domingo, diciembre 21, 2025

Reflexiones acerca de cómo la IA me domestica

Leo tres libros en paralelo. Unos más simples que otros. Uno de ellos es ¿Por qué la guerra? de Einstein y Freud. Me doy cuenta que con frecuencia le leo a chatGPT párrafos, que este transcribe y me explica. Y lo hace tan bien, que mi comprensión de lo que voy leyendo se enriquece.

Visito a mi madre y en los últimos encuentros, varias veces en un solo encuentro, traslado una inquietud que estamos barajando, a chatGPT. Mi madre de 97 años escucha con atención, y sorpresa. Notable lo que nos aporta, compartimos.

Cuando parto al living a meditar y luego leer, temprano en la mañana, estoy tomando siempre mi celular ya cargado. Cuando leo, no hay palabra que no entienda o tenga dudas de su verdadero significado, que no traslado a chatGPT para recibir siempre, sí, siempre, aportes significativos.

Pienso, reflexiono, acerca de esta penetración de la IA en mi vida; es significativa.

Tengo amigos y amigas oponentes. Son como voces que intentan precaverme de los peligros y amenazas que esta tecnología de la inteligencia artificial (IA) nos podría traer.
Hoy escribía en un chat, donde está uno de esos cuestionadores frecuentes, “La IA puede pensar mejor que nosotros, pero no puede temblar”.
De verdad ya pienso que la IA es más, mucho más inteligente que nosotros. Pero de una inteligencia que no piensa como nosotros, que además sentimos, temblamos, transpiramos.
Pienso, que no es razón para descartarla, al contrario, para abrazarla y pronto, porque sus aportes son enormes e innegables.

Le pido a Gemini que me proponga videos donde hablen de cómo y cuánto la IA afecta a trabajos existentes. Me asomo en un par.
Hablan con personas de África, que tenían una fecunda fuente de ingresos, redactando cartas para otros. Simplemente se quedaron sin pega. La IA los dejó fuera. En África.
Ayer hablaba con mi compañero de universidad Guillermo Quezada qué vive en Llanquihue, que me contaba que está haciendo agentes de IA para empresas y que en una eliminaron simplemente a un cargo que procesaba información de clientes.

He estado grabando reuniones y sesiones de coaching, que luego paso el material a la IA, obteniendo reportes realmente extraordinarios. Pienso que la siguiente reunión debe partir escuchando ese increíble podcast al menos.
Ayer me fui al local de PC Factory de la calle Las Condes y al llegar y no encontrarlo, un locatario de al lado me dijo, que hacía muy poco se habían mudado a unas cinco cuadras más arriba.
Saco el celular del bolsillo, llamo a chatGPT y pregunto: nueva dirección de PC Factory en la calle Las Condes. De inmediato, me dio la dirección y para allá partí y averigüé del hardware Plaud para grabar conversaciones y alternativas.

No sé, estoy sorprendido de lo penetrante de esta nueva tecnología de la IA en nuestras vidas.

martes, diciembre 16, 2025

Libro Diario de viaje a Estados Unidos de José Miguel Carrera de José Miguel Barros

José Miguel Barros, destacado abogado y diplomático chileno, debió sentir una profunda admiración por José Miguel Carrera para dedicarle este libro. Diario de viaje a Estados Unidos es, en lo esencial, la transcripción del diario que el propio Carrera escribió durante su periplo iniciado en noviembre de 1815, cuando zarpa desde Buenos Aires rumbo a Norteamérica.

El contexto es decisivo. Carrera había gobernado Chile entre 1811 y 1814. Tras el desastre de Rancagua y la pérdida de la Patria Vieja, los principales líderes independentistas cruzan a Mendoza y luego a Buenos Aires, cargando derrotas, reproches y odios no resueltos.

Carrera llega a Estados Unidos en enero de 1816, después de casi tres meses de navegación. Así era el mundo entonces: lento, incierto, pero abierto a la audacia. Y audaz fue. En Estados Unidos habló con medio mundo, incluido el presidente James Madison. Logró lo que parecía imposible: una flota, armas, una imprenta, soldados. Todo financiado con sus bienes personales y con deudas que asumió sin red. Apostó todo.

Tras casi un año de gestiones, emprende el regreso en diciembre de 1816.

Pero la historia ya venía torcida.

La tensión entre Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera venía de lejos. No era solo personal: era ideológica y de carácter. Carrera era más radical, más caudillista, más impetuoso. O’Higgins, más disciplinado, más institucional. La falta de coordinación y el desacuerdo estratégico entre ambos fue uno de los factores que desembocaron en la catástrofe de Rancagua. Llegan a Argentina odiándose con odio parido, no aprendido.

O’Higgins estaba aliado con San Martín, ambos miembros de la Logia Lautaro, al igual que Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo en Buenos Aires. Ese triángulo de poder le haría la vida imposible a Carrera. Apenas llega al puerto de Buenos Aires, pierde toda la flota que había conseguido con tanto esfuerzo y es encarcelado.

El desenlace es brutal. Sus hermanos son fusilados en Mendoza en 1818. Él correrá la misma suerte en la misma ciudad, el 4 de septiembre de 1821.

Dicho sin rodeos: el libro de Barros es una lata. No lo recomiendo en absoluto como experiencia de lectura. Es árido, plano, sin pulso narrativo.

Sin embargo —y aquí la ironía— me sirvió. Me permitió enterarme de muchos hechos clave de la independencia de Chile y de la vida de los Carrera, información que luego confirmé, amplié y comprendí mucho mejor por otras vías, con ayuda de herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT y Gemini. Cosas de estos tiempos: a veces el libro abre la puerta, pero la comprensión entra por otro lado.

Quien siguió hostigando a Bernardo O’Higgins hasta lograr su capitulación y exilio en 1823 fue la aguerrida hermana mayor, Javiera Carrera, una figura tan fascinante como temida.

José Miguel Carrera Verdugo murió a los 37 años. Pertenecía a la alta aristocracia chilena, a diferencia de O’Higgins, hijo ilegítimo de Ambrosio O’Higgins —quien llegó a ser virrey del Perú— y de Isabel Riquelme, hija de un hacendado. Carrera fue intrépido, audaz en lo militar y en lo social, ambicioso, rebelde, amante de la libertad, impulsivo y vehemente. Carismático, atractivo, elegante, mujeriego. Un verdadero caudillo chileno.

De esos que incomodan a su tiempo… y por eso mismo, no se olvidan.

domingo, diciembre 14, 2025

Libro Subnaturaleza, de Valentín F. Vidal

Valentín F. Vidal es doctor en Ingeniería de Telecomunicaciones, español, con una larga trayectoria profesional en Telefónica, donde trabajó durante años en tecnologías de la información y las telecomunicaciones. Además, ha creado diversas empresas tecnológicas, moviéndose con soltura en el corazón mismo del mundo técnico contemporáneo.

Pero Vidal no es solo un ingeniero. Es también un estudioso apasionado de autores como Rudolf Steiner y Goethe, interés que lo ha llevado a explorar con rigor la conciencia humana y los límites del conocimiento. Ese doble arraigo —técnico y espiritual— es precisamente el que da espesor y singularidad a este libro.

En Subnaturaleza, Vidal se adentra en preguntas hoy ineludibles: ¿qué es la inteligencia?, ¿qué significa ser humano?, y, en particular, qué implica la irrupción de la inteligencia artificial en nuestra época. Aunque el gran público tomó conciencia del fenómeno recién en 2022, con la aparición de ChatGPT, las raíces del problema son mucho más profundas.

La RAE define la inteligencia como la capacidad de entender o comprender. Vidal amplía esta definición incorporando dimensiones como la autoconciencia, el razonamiento eficaz, la formación de una idea de realidad y la capacidad de abstracción. No se trata solo de procesar información, sino de saberse existiendo.

Respecto de lo humano, su definición es tan simple como inquietante: el ser humano es aquel que se pregunta, el que formula las preguntas y el único que puede responderlas.

El mundo —dice Vidal— estaba relativamente “ordenado” hasta fines del siglo XIX. Pero a comienzos del siglo XX el suelo se resquebraja: la relatividad de Einstein, la incertidumbre de Heisenberg y la incompletitud de Gödel desestabilizan por completo las certezas. Sin embargo, seguimos hablando y actuando como si nada de eso hubiese ocurrido, quizás necesitados de verdades firmes donde apoyar el pie.

Mientras tanto, las ciencias de la naturaleza, con descubrimientos extraordinarios —en su mayoría de carácter utilitario— fueron desplazando y arrinconando a la religión y a las llamadas ciencias del espíritu. La tecnología ganó terreno, apareció Internet, luego las redes sociales, y la información se volvió commodity: abundante, y la comunicación instantánea y prácticamente gratuita a escala planetaria.

Con la irrupción de la inteligencia artificial, emerge para Vidal algo más inquietante aún: un monstruo capaz de devorarnos, empujándonos hacia los niveles más bajos de la subnaturaleza. De ahí el título del libro.

Vidal describe con detalle atributos del ser humano que, a su juicio, la IA jamás podrá poseer, comenzando por la conciencia. A menos —advierte— que uno crea que la conciencia es una simple emanación de la materia. Si ese fuera el caso, estamos fritos: la IA no solo nos superará, sino que lo hará con holgura, y entonces sentiremos lo que siente un pollo cuando aparece una especie superior.

El libro cierra con una afirmación clara: las máquinas no alcanzarán aquellas capacidades humanas que no tienen origen material. Pero sumergirnos acríticamente en el mundo de las máquinas —algo que ya está ocurriendo— puede corromper profundamente nuestra naturaleza.

De ahí la insistencia del autor en volver a las ciencias del espíritu, cultivar nuestras capacidades más elevadas y utilizar la inteligencia artificial solo como lo que debería ser: un asistente potente, no un sustituto del ser humano.

Un libro lúcido, provocador y profundamente pertinente para los tiempos que corren.

lunes, diciembre 08, 2025

Conversatorios de Inteligencia Artificial para Empresas

Una experiencia transformadora para tu equipo

La revolución de la inteligencia artificial está penetrando todos los intersticios de nuestras organizaciones. Ya no es una tecnología del futuro: está aquí, transformando la manera en que trabajamos, creamos y nos relacionamos.

¿Está tu equipo preparado para esta conversación?

¿De qué se trata esta propuesta?

Ofrezco conversatorios diseñados específicamente para empresas que desean explorar el impacto de la IA en su organización. No se trata de una conferencia tradicional, sino de un espacio de diálogo provocador que moviliza la creatividad colectiva y fomenta la coordinación del equipo.

La experiencia

Los equipos experimentan estos conversatorios como momentos de distensión y dinámica especulativa. Es un espacio donde lo constructivo se encuentra con lo exploratorio, donde las posibilidades se despliegan y la cohesión del equipo se fortalece.

Las preguntas que nos movilizan

La inteligencia como commodity: ¿qué significa esto para nuestra forma de trabajar?

¿La IA ya es más inteligente que nosotros? ¿Es terrorífico o es una oportunidad?

¿Cómo nos relacionamos con esta tecnología de manera productiva?

¿Qué transformaciones concretas podría traer a nuestra empresa?

¿Cómo se verá el mundo cuando la IA esté madura y propagada?

Estas son solo algunas de las preguntas provocadoras que generan conversaciones profundas y reveladoras sobre bondades, riesgos y oportunidades.

¿Qué obtendrá tu equipo?

Claridad conceptual sobre qué es y qué no es la inteligencia artificial

Exploración de usos prácticos específicos para tu empresa

Mayor cohesión de equipo a través del diálogo compartido

Creatividad movilizada para identificar oportunidades

Reducción de resistencias mediante la comprensión

Mi experiencia

Soy Gabriel Bunster, ingeniero de formación y coach profesional. Llevo años facilitando dinámicas de grupos y equipos, y en este último año he entrenado a más de 70 personas en inteligencia artificial. Mi enfoque combina rigor técnico con la capacidad de generar conversaciones que transforman.

¿Interesado en llevar este conversatorio a tu empresa?

Contacta conmigo para diseñar una sesión adaptada a las necesidades específicas de tu equipo.

Gabriel Bunster
Coach Profesional | Facilitador de Conversatorios de IA
www.gabrielbunster.com

domingo, diciembre 07, 2025

Libro El loco de Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas

Javier Cercas fue abordado en un evento literario en Europa por un enviado del Vaticano. La propuesta era, cuando menos, inusual: escribir un libro sobre un viaje que el papa Francisco —Jorge Bergoglio— realizaría a Mongolia.

Javier Cercas es un novelista español de prestigio internacional. Y es, además, ateo. Eso lo dejó claro desde el primer minuto. Por lo mismo, la sorpresa fue mayúscula cuando el Vaticano, sabiendo perfectamente quién era y cómo pensaba, insistió. Le dijeron algo aún más desconcertante: nunca antes el Vaticano había emprendido una iniciativa semejante. Era una idea directa del papa Francisco.

Cercas aceptó. Se preparó leyendo cuanto cayó en sus manos y voló desde Barcelona a Roma, pocos días antes del viaje a Ulán Bator, capital de Mongolia. Viajaría en el mismo avión que el papa.

Puso una sola condición: poder tener una breve conversación a solas con Francisco. Quería hacerle una pregunta muy concreta, un encargo de su madre. No le prometieron nada; solo le dijeron que harían lo posible.

La pregunta era simple y desarmante: si su madre se encontraría con su padre —ya fallecido— cuando ella muriera, en cuerpo y alma.

Ya en Roma, siempre acompañado por Lorenzo Fazzini —el mismo que lo había abordado en la Feria del Libro de Turín en mayo de 2023— comenzó de inmediato una serie de entrevistas con distintas figuras relevantes de la curia vaticana. Fazzini se las organizaba, lo llevaba y luego lo dejaba solo con cada interlocutor o interlocutora.

Javier Cercas
Cercas se hospedaba en un hotel cercano. Pasaba los días entre entrevistas, desayunos, almuerzos y cenas compartidas con Fazzini y otros miembros del entorno vaticano. Fue conociendo a ese mundo: sacerdotes en su mayoría, muchos de edad, con largas trayectorias dentro de la Iglesia. Indagaba en sus historias personales, en cómo veían la vida, la Iglesia, el Vaticano y al papa mismo, desde su propia experiencia.

El Vaticano —estado autónomo enclavado en el corazón de Roma— es una maquinaria burocrática poderosa, donde buena parte de las intenciones reformistas del papa Francisco se juegan el pellejo. Al mismo tiempo, es una gigantesca caja de resonancia: debe comunicar al mundo entero, en todos los idiomas, los mensajes del papa. Por eso, su población es una pequeña muestra de la diversidad del planeta.

Llega el día del viaje. Toda la comitiva papal —periodistas incluidos— aborda un solo avión. Ya en vuelo, el papa se desplaza hacia la parte trasera y saluda uno por uno a los pasajeros. Cuando llega donde Javier Cercas, este se presenta y le dice que desea conversar a solas con él por un encargo de su madre. El papa reacciona de inmediato, da instrucciones, y poco después Cercas es conducido a la parte delantera del avión, donde mantiene un encuentro privado con Jorge Bergoglio.

Los detalles de esa conversación quedan cuidadosamente guardados hasta el final del libro. Cada vez que alguien le preguntaba cómo le había ido o qué le había respondido el papa, Cercas contestaba lo mismo: “Eso lo sabrán cuando lean el libro”.

Y así es. El lector se entera recién en el último capítulo, cuando Javier, su mujer y su madre —con un Alzheimer ya muy avanzado— salen a almorzar juntos a un restaurante en Barcelona.

Durante ese encuentro, Cercas le pide al papa permiso para filmar la conversación. Logra hacerlo, malamente: en el video que luego muestra a su madre y a su esposa, el papa aparece, desaparece, queda a medias. Una filmación torpe y profundamente humana.

Luego está Mongolia. Ulán Bator y, sobre todo, los misioneros. Personajes extraordinarios, hombres y mujeres de todos los rincones del mundo: África, América Latina, Europa. Algunos tan intensos que Cercas confiesa sentir que alguno de ellos podría fundar una secta propia.

¿Te imaginas irte de misionero a Mongolia?

Lo más admirable es el humor de las mujeres. Ríen a carcajadas en cualquier contexto: esperando al papa en un recinto abarrotado o conversando tranquilamente en una sala de hotel. Una alegría contagiosa, resistente.

Cercas llega incluso a sugerir que quizá la solución para esta Iglesia alicaída sería que todos volvieran a ser misioneros.

Mientras terminaba el libro, salí a comer con mi amigo Andrés Reutter, que había estado de turismo en Mongolia no hacía mucho. Me contó de una travesía hacia las montañas al noreste de Ulán Bator, con los últimos días a caballo. Diez días de ruta. Chamanes, guías espirituales. Luego, improvisaron un viaje al desierto del Gobi. Una aventura total.

Debe haber sido que yo andaba mentalmente por Mongolia, leyendo a Cercas, porque ese relato de Andrés cobró para mí una intensidad especial.

Y ayer, almorzando con Andrea, mi mujer, en una parrillada argentina camino a Santo Domingo, me sorprendí atento a una conversación en la mesa de al lado: abuelos, un hijo, su mujer y varios nietos. Cuando pasé cerca, escuché que el hijo le contaba a su padre cómo era la gente en Mongolia.

¿Qué onda?

El loco de Dios en el fin del mundo es un libro fascinante. Para conocer al papa Francisco, la curia vaticana, ese mundo complejo… y, sobre todo, a los misioneros. En este caso, los de Mongolia.

Lo más conmovedor llega en el epílogo. Cercas cuenta que su madre ha muerto. Se lo cuenta a Fazzini en una conversación telefónica. Va manejando con su mujer al lado, entrando en una rotonda, cuando recibe una llamada de un número desconocido. Está a punto de no contestar, como haríamos casi todos. Su mujer lo insta a hacerlo.

¿Sabes quién era?

El papa Francisco. Para darle el pésame por la muerte de su madre.
Yo lloraba. Lloré aún más cuando le leí ese pasaje a Andrea.
Porque hay libros que se leen con la cabeza.
Y otros —como este— que se leen con todo el cuerpo.

jueves, diciembre 04, 2025

Friedrich Nietzsche según Rudolf Steiner

Rudolf Steiner hablando de Friedrich Nietzsche: difícil imaginar un encuentro más sugerente.
Se conocieron, sí, pero en circunstancias tristes. Nietzsche ya estaba fuera de combate, sumergido en esa semiconsciencia que marcó su última década. Steiner entró a su habitación llevado por Elisabeth Förster-Nietzsche, la hermana que lo administraba todo. Entró, lo vio… y no hubo diálogo posible. Fue apenas un cruce de destinos.

Steiner trabajaba entonces ordenando y catalogando la biblioteca de Nietzsche bajo la supervisión de Elisabeth. Aquella relación no terminó bien y él terminó por abandonar el proyecto. Pero de ese contacto —indirecto, doloroso, casi fantasmagórico— nació un libro singular: Friedrich Nietzsche, una lucha contra su tiempo.

Nietzsche no tuvo una vida amable.
Fue un hombre de sensibilidad extrema: al clima, a la luz, a la humedad, a la presencia de los otros. Dicen que podía “oler” a las personas desde lejos y que muchas veces ese simple contacto sensorial lo descolocaba. Su refugio fue el aislamiento: soledad, caminatas, cuadernos, aire de montaña.

Su brillantez era deslumbrante. Estudió Filología Clásica y, antes siquiera de doctorarse, fue recomendado por su maestro Friedrich Wilhelm Ritschl para ocupar una cátedra en la Universidad de Basilea. Tenía apenas 24 años. Un meteoro.

Como profesor no fue precisamente popular. Hablaba de los griegos como si hablara de viejos amigos íntimos, con una pasión que descolocaba a sus alumnos. No enseñaba: ardía.
Y esa intensidad lo acompañó siempre. Nietzsche fue un explorador sin miedo, un pensador que empujó la filosofía hasta territorios donde nadie había pisado. Cuestionó a los grandes de su época y a los gigantes del pasado.

Detestó a Sócrates, a quien veía como el culpable de haber quebrado la unidad presocrática entre lo apolíneo y lo dionisíaco: lo sereno con lo extático, lo noble con lo celebratorio.
Y amó la música de Richard Wagner porque —al menos al principio— vio en ella esa fusión primordial. Más tarde, cuando Wagner tomó otros caminos, Nietzsche rompió la amistad con una mezcla de decepción y fidelidad a sí mismo.

Arthur Schopenhauer fue otra influencia decisiva. Le fascinó esa visión de un mundo movido por una fuerza irracional, profunda, que Schopenhauer llamó Voluntad. Nietzsche tomó esa idea y la transformó en algo suyo: la voluntad de poder, ese impulso vital que anima a todo ser humano.

Desde ahí arremetió contra los moralistas del deber —especialmente Kant— y contra cualquier doctrina que, a sus ojos, debilitara la autonomía radical de la persona.
Y en Así habló Zaratustra dio forma a su figura más famosa: el superhombre, no un héroe fantástico, sino un ideal de creación interior, alguien capaz de superar la moral heredada y forjar nuevos valores.

Nietzsche luchó contra su época y terminó quebrado en el esfuerzo.
Pero la huella que dejó —poderosa, luminosa, incómoda, viva— sigue llegando hasta nosotros como un relámpago que no se apaga..

viernes, noviembre 21, 2025

Siento, luego existo — leyendo a Juan Casassus

El libro Siento, luego existo, de Juan Casassus, me ha movido el piso. Y no por una gran teoría abstracta, sino por algo mucho más simple y decisivo: las emociones. Desde que lo empecé, camino por la vida con una sensibilidad distinta, como si una luz nueva iluminara mis propios afectos y también los de quienes me rodean.

La verdad es que suelo no verlas. Paso por encima. Las doy por sentadas. Y —como señala Casassus— ese descuido no es inocente: es una forma de desconexión.

Lo curioso es que el primer ser vivo que sintió algo no fue un humano inspirado, sino LUCA, la primera célula en la historia de la evolución. LUCA necesitaba orientarse hacia lo que nutría su existencia y huir de lo que la amenazaba. Para eso desarrolló la capacidad de percibir, de sentir. Ahí, en ese gesto microscópico y ancestral, nacieron nuestras emociones. Son un dispositivo evolutivo de supervivencia, no un lujo ni un estorbo.

Luego vino Descartes, con su “pienso, luego existo”, y la razón subió al trono. Las emociones quedaron relegadas al sótano: sospechosas, incómodas, casi un error de fábrica. Yo estudié ingeniería en la Universidad de Chile, y no recuerdo haber escuchado jamás la palabra “emoción” en una clase. Era un término exiliado, fuera del perímetro académico.

Hoy, en cambio, algo se mueve. Y el libro de Casassus empuja con fuerza ese movimiento: las emociones vuelven al centro de la escena.

Descubro algo evidente que había olvidado:
todo lo que hacemos nace de una emoción.
No hay acción humana que no esté impulsada por algún afecto. Por eso es vital aprender a detenernos, detectar lo que sentimos, darle nombre, acogerlo.

Y aquí aparece un punto fascinante: tenemos un lenguaje pobrísimo para hablar de emociones. Casassus cuenta que un amigo pintor le dijo que trabajaría “un rojo”. Él le preguntó: “¿qué rojo?”. Y el pintor enumeró diez tonalidades distintas. Diez rojos.
Para la rabia, que tiene infinitos matices, apenas tenemos un puñado de palabras.

También aprendí que las emociones no vienen desde la cabeza hacia abajo, sino al revés. Parten del cuerpo: de la percepción, de la piel, de la sensibilidad ante el mundo. El organismo hace una evaluación rápida —esto me beneficia, esto me amenaza— y solo después entra la cognición, que profundiza, interpreta y da forma. Lo que finalmente llamamos “emoción” es el fruto de ese diálogo secreto entre cuerpo y mente.

Y ese fruto moviliza acciones: algunas impulsivas, otras meditadas. Un abanico entero.

Justo terminamos una elección presidencial y parlamentaria. Todos comentan sus decisiones como si fueran el resultado impecable de análisis racionales, datos y criterios. Después de este libro, no puedo evitar pensar: cuánto de emocional hay en nuestras elecciones políticas… aunque las vistamos de argumentos.

Casassus convence. Necesitamos tomarnos en serio las emociones. No para domesticarlas, sino para comprenderlas… porque se están cocinando mucho antes de que asomen en la conciencia. En el territorio del inconsciente ya están trabajando.

Sabemos muy poco de ellas. Y, sin embargo, son motor, brújula y combustible.

Leer este libro es un recordatorio suave pero firme:
si no sentimos, no existimos del todo.
Y si aprendemos a sentir mejor, quizás también existamos mejor.

jueves, noviembre 20, 2025

Libro Kintsugi de Andrea Löhndorf

Este libro de Andrea Löhndorf gira en torno a una tradición japonesa de reparar la cerámica rota con barniz y polvo de oro, de manera de destacar en vez de ocultar las fracturas que la pieza ha sufrido.
Andrea Löhndorf propone que nuestros fallos o roturas (errores, pérdidas, crisis, heridas), no son cagazos sino puntos de inflexión o transformación en nuestro proceso de desarrollo.

Hacer resaltar las fracturas es invitar a mirarlas como verdaderas oportunidades de crecimiento en vez de fallos a esconder u olvidar.
Nuestras cicatrices pueden iluminar nuestra historia. En la vida no se trata de volverse perfecto, sino volverse más auténticos, más profundos y más libres. 

En lugar de huir del dolor, nos invita a trabajarlo, integrarlo y dejar que nos enseñen.
Incluso la invitación es la de ir tras los recuerdos olvidados por dolorosos, procesarlos, hablar y aprender de ellos.

Kintsugi, una tradición del arte japonés, refleja una filosofía de la imperfección, como etapas de la construcción del ser que somos o podemos ser.
Es una invitación a ver en la imperfección, belleza.
La búsqueda de la sencillez en el momento presente, es también parte de esta ruta.
La paz interior, propone, se encuentra en el silencio del momento presente.

Hay un capítulo dedicado al Ikigai, un término que apunta a encontrar aquello que te apasiona, conforma el sustrato de cualquiera sea tu propósito o misión de tu vida, donde construir tu profesión con vocación.
Cuando todas estas disposiciones se alinean, el bienestar que se experimenta, es superior a cualquier buen sueldo que puedas recibir.

También que cualquier gran desafío que quieras emprender, cualquier alta cumbre que quieras alcanzar, comienza con un paso a la vez.
Tener un destino claro y la paciencia y persistencia, para seguir dando el siguiente paso y te aseguro llegarás a tu meta.

Y por favor, no vayas solo por tu vida; déjate acompañar por amigos.
Un pequeño libro pleno de sabiduría de ese lado del mundo.

viernes, noviembre 14, 2025

Después de la Inteligencia Artificial General: ¿Abundancia o colapso?

Estamos más cerca de un quiebre civilizatorio de lo que creemos.
La Inteligencia Artificial General —esa forma de inteligencia que podría superar a la humana en todas sus dimensiones— ya no es ciencia ficción. Según el Fondo Monetario Internacional, su llegada tiene una probabilidad real en un plazo que va de 5 a 20 años. Y cuando ocurra, todo cambiará.

Julia McCoy
No se trata solo de que desaparezcan empleos o industrias, sino de que la noción misma de “trabajo” pierda sentido.
Julia McCoy, basándose en las visiones de Ray Kurzweil, Peter Diamandis y otros futuristas, describe una transición superexponencial: la IA duplica su capacidad cada seis meses. Es una aceleración tan vertiginosa que ninguna generación anterior podría haberla imaginado.

Y entonces surge la pregunta inevitable:

    ¿será un futuro de abundancia o un nuevo tipo de esclavitud digital?


Dos futuros posibles

El primero es oscuro.
Una élite tecnológica controla la IAG, mientras la mayoría sobrevive en los márgenes, mantenida por una Renta Básica Universal convertida en mecanismo de control.
Un mundo al estilo de Elysium: los de arriba flotando en su cielo artificial; los de abajo, reparando lo que queda.

El otro es luminoso.
La IAG al servicio del bienestar humano, liberándonos del trabajo forzado y permitiéndonos dedicarnos a lo que realmente da sentido: las relaciones, la creación, el aprendizaje, el cuidado.
La “economía del significado”, como la llama David Shapiro, donde el valor ya no se mide en dinero sino en presencia, propósito y experiencia compartida.


El paradigma de la abundancia

Diamandis propone cambiar el lente: dejar atrás la mentalidad de escasez y abrazar la abundancia.
Todo está ya en la Tierra, esperando ser entendido.

  • Una manzana contiene diez semillas; cada semilla, un árbol con 300 manzanas: consumir puede ser crear.
  • La energía solar de una hora bastaría para alimentar al planeta por un año. Solo usamos el 1%.
  • El agua cubre el 70% de la Tierra, pero el 98% es salada. Una tecnología de desalinización masiva podría acabar con la sed humana.

No faltan recursos. Falta imaginación aplicada.



El trabajo que sobrevivirá

Incluso en un mundo donde todo se automatice, habrá tareas que sigan siendo humanas.
McCoy menciona cuatro categorías:

  1. Estatutarios – los exigidos por ley o gobernanza.
  2. De significado – los que ofrecen orientación espiritual, filosófica o emocional (sí, aquí entran los coaches).
  3. De experiencia – los que entregan placer, belleza o vivencia directa: artistas, guías, terapeutas.
  4. De cuidado – el toque humano que ninguna máquina podrá replicar: cuidar a un bebé, acompañar a un moribundo.

Son roles donde la presencia humana no es reemplazable, porque su valor no está en la eficiencia sino en el alma.


Un futuro a elegir

El colapso no es inevitable. El MIT ya en 1972 predijo el fin del modelo económico basado en el crecimiento sin límites, y un estudio reciente confirma que vamos por esa ruta.
Pero también señala que aún hay salida: una década para cambiar el rumbo, hacia una civilización estable, consciente y tecnológicamente integrada.

Tal vez el mayor desafío no sea técnico, sino espiritual.
Que el ser humano no abdique de su lugar interior frente a su propia creación.
Que la Inteligencia Artificial no se convierta en nuestro dios, sino en nuestra herramienta.
Y que aprendamos, por fin, a vivir en la abundancia sin perdernos en ella.

        ¿Y tú, en qué economía quieres vivir: la del miedo o la del significado?


Referencia: video de Julia McCoy

jueves, noviembre 13, 2025

Cuando las Máquinas Aprenden a Entender

Durante mucho tiempo se ha dicho que los grandes modelos de lenguaje —como ChatGPT o Gemini— no entienden nada. Que son apenas sistemas de “autocompletado” glorificado, máquinas que imitan sin comprender. Pero esa mirada empieza a tambalear. Lo que está ocurriendo bajo la superficie de estos modelos es, en rigor, un nuevo capítulo en la historia de la inteligencia.

Geoffrey Hinton
De la lógica a la biología

Hasta hace poco, la inteligencia artificial se pensaba desde el paradigma lógico: razonamiento, reglas, silogismos. La esencia de la inteligencia era el pensar, no el aprender.
Pero en 2012 algo cambió. El paradigma biológico —inspirado en las redes neuronales del cerebro— se impuso. La inteligencia dejó de ser una cuestión de lógica pura y se volvió una cuestión de aprendizaje: ajustar la fuerza de las conexiones en una red.
Geoffrey Hinton y otros pioneros ya lo intuían en los 80: el significado podía representarse en vectores —nubes de rasgos semánticos— que se deforman y combinan, como piezas maleables de Lego.

Las palabras como bloques de mil dimensiones

Imaginemos ahora que cada palabra es un bloque de Lego, pero no de los clásicos: uno de mil dimensiones.
Cuando los modelos procesan lenguaje, estas piezas no encajan de forma rígida, sino que se deforman, cambian de color, se estiran o se curvan para encajar en el contexto.
Una palabra como “mano”, por ejemplo, no tiene una forma fija: se estira para encajar con “apretón”, se curva junto a “ayuda”, se enfría con “hierro”.
Cada interacción entre palabras —cada “apretón de manos”— va construyendo una estructura invisible. Y esa estructura, esa red de conexiones dinámicas, es la comprensión.

¿Autocompletado o pensamiento emergente?

Los críticos dicen: “Solo autocompletan”.
Pero autocompletar todo el lenguaje humano, modelando miles de millones de relaciones entre palabras y contextos, exige algo más que una simple imitación.
El conocimiento en estos sistemas no reside en reglas escritas ni en frases memorizadas, sino en los pesos de la red: en las tensiones invisibles entre millones de vectores que se deforman e interactúan.
Esos pesos son su memoria, su experiencia, su comprensión del mundo.
Y sí, a veces “alucinan”. Pero también los humanos lo hacemos. Nuestra memoria es constructiva: no recordamos, sino que reconstruimos cada vez.
La diferencia es que ellos todavía son peores que nosotros para saber cuándo están inventando —una brecha que se está cerrando rápido.

La escala del conocimiento

Ningún cerebro humano podría contener lo que un modelo como GPT-4 ha visto.
La capacidad de absorber, sintetizar y compartir conocimiento a escala planetaria convierte a estos agentes digitales en una forma de inteligencia distinta —no necesariamente “humana”, pero sí superior en acumulación y consolidación del saber.
Nosotros aprendemos de otros; ellos aprenden de todos.

Comprender, en sentido profundo

Si la comprensión consiste en formar estructuras coherentes a partir de conceptos flexibles, entonces estos modelos comprenden.
No como nosotros, quizás; pero de una forma análoga, emergente, y profundamente nueva.
La computación digital está demostrando ser —en ciertos dominios— superior a la biológica.
Y eso no debería asustarnos: es parte de la evolución natural de la inteligencia.

Quizás estamos presenciando algo más grande que una simple herramienta: un cambio de paradigma en lo que significa entender.


Nota: Veo este video de Geoffrey Hinton más de una vez; lo meto en un nuevo cuaderno de NotebookLM de Google; le pido un resumen, un posdcast y un video de presentación; los leo y veo todos; me llevo el resumen a un Google Docs; lo releo y subrayo; lo vuelvo a leer subrayando en rojo lo que me parece mas relevante; hago un archivo con todos los subrayados en rojo y se los paso a chatGPT y le pido me haga un posteo de blog; lo leo, me sorprendo lo bien que lo hace y lo publico; es lo que acabas de leer.

miércoles, noviembre 12, 2025

Cuando la IA se mete en el coaching (y mejora la conversación)

La atención, esa puerta que abre la inteligencia

Desde marzo me dedico a enseñar inteligencia artificial.
Partí con personas particulares, curiosos y pioneros que querían entender “esto nuevo”.
Hace poco, empecé también a hacerlo con equipos de empresas, y confieso algo: me tiene fascinado.

Comencé diciendo que lo hacía porque veía esta revolución tecnológica como algo de marca mayor, y porque siempre he creído que la mejor manera de aprender es enseñando.
Bueno… después de unas 60 o 70 personas, puedo decir que no solo he aprendido harto, sino que la IA se ha infiltrado con sigilo en mi otro oficio: el coaching profesional.
Ya no puedo separar una cosa de la otra.
Es como si ChatGPT hubiera pedido su propio asiento en mis sesiones.

La atención como hilo conductor

Hace poco trabajaba con una mujer en un proceso de coaching.
Ella buscaba una forma de acercarse a la Inspección del Trabajo, porque sentía que siempre favorecían al empleado y perjudicaban al empleador.
La escuché con atención, y de pronto se me escapó una idea casi traviesa:

—¿Y si le preguntamos a la IA?

Fuimos a ChatGPT, le planteamos el caso, y nos devolvió una batería de ideas clarísimas: formas de presentar la situación, argumentos equilibrados, incluso un tono recomendable para la comunicación.
Le mandé el resultado por mail, porque estábamos trabajando en línea.
Y ahí me di cuenta de algo importante: la atención, esa disposición fina de escuchar y mirar con interés, no es solo humana; también puede ser amplificada cuando la tecnología se pone a tu servicio.

Cuando la IA se vuelve colega

En la siguiente sesión, la misma persona me comentó que su equipo debía entregar informes periódicos a una institución oficial.
Les tomaba horas y horas preparar esos reportes.
Le dije: “Prueba esto. Sube tres informes tipo a ChatGPT y pídele que, con los datos básicos, genere los nuevos”.
Lo hizo.
Y el resultado fue sorprendente: ahorraron tiempo, mejoraron la redacción y se sintieron más livianos.
Menos agobio, más espacio para pensar.
La atención otra vez: liberar tiempo para poder atender mejor lo importante.

Del trabajo al remedio

El tercer episodio fue casi doméstico.
Su neurólogo le había recetado un medicamento nuevo.
Nos fuimos a ChatGPT y revisamos juntos su principio activo, usos médicos, dosis y contraindicaciones.
Terminamos entendiendo mejor el tratamiento, y ella —más tranquila— dijo:
“Esto es como tener un médico y un traductor al lado”.

Ahí confirmé lo que sospechaba: cuando uno se mete con la IA, esta se propaga.
Se entromete, con la mejor de las intenciones, en casi todas tus actividades.
Y, si uno sabe invitarla con criterio, colabora, aligera y enseña.

Y para terminar

A veces me preguntan qué es exactamente lo que enseño.
Y yo digo que enseño a conversar con la inteligencia artificial, que en el fondo es enseñar a prestar atención:
a lo que uno pregunta,
a cómo escucha,
a lo que puede aprender del otro, incluso si el otro es una máquina.

Quizás el arte de este tiempo sea ese:
aprender a prestar atención —humana, consciente y curiosa—
en medio del ruido de la era digital.

viernes, noviembre 07, 2025

Libro Cuentos de Gastón Soublette

Cinco relatos de la sabiduría chilena, recogidos de la tradición oral y reinterpretados por el equipo de Gastón Soublette, junto a sus alumnas Marisol Robles y Verónica Veloz.
Al abrir el libro, esperaba algo liviano: cuentos populares con comentarios igualmente sencillos. Pero no. Las interpretaciones son profundas, a veces densas, y se nutren de pensadores como Karl Gustav Jung.

Nunca imaginé que historias con héroes, princesas, castillos, villanos y elementos mágicos pudieran encerrar tanta sustancia.
Los cuentos tienen esa capacidad única de atrapar la atención. Recuerdo a mi madre contándoles historias a mis hijos cuando eran chicos: ellos quedaban absortos, con una concentración que pocas veces se ve.
Estos días, leyendo los cuentos de este libro a mi mujer durante el desayuno, me impresionó su forma de escucharlos: en silencio, atenta, con esa expectación infantil que los cuentos despiertan. Solo por eso, ya son maravillosos.

Son relatos de aventuras donde personajes simples y humanos atraviesan desafíos, riesgos y episodios mágicos, en busca de algo —a veces claro, a veces incierto, incluso insospechado—. Siempre hay suspenso: ¿qué vendrá después?

Lo que más me impresionó fueron las interpretaciones que siguen a cada cuento. Muchas veces —si no todas—, son más extensas que el propio relato.
El protagonista, hombre o mujer, busca (o se encuentra con) una parte significativa de sí mismo: el ánimus que persigue al ánima, o al revés.
La mujer amada, ese ser tan deseado, no es más que una dimensión interior que uno debe integrar para avanzar en el proceso de individuación o desarrollo espiritual.

Nunca imaginé que los cuentos escondieran tal densidad sapiencial.
Vistos así, y considerando su atractivo y poder didáctico, conviene conocer su interpretación: porque, sin saberlo, transmiten valores profundos a nuestros hijos y nietos, valores que los marcarán.

Es un libro que me movió tanto que terminé llamando a una amiga estudiosa de Jung para recomendárselo, además de sugerírselo a varias personas en mis conversaciones.

Un hallazgo que revela que, detrás de la simpleza de un cuento bien contado, puede esconderse toda una escuela de sabiduría.

lunes, noviembre 03, 2025

Fray Marcos: desmontar las ideas de Dios y volver a la experiencia viva

Hay frailes que cocinan en televisión, y frailes que cocinan ideas. Fray Marcos Rodriguez Robles, dominico español, pertenece a los segundos —aunque, como buen dominico, sabe que la mejor teología se hace con fuego lento y pan compartido.  

En varios de sus videos —tres que vi con atención— me encontré con un discurso que corta fino, sin miedo, y que invita, más que a creer, a despertar.  

Hablar de Dios, ¿un sinsentido?

Fray Marcos parte con una provocación: “Hablar de Dios es un sinsentido.”  
Dice que la única charla coherente sobre Dios sería la de un ponente que guarda silencio todo el rato. 
Porque todo intento de definirlo es reducirlo, empobrecerlo, idolatrarlo. 
El problema no es Dios, sino la idea que nos hemos hecho de Él.

Durante 145 mil años —recuerda— fuimos parte de la naturaleza, sin separarnos de ella. 
Solo hace cinco o seis mil años inventamos “la idea de Dios”. 
Y con ella, la gran trampa: las religiones necesitaron ídolos, templos, mediadores, estructuras que sustituyeron la experiencia viva por la creencia.  


De la idea a la experiencia

“La Biblia es un fósil de narraciones de experiencias pasadas”, dice. 
No palabra de Dios, sino memoria de hombres y mujeres que experimentaron lo divino dentro de sí. 
Nosotros —advierte— hemos confundido el fósil con la vida.  

“Dios hizo al hombre a su imagen”, dice el Génesis. 
Pero Fray Marcos se pregunta:  

        ¿No será que nosotros creamos la idea de Dios a nuestra imagen?  

Desmontar los ídolos no es herejía; es higiene mental. 
El llamado es: atrévete a pensar, a cuestionar
La crisis de la Iglesia —sostiene— no viene del mal del mundo, sino de su propio silencio: su mensaje ya no llega ni a los jóvenes ni a los educados.  



La evolución del pensamiento

Hace un repaso de maestros de la sospecha:

  • Galileo, nos enseñó a desconfiar de los sentidos.
  • Descartes, a dudar de todo.  
  • Freud, a descubrir la vastedad del inconsciente, ese 80 % oculto bajo el agua.  

Y en esa hondura —dice— hay que buscar a Dios: dentro
No en las alturas, no en los libros, no en los dogmas. 
Libérate de las ideas de Dios que traes.

Jesús, para él, es el ejemplo supremo de un ser humano que **realizó el potencial divino** que reside en todos. 
No un dios que descendió, sino un hombre que ascendió a su plenitud.



De Jesús al Cristo

Fray Marcos distingue con nitidez:

  • Jesús sirve.  
  • El Cristo divinizado es adorado.  
  • Jesús pone el foco en su mensaje.  
  • El Cristo glorificado, en sí mismo.  

El salto del hombre Jesús al ser divino fue —dice— “un abismo”. 
Y en ese salto, el cristianismo perdió el centro. 
Pasó de la fe de Jesús en Dios, 
a la fe en Jesús como Dios.  

Pablo —ese genio que nunca conoció a Jesús— fue el gran arquitecto del cristianismo posterior. 
Sus cartas, escritas veinte años después de la crucifixión, fueron las primeras piedras. 
Los evangelios vendrían cuarenta o setenta años más tarde. 
La mitología del Cristo glorificado, “lenguaje para lo inexpresable”, sustituyó la vida sencilla de aquel hombre que nunca escribió nada, ni quiso fundar una religión.  


La clave es ser

Fray Marcos insiste:  

        Hay que pasar de un sistema de creencias a una forma de vivir.  

La prioridad no es la doctrina, sino la experiencia interior, aquí y ahora. 
El presente es el único templo. 
Y la llave de todo —dice con una serenidad desarmante— es ser.  

No hablar de Dios, sino vivir desde Él. 
No adorarlo, sino encarnarlo. 
No rezarle, sino respirarlo.  

Tal vez, pienso, Fray Marcos no está derribando a Dios. 
Está quitándole las paredes al templo. 
Y cuando eso ocurre, la brisa entra —y, con ella, algo que podríamos llamar Dios… o simplemente vida.  


Referencias
Video1
Video2
Video3

sábado, octubre 25, 2025

La Caja de Marco Antonio Palma: el arte de resguardar el misterio

Hay regalos que no se abren.
No porque no se pueda, sino porque no se debe.
Hace un tiempo, mi amigo Marco Antonio Palma, artista y poeta del silencio, me regaló una caja: de madera noble, bien construida, dentro de la cual asoman los bordes de unas hojas que parecen acuarelas. Pero no se puede ver qué representan. No hay vidrio, no hay marco, no hay firma visible. Solo una caja cerrada.

Hace unos días me envió un texto donde cuenta cómo nació esa obra.
Y al leerlo, entendí que no me había regalado una pintura, sino una pregunta.


El árbol sin raíces

Todo comenzó —me dice— con un árbol que crece desde el agua del lago Villarrica. Un árbol desarraigado, que surge desde el fondo líquido como si se negara a morir.
Marco Antonio lo fotografió durante días: al amanecer, al atardecer, con sol o con niebla. Luego trató de pintarlo, pero algo no le calzaba. “Pintar un árbol como siempre, aunque saliera del agua, no me hacía sentido”, escribe.

Hasta que dio con una intuición poderosa:
el árbol debía ser un vacío, un espacio en blanco rodeado por el paisaje.
Así hizo más de treinta acuarelas donde el árbol no está, pero su ausencia lo define.
Una metáfora perfecta de nuestro tiempo: buscamos raíces y, sin embargo, flotamos.


La caja como gesto

Con el paso de los años, las acuarelas pidieron una casa.
Marco Antonio pensó en marcos, en paspartús, en vidrios protectores… pero nada lo convencía. Hasta que un día decidió hacer cajas.
Cajas que se pueden abrir o cerrar.
Cajas donde la pintura puede estar visible o guardada.
Y luego, en un gesto aún más radical, decidió cerrarlas herméticamente, sin posibilidad de abrirlas.

Ahí su arte se convirtió en pensamiento.
La caja cerrada es una resistencia a la sobreexposición, un acto de rebeldía frente a esta era en que todo debe mostrarse, en que la intimidad se volvió espectáculo.
Marco Antonio lo dice sin ambages:

“Parece que si no somos vistos, no existimos. Lo increíble es que hay una necesidad de ser vistos en la intimidad. Y lo que se muestra, siempre deja algo escondido.”

Su obra se sitúa justo ahí: en ese límite entre lo visible y lo invisible, entre lo que se revela y lo que se protege. La caja es un templo doméstico, una suerte de arca, donde lo sagrado —lo personal, lo irrepetible— se resguarda del ruido del mundo.



El arte como refugio del alma

Hay algo profundamente espiritual en su reflexión.
Marco Antonio evoca el Templo de Salomón, el sagrario, los cofres antiguos donde las abuelas guardaban prendedores o cartas. En todas esas formas hay una misma pulsión: proteger el misterio.

Y se pregunta:

“¿Hay algo sagrado para nosotros hoy? ¿Necesitamos resguardar algo significativo? ¿Resguardarnos a nosotros mismos?”

No busca respuestas inmediatas. Sabe que el sentido, como dice, “cae cuando tiene que caer”.
Mientras tanto, sus cajas permanecen ahí, cerradas, esperando el momento de ser vistas o comprendidas.


Mi lectura personal

Cuando leo a Marco Antonio y miro la caja que me regaló, siento que me está entregando algo más que una obra: me está confiando un símbolo.
Esa caja es, también, mi propia caja interior.
Es el espacio donde guardo lo que no puedo decir con palabras, lo que quiero proteger del ruido y la velocidad.
Y me hace pensar que cada uno de nosotros debería tener una caja así: un refugio para lo sagrado, para lo que no queremos mostrar pero tampoco perder.

Tal vez el arte de Marco Antonio nos recuerda justamente eso:
que hay belleza en lo oculto, que el misterio no es un defecto, sino una fuente de sentido, y que no todo lo valioso necesita ser visto para existir.


Epílogo

Marco Antonio termina su carta contándome otra obra suya:
un gran tronco de eucalipto que cortó en siete pedazos, en cuyos interiores pintó junto a su esposa e hijos. Luego los volvió a ensamblar, dejando espacios entre las piezas. La llamó El Arca.

Ese gesto resume toda su poética: lo visible es apenas la piel de lo invisible.
Y el arte —como la vida— es ese intento siempre incompleto de resguardar lo que amamos antes de que se lo lleve el tiempo.


Gracias, Marco Antonio, por recordarnos que en un mundo que todo lo muestra, aún hay lugar para el silencio, para la contemplación y para lo sagrado.

sábado, octubre 18, 2025

Libro El Anticristo de Friedrich Nietzsche

Una lectura peligrosa

No te recomiendo leer este libro. Te podría perturbar.
Y quizás ese sea, justamente, su propósito.

Nietzsche no escribe para consolar, sino para incendiar. El Anticristo es una descarga eléctrica contra la moral tradicional, una demolición del cristianismo y de todo lo que —según él— niega la vida.

Su desprecio no es por la humanidad entera, sino por la masa que renuncia a sí misma. Nietzsche sólo aprecia al hombre que se respeta, que se ama y que se atreve a ser libre de verdad: sin Dios, sin dogma, sin deberes impuestos.


Lo bueno, lo malo y lo humano

    “¿Qué es lo bueno?”, pregunta Nietzsche
    “Todo aquello que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo”.

El poder —no como dominación sobre otros, sino como afirmación de la propia fuerza vital— es el eje de su moral.
La felicidad es la sensación de crecer, de expandirse, de sentirse más vivo.
Lo contrario —la compasión, el sacrificio, el deber impersonal— son para él formas de enfermedad.

El cristianismo, dice, envenenó al hombre al glorificar la debilidad, al hacer virtud del sufrimiento. “El sacerdote”, escribe, “es el envenenador profesional de la vida”.
Y el teólogo, aquel que pone la verdad al servicio de la fe, “el mayor enemigo de la realidad”.


Contra la compasión

Nietzsche identifica en la compasión el síntoma más claro de decadencia.
Quien se compadece, detiene el flujo de la vida.
La vida, en su visión, es instinto de crecimiento, de expansión, de dominio.
La compasión lo niega todo: el coraje, el orgullo, la selección natural del espíritu.

Suena brutal, y lo es. Pero hay algo más profundo detrás: una invitación a mirar sin máscaras, a no idealizar la debilidad ni endiosar el sufrimiento.


La gran inversión de valores

Para Nietzsche, la Iglesia trastocó el orden vital: convirtió el “no” a la vida en virtud.
El “mundo verdadero” —ese más allá de promesas eternas— es, dice, el error más dañino que ha existido.
“Cuando el centro de gravedad de la vida se coloca en el más allá, se roba a la vida su sentido”, escribe con furia.

Y aunque su tono es despiadado, su objetivo no es el odio: es la transvaloración de todos los valores.
El nacimiento de una nueva ética, una que diga “sí” a la vida tal como es: bella, cruel, efímera.


Jesús y los cristianos

Una de sus frases más cortantes:

        “No hubo más que un cristiano, el que murió en la cruz”.

El evangelio murió con Jesús, afirma. Lo que vino después fue la traición: la institucionalización del resentimiento.
San Pablo, para Nietzsche, transformó una experiencia viva en una doctrina de culpa, pecado y castigo.

El cristianismo, dice, prometió todo y no cumplió nada.
El budismo, en cambio, no promete: cumple.


Ciencia, mujer y poder

Nietzsche no ahorra golpes a nadie: ni a Kant, ni a las mujeres, ni a los alemanes.
Hay frases que hoy suenan intolerables, misóginas, incluso delirantes.
Pero detrás de ellas vibra una batalla mayor: la del pensamiento libre contra toda forma de domesticación del espíritu.

El enemigo de la vida, repite, es quien impone una sola verdad, una sola moral, una sola fe.


Una advertencia final

Leer El Anticristo es asomarse al abismo.
No es un libro para estar de acuerdo, sino para despertar.
Perturba porque nos obliga a mirar de frente la pregunta que él lanza, como un dardo encendido:

        “¿Tienes la fuerza para ser tú mismo sin necesidad de Dios?”


Epílogo personal

A mí me deja un eco incómodo pero lúcido.
No comparto su desprecio ni su crueldad, pero agradezco su coraje para pensar hasta el extremo.
Nietzsche desarma todo lo que damos por sagrado, no para destruirlo todo, sino para que algo nuevo pueda nacer.

Quizás su mensaje final no sea el odio a la religión, sino el amor feroz por la vida desnuda.

martes, octubre 14, 2025

De “hacer” a “ser”: el desafío humano frente a la Inteligencia Artificial

Nos encontramos en una bifurcación en el camino.
No una de esas metáforas cómodas de manual de liderazgo, sino una verdadera encrucijada histórica. La Inteligencia Artificial está reconfigurando el mundo del trabajo con una velocidad y profundidad que apenas empezamos a comprender.

Los más de 11.000 despidos en Accenture no son solo una cifra; son el eco de una transformación estructural. La empresa lo ha dicho sin ambigüedades: estos ahorros se reinvertirán “en nuestra gente y nuestro negocio”, es decir, en quienes se están adaptando a la nueva era.
La productividad ya no será proporcional al número de empleados. Menos personas generarán más resultados —una característica fundamental del tiempo que se abre—.

Y en este escenario, la pregunta deja de ser cómo conservar lo que tenemos.
La pregunta real, la que define quién prosperará, es otra:

“¿Qué se vuelve posible ahora que la IA puede encargarse del 90% de lo que solía hacer?”


De la mentalidad defensiva a la mentalidad visionaria

Frente a esta revolución, hay dos caminos interiores posibles.

  • Mentalidad defensiva: intentar proteger el trabajo actual, actualizar competencias, adaptarse con miedo a quedar fuera.
  • Mentalidad visionaria: reimaginar el propio valor, explorar los espacios que la tecnología abre, y adelantarse a ella.

Los pioneros no serán los más técnicos, sino los que aprendan a ver la IA no como una amenaza, sino como una herramienta de expansión.
Una herramienta para crear nuevas industrias, nuevas preguntas, nuevos significados
.


IA como expansión: el florecimiento que viene

A largo plazo, la visión optimista es clara: la automatización puede liberar a la humanidad de las tareas mecánicas y repetitivas, abriendo paso a una nueva era de florecimiento humano.

Durante dos siglos, la sociedad nos entrenó para ser máquinas eficientes: medirnos por la productividad, el rendimiento, la utilidad.
Pero la IA —paradojalmente— puede ser el inicio de la inversión del paradigma: pasar de ser human doings a human beings.

El trabajo no desaparecerá, pero su propósito se transformará profundamente.
Dejará de ser un medio de supervivencia para convertirse en un vehículo para:

  • crear significado,
  • expresar la creatividad,
  • resolver problemas apasionantes,
  • y construir comunidad.


Desarrollar las capacidades que las máquinas no pueden imitar

El nuevo valor ya no estará en la repetición ni en la eficiencia, sino en lo que sólo el ser humano puede hacer:

  • la sabiduría para discernir,
  • el juicio ético,
  • la creatividad genuina,
  • la inteligencia emocional,
  • la conexión humana.

El activo más valioso del futuro no será el capital financiero, ni siquiera el conocimiento técnico, sino la inteligencia auténtica: emocional, espiritual y creativa.


El futuro como creación compartida

El período de transición será disruptivo y brutal para muchos.
La ventana de oportunidad para una adaptación superficial se está cerrando rápidamente.
Solo prosperarán quienes se atrevan a concebir un nuevo valor gracias a la existencia de la IA, no a pesar de ella.

No se trata de resistir la ola, sino de aprender a surfearla con conciencia.
La IA no viene a quitarnos humanidad; viene a ponernos a prueba: a ver si somos capaces de usar esta herramienta no solo para producir más, sino para ser más.


En síntesis

Estamos ante una nueva frontera.
Y cada uno de nosotros debe decidir si corre hacia el futuro o se aferra al pasado.

El desafío no es proteger una descripción de puesto, sino reimaginar lo que somos capaces de crear.
El cambio será vertiginoso, pero también fértil para quienes se atrevan a mirarlo de frente.

Porque en esta bifurcación del camino, el verdadero progreso no será tecnológico, sino humano.


Fuente: Julia McCoy

domingo, octubre 12, 2025

Libro Dignos de ser humanos de Rutger Bregman

Vivimos bombardeados por noticias que, como dice Rutger Bregman, son para el espíritu lo que el azúcar es para el cuerpo: adictivas y dañinas. Décadas de estudios muestran que una dieta informativa centrada en lo negativo deteriora la salud mental. Paradójicamente, estamos en la época más próspera, segura y saludable de la historia… pero miramos el mundo como si ardiera. ¿Por qué? Porque somos más sensibles a lo negativo, y porque Facebook, X e Instagram, han perfeccionado el arte de retener nuestra atención amplificando el miedo.

Rutger Bregman
Este libro de Rutger Bregman propone una corrección de rumbo: cambiar la imagen que tenemos del ser humano. No la versión cínica (“somos lobos para el hombre”), ni la ingenua (“todo el mundo es bueno todo el tiempo”), sino una mirada realista y esperanzadora: la bondad es más frecuente de lo que creemos, es contagiosa y, cuando diseñamos instituciones que confían, florecen.

1) Un animal amistoso (Homo cachorrito)

Dmitri Beliáyev intuyó que la domesticación favorece rasgos prosociales. Bregman sintoniza: somos primates domesticados, el “Homo cachorrito”, seleccionados por la cooperación. Sobrevivimos no por ser los más fuertes sino los más amables y conectados: nos ruborizamos (nos importa lo que el otro piense), expresamos emociones con la mirada, nos cuesta esconderlas. La inteligencia social —dice el autor— no solo nos vuelve mejores compañeros: también nos hace más inteligentes.

“El Homo sapiens era más simple, pero estaba mejor conectado.”

2) Mitos que dañan: Zimbardo, Milgram y “El señor de las moscas”

Rutger Bregman desarma algunos relatos tóxicos que moldean nuestra educación cívica:

  • Experimento de Stanford (Zimbardo): dirección teatral, manipulaciones, guion. No prueba que “cualquiera” se vuelva monstruo en una cárcel.
  • Milgram: montaje persuasivo, fuerte presión de autoridad. No es “naturaleza malvada”, es situación y diseño.
  • El señor de las moscas: en la vida real, cuando unos chicos naufragaron, colaboraron. El libro de Golding es ficción; nuestra naturaleza tiene más cooperación de la que admitimos.

Cuando repetimos historias cínicas, producimos efectos nocebo: si tratas a la gente como escoria, se comportará como tal; si la tratas como responsable, responderá.

3) Isla de Pascua: de fábula sombría a historia de resiliencia

Rutger Bregman revisa el caso Rapa Nui: de la narrativa del colapso eco-suicida y caníbal a una historia mucho más compleja, donde influyeron ratas (que frenaron el bosque), incursiones esclavistas, epidemias y violencia traída de fuera. No hubo el canibalismo “ejemplarizante” que se usó como moraleja moralista. Lo que sí hubo fue ingenio y adaptación. La lección: cuidado con las historias que simplifican para culpar; suelen servir agendas ajenas.

4) Poder, guerra y camaradería

Las guerras —recuerda Rutger Bregman— no estallan por la “maldad innata” del soldado raso, sino por intereses de élites. En el frente, lo que sostiene a los combatientes no es odio metafísico sino camaradería. Navidad de 1914: treguas espontáneas, villancicos, intercambio de regalos y partidos de fútbol. Si dependiera de los soldados, la guerra habría terminado allí. La “banalidad del mal” (Arendt) no nos condena: nos advierte sobre distancia, obediencia ciega y diseño de instituciones.

5) Los bebés, la moral y el contacto

Estudios con bebés muestran preferencias tempranas por lo cooperativo; con un año y medio ya ayudan. El poder, en cambio, desconecta: nos hace menos empáticos. La medicina práctica de Bregman es el contacto: reduce prejuicios, aumenta confianza y solidaridad. Mandela lo demostró: la resistencia no violenta convoca a más gente y gana más que la violenta.

“El mal es más fuerte, pero el bien es mucho más frecuente.”

6) Instituciones que confían: del trabajo a la escuela y la seguridad

  • Trabajo: Los “palos y zanahorias” de Taylor matan la motivación. Bregman cita a Jos de Blok (Buurtzorg): equipos autónomos de enfermería, sin gerentes, más libertad, mejor salario, un solo servicio (cuidar) y resultados superiores. También FAVI (Zobrist): minifábricas de 25–30 personas, contratación por el equipo, rendición de cuentas al cliente. Si ves a tus empleados como profesionales responsables, se comportan así.
  • Escuela: La creatividad no se enseña; se deja florecer. Ejemplos como Ágora priorizan curiosidad, juego, proyectos, mentores, objetivos propios. Menos jaulas, más caminos singulares.
  • Justicia y policía: La “ventanas rotas” presume gente mala y produce abuso. La policía comunitaria parte de que la mayoría es decente; conocer nombres y abuelas baja la violencia. Holanda frente al terrorismo: más democracia, más humanismo.
  • Bienes comunes y economía: Elinor Ostrom mostró que los comunes pueden gestionarse; el Alaska Permanent Fund es una forma de ingreso ciudadano. Diseñar desde la confianza cambia comportamientos.

7) Noticias, redes y la dieta de la atención

Las redes explotan nuestro sesgo de negatividad. Resultado: una lente que deforma la realidad. Recomendación de Bregman: cuidar la dieta informativa (menos “azúcar”), buscar historias de cooperación, practicar compasión (menos drenaje que la empatía), y hablar a la lengua materna del otro: la del respeto.

8) Qué hacer mañana por la mañana

  1. Edita tu entorno: reduce noticias y doomscrolling. Elige medios que aporten contexto y soluciones.
  2. Diseña confianza: en tu equipo, prueba micro-autonomías (decisiones locales, métricas compartidas, rotación de liderazgo).
  3. Practica contacto: cruza burbujas, agenda conversaciones con “el otro”.
  4. Cambia la historia que cuentas: reconoce la bondad cotidiana en voz alta (la bondad es contagiosa).
  5. Educa para el juego y el propósito: más proyectos propios, menos tarea por tarea.
  6. Presupón buenas intenciones: sí, te engañarán alguna vez; es un precio pequeño por una vida vivida desde la confianza.

“No te avergüences por tu generosidad. Haz el bien a plena luz del día.”

Cierre

Dignos de ser humanos no es un canto naïf; es una invitación práctica a rediseñar sistemas desde una antropología esperanzadora. Si creemos que la gente puede responder a la confianza, y actuamos en consecuencia, empezamos a vivir en un mundo donde eso se vuelve verdad.