí misma, no lucha por la existencia.”

En esa tensión vital, la moral tradicional aparece como un instrumento de los débiles, una “moral de esclavos” que exalta la humildad y la compasión, y reprime la fuerza, la afirmación, la alegría de vivir. Frente a ella, Nietzsche rescata la “moral de señores”: la de quien crea, arriesga y danza sobre el abismo.

Nihilismo y renacimiento

El nihilismo, para él, es el signo de los tiempos: el derrumbe de todos los valores. Pero distingue entre el nihilismo pasivo, que se hunde en la apatía, y el nihilismo activo, que destruye para crear de nuevo. En ese vacío, el hombre tiene la tarea más alta: configurar su vida como una obra de arte.

Tres animales del alma

En Así habló Zaratustra, Nietzsche describe tres transformaciones del espíritu:

  • El camello, que dice “tú debes” y carga con los valores heredados.
  • El león, que ruge “yo quiero” y destruye lo impuesto.
  • Y finalmente el niño, símbolo del superhombre, que crea sus propios valores y juega, libre de toda culpa.

El fuego que no se apaga

Nietzsche murió en 1900, tras años de enfermedad y locura, pero su pensamiento sigue encendiendo hogueras. Fue músico, poeta, filólogo, filósofo errante. Escribió con martillo, con danza y con relámpago.

Su verdad era incómoda: la vida no tiene sentido, salvo el que tú le das. No hay consuelo ni progreso garantizado, pero sí una posibilidad inagotable de creación.

Quizás su pregunta más vigente sea esta:

¿Qué pasaría si vivieras tu vida como si fuera una obra de arte?

sábado, septiembre 27, 2025

Libro Refranes de Gastón Soublette

Este libro se llama “Sabiduría chilena de tradición oral (refranes)”. Trata de estos textos, que son los refranes, que reflejan, proyectan, la sabiduría popular, de autores anónimos del pueblo, chilenos.

Bella tarea se ha propuesta Gastón Soublette con esta misión de recopilar refranes y analizarlos, reflexionar a partir de ellos.
Divide el libro en capítulos temáticos. El capítulo Amor, mujer y naturaleza, hay refranes como:

“Donde reina el amor sobran las leyes”. Interesante, no ? Me deja pensativo, con la convicción de que es la pura y santa verdad.

Otro: “Por lo que tiene de fuego, el amor suele apagarse”. Sabiduría pura, el amor pasional, el enamoramiento, dura un tanto, está probado científicamente por Helen Fisher

“El amor es como el agua, si algo no lo agita se pudre”. Me deja pensativo; me tinca cierto, pero cuales son las agitaciones recomendables a gestionar. Buen tema para darle vueltas.

“Cuando un hombre se enamora hasta la vergüenza pierde”. Totalmente cierto, si de hecho es capaz de dejar cagadas mayores. No se ha visto ?

Del capítulo De la sabiduría y el hombre sabio, me gustó el refrán “El corazón no miente a nadie”. Si, me parece cierto. La razón es la mentirosa, no ?

“Hombre buen hablador, nunca buen hacedor”. Si lo estamos viendo ! Similar a este es “Hay hombres vanos que tienen lengua pero no tienen manos”.

“Para saber quien es, canta el canario”. Me gustó. 

“La virtud es divina, la moral es humana”. Este me dejó pensativo.

“El agua, siendo más importante, toma la forma del vaso”. Sabiduría pura.

Del capítulo El bien y el mal, “Los vicios son virtudes que se volvieron locas”. Me parece preciso, he identifico altiro unos vicios que en pequeñas dosis son virtudes.

“Los niños y los locos dicen las verdades”. Totalmente cierto.

En el capítulo Justicia, “Con la vara que mides serás medido”. Cierto, no cierto ?

“Siempre hay uno que gana cuando otro pierde”. ¿Quién será el que ganó los MM$ 100 cuando mi amigo los perdió ?

“No es raro que a uno le falte lo que a otro le sobra”. Este es un tema no resuelto.

En el capítulo El fallado, “Al hombre se le conoce por la palabra y al buey por el asta”. Claro, por las cosas que habla, lo conocemos.

“Dime con quién andas y te diré quién eres”. Infalible.

Está bueno este, “Boca con rabia nunca será sabia”. En la misma línea, “Quien habla con ira convierte verdades en mentiras”.

Esta como que pasó de moda, “La letra con sangre entra”.

Del capítulo El destino me llama la atención, “Quien no cae no se levanta”. Hay que ir adelante, pues cayéndote aprenderás a levantarte.

“Hay que perderse para conocer el camino”. Tendrá que ver con, “Para de verdad aprender algo, enséñalo”.

Y que tal este, “La suerte de la fea la bonita la desea”.

En definitiva, un libro de un hombre sabio, como es Gastón Soublette, que nos enseña de la sabiduría popular encerrada en sus refranes.

jueves, septiembre 25, 2025

Libro El Aleph de Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires, un año antes del 1900 y murió a los 87 años. Escritor, poeta que fue quedando ciego a medida que transcurría su vida. Fue Bibliotecario (se lo debe haber leído todo) y no le dieron el premio nobel según he leído por ahí, porque aceptó una invitación del dictador Pinochet y almorzó a solas con él.

El Aleph es un libro de 17 historias breves, siendo la última, El Aleph.
La imaginación de Borges es inconmensurable. La mayoría de estos cuentos son imaginería fantástica.
El primero de ellos, El inmortal, se trata de un tribuno romano, de la época del emperador Diocleciano, que se entera de que si toma del agua de un río, se hará inmortal.
En el camino a este río se encuentra con unos tipos, uno de los cuales se le apega como un perro, al que llama Argos, que es un total desmotivado. Se entera ya al lograr él tomar de esa agua, que ese Argos había escrito la Odisea y que ser inmortal era lo peor, la total pérdida del sentido. Busca el río con el antídoto y finalmente logra volver a ser mortal.

El Zahir es otro cuento, que trata de un tipo que recibe en una transacción una moneda, el zahir, que cuando la ve, se instala en su memoria de una forma que no se la puede sacar más. El tema es la obsesión, que a muchos de nosotros en alguna etapa de nuestra vida nos puede pasar, que algo o alguien se nos instala en la memoria y no nos la podemos sacar más, ni de día ni de noche.

El muerto, es otro cuento, en que un joven de Buenos Aires comete un crimen a temprana edad. Arranca a Uruguay y ahí busca alistarse en una banda de contrabandistas que traían mercadería desde Brasil.
Lo logra y empieza a hacer una carrera en que empieza a sentir la ambición de ser él el poderoso. Lo va logrando, usa el caballo del jefe que anda lejos, se acuesta con su mujer, se gana la confianza de alguna de su gente en algunas acciones, hasta que al final se da cuenta que todo era una trampa, que lo tenían cachado y el cuenta termina en una humillante escena en que lo ejecutan.

En otro cuento, un bárbaro lombardo, se encuentra atacando la ciudad de Ravena, en el norte de Italia, en la antigüedad y al quedar deslumbrado con la maravilla de la ciudad romana, decide cambiarse de bando y muere en la confrontación.
Más adelante en el relato, es una mujer blanca, que en su juventud es capturada por los indios y se cría entre ellos. Un día llega a la capital, sola, una mujer de alcurnia se apiada de ella y la invita a volver a la gente de donde procede. Pareciera que lo piensa, pero desiste y vuelve a “los suyos”.
De dónde somos y a qué pertenecemos parece ser el tema que intriga a Borges.

El Aleph parece ser el cuento más loco de todos. Borges tuvo un amor en su juventud, un amor que lo transportó al paraíso y que de la noche a la mañana, al ir a una fiesta con ella, esta se fascina con otro hombre y abandona a Borges. En el cuento esta es Beatriz, a quien el personaje siempre amó. Ha muerto y él visita a la familia todos los años en la fecha de su cumpleaños. Ahí se encuentra con un primo de Beatriz, con el que va construyendo una relación. Un día este lo llama desesperado, van a demoler su casa, donde se encuentra un objeto preciado, el Aleph. Es como un bolón de cristal, de esos con los que uno jugaba a las bolitas cuando chico, que al plantar la vista sobre él ves toda la humanidad, pasado presente futuro, y todo al mismo tiempo y desde todas las perspectivas. es como la mirada de Dios. Borges se interna en la oscura escalera que va al sótano en qué está y siempre ha estado prohibido ir y zas, recostado en los últimos peldaños, Borges, lo ve. Y ve el universo en un solo golpe de vista. Queda deslumbrado.
Salen de ahí, se van y demuelen la casa. Nunca más se supo.

Borges era un loco maravilloso, ratón de biblioteca, erudito hasta decir basta; con una imaginación insuperable.
Agradezco haberme cruzado con este autor.
Y agradezco a la inteligencia artificial, que me ayudó a entenderlo.