Un domingo de verano, cuando muchos descansábamos fuera de Santiago.
Te tomaste la vaina que te trajo la Maruja para el aperitivo del almuerzo y
te fuiste cayendo hasta dejar ese cuerpo que hoy vemos perplejos.
Construiste una hermosa familia, unida y amorosa,
irradiaste afecto, e interés por cada uno,
hurgaste en los libros respuestas y asombros,
fuiste un pilar silencioso y persistente.
Muchos sábados te miraba a través de la mesa del almuerzo,
preguntándome, qué pensabas,
detrás de esa fachada cálida y silenciosa,
más era en los viernes cuando oíamos tu voz
hablar y reír, con pasión y alegría.
Cuánta gratitud brota de mi
por esta compañía de infinitas conversaciones
de acogida llana y amorosa
de estímulo y asombro frecuente.
Como será esto de saberte ausente
cómo serán esos viernes sin ti
de seguro nos iremos acomodando
pero sé que tu irradiación ya forma parte de nosotros.
Caminaré el resto de mi vida
con tu voz presente en el silencio de mi silencio
muy cerca de ese hálito divino
que me anima y contiene.
Gracias querido padre
por habernos acompañado
hasta mis 54,
vas impreso en mi base primaria
y es desde ahí que construyo mi propia particularidad.
Adiós.