jueves, diciembre 04, 2025

Friedrich Nietzsche según Rudolf Steiner

Rudolf Steiner hablando de Friedrich Nietzsche: difícil imaginar un encuentro más sugerente.
Se conocieron, sí, pero en circunstancias tristes. Nietzsche ya estaba fuera de combate, sumergido en esa semiconsciencia que marcó su última década. Steiner entró a su habitación llevado por Elisabeth Förster-Nietzsche, la hermana que lo administraba todo. Entró, lo vio… y no hubo diálogo posible. Fue apenas un cruce de destinos.

Steiner trabajaba entonces ordenando y catalogando la biblioteca de Nietzsche bajo la supervisión de Elisabeth. Aquella relación no terminó bien y él terminó por abandonar el proyecto. Pero de ese contacto —indirecto, doloroso, casi fantasmagórico— nació un libro singular: Friedrich Nietzsche, una lucha contra su tiempo.

Nietzsche no tuvo una vida amable.
Fue un hombre de sensibilidad extrema: al clima, a la luz, a la humedad, a la presencia de los otros. Dicen que podía “oler” a las personas desde lejos y que muchas veces ese simple contacto sensorial lo descolocaba. Su refugio fue el aislamiento: soledad, caminatas, cuadernos, aire de montaña.

Su brillantez era deslumbrante. Estudió Filología Clásica y, antes siquiera de doctorarse, fue recomendado por su maestro Friedrich Wilhelm Ritschl para ocupar una cátedra en la Universidad de Basilea. Tenía apenas 24 años. Un meteoro.

Como profesor no fue precisamente popular. Hablaba de los griegos como si hablara de viejos amigos íntimos, con una pasión que descolocaba a sus alumnos. No enseñaba: ardía.
Y esa intensidad lo acompañó siempre. Nietzsche fue un explorador sin miedo, un pensador que empujó la filosofía hasta territorios donde nadie había pisado. Cuestionó a los grandes de su época y a los gigantes del pasado.

Detestó a Sócrates, a quien veía como el culpable de haber quebrado la unidad presocrática entre lo apolíneo y lo dionisíaco: lo sereno con lo extático, lo noble con lo celebratorio.
Y amó la música de Richard Wagner porque —al menos al principio— vio en ella esa fusión primordial. Más tarde, cuando Wagner tomó otros caminos, Nietzsche rompió la amistad con una mezcla de decepción y fidelidad a sí mismo.

Arthur Schopenhauer fue otra influencia decisiva. Le fascinó esa visión de un mundo movido por una fuerza irracional, profunda, que Schopenhauer llamó Voluntad. Nietzsche tomó esa idea y la transformó en algo suyo: la voluntad de poder, ese impulso vital que anima a todo ser humano.

Desde ahí arremetió contra los moralistas del deber —especialmente Kant— y contra cualquier doctrina que, a sus ojos, debilitara la autonomía radical de la persona.
Y en Así habló Zaratustra dio forma a su figura más famosa: el superhombre, no un héroe fantástico, sino un ideal de creación interior, alguien capaz de superar la moral heredada y forjar nuevos valores.

Nietzsche luchó contra su época y terminó quebrado en el esfuerzo.
Pero la huella que dejó —poderosa, luminosa, incómoda, viva— sigue llegando hasta nosotros como un relámpago que no se apaga..