martes, mayo 27, 2025

Libro Pensamiento crítico para el tercer milenio de Perlmutter, Campbell y MacCoun

Acabo de terminar Pensamiento crítico para el tercer milenio, de Perlmutter, Campbell y MacCoun, y confieso que ha sido el libro más latoso que he leído en el último tiempo. No sé si estoy perdiendo neuronas, si el exceso de información me ha dañado la atención, o si simplemente me saturé de tanto pensar sobre cómo pensamos.

Perlmutter
El tema del libro es clave: cómo orientarnos en un mundo que parece diseñado para confundirnos. Porque sí, vivimos bombardeados por datos, cifras, titulares, teorías y memes, la mayoría interesados, tendenciosos o derechamente falsos. Lo que antes era una fuente de conocimiento —como las redes sociales o los medios— hoy muchas veces son trampas de distracción al servicio de agendas ocultas (o no tanto).

Los autores no son cualquiera. Saul Perlmutter, Nobel de Física; John Campbell, filósofo y presidente de la Sociedad Europea de Filosofía; y Robert MacCoun, psicólogo social con pergaminos en Stanford. O sea, si estos tres se juntan a escribir un libro, uno se siente casi obligado a terminarlo, aunque tenga que hacerlo como quien se toma un jarabe amargo: porque “hace bien”.

¿La pregunta que tratan de responder? ¿Por qué, aun queriendo, fallamos el blanco? Aunque primero deberíamos preguntarnos: ¿tenemos claro cuál es nuestro blanco? Porque sospecho que mucha gente ni siquiera lo tiene definido. Van por la vida reaccionando más que eligiendo.

Uno de los temas que más me resonó fue el de los sesgos. El sesgo de confirmación, por ejemplo: ese impulso tan humano de buscar solo la información que respalde lo que ya creemos. Y claro, al final terminamos encerrados en burbujas que nos dan más de lo que nos gusta, más de lo que reafirma “nuestra verdad”, y menos de lo que nos hace pensar distinto.

¿Resultado? Cuando nos topamos con alguien que piensa distinto, no entendemos cómo es posible que no vea lo “obvio”. Me da entre risa y pena cuando amigos míos muy de derecha se tiran los platos con sus hijos que son de izquierda (¡y hasta comunistas!), y terminan sin hablarse por años. El algoritmo no solo nos polariza: nos arruina las sobremesas familiares.

El libro también aborda el “ruido”: ese cúmulo de señales que confunden en vez de aclarar. Me reí con el ejemplo de los astrónomos que casi publican un descubrimiento sensacional… hasta que se dieron cuenta de que las “señales del espacio” venían de un microondas, o algo parecido, en el mismo observatorio.

Y cuando hablamos de sistemas colectivos, aparece el otro gran tema: hay personas que, simplemente, quieren que todo se vaya a la cresta. No buscan mejorar nada. Quieren destruirlo todo. Y claro, cuando uno mira lo que ha pasado con colegios emblemáticos como el Instituto Nacional, entiende que hay una lógica de fondo: si creo que el sistema es una mierda, mejor lo reviento antes de que me trague.

¿Exagero? No lo sé. ¿Cómo si no se entiende que Maduro siga en el poder? ¿O que Trump vuelva a la Casa Blanca arrastrando con él un torbellino de aranceles y caos global? ¿O que Putin siga invadiendo y matando sin freno? ¿O que Netanyahu desate una violencia desbocada, que a estas alturas parece venganza más que justicia?

MacCoun
El subtítulo del libro es “Cómo dar sentido a un mundo sin sentido”. Y te digo que, al menos a mí, ese sentido global sigue escabulléndoseme. El personal, lo tengo claro. Pero el del mundo… no tanto.

Eso sí: el libro es necesario. Serio. Rigurosamente documentado. Pero también —y lo digo con cariño— un poco insufrible. Tal vez le faltó una pizca de humor. O tal vez el tema es tan denso que no se puede digerir sin esfuerzo.

Y ojo, porque lo que viene puede ser aún más complicado: con la inteligencia artificial avanzando a pasos agigantados, cada vez será más difícil saber si un video, una foto o una declaración son reales o manipuladas. La distorsión no va a disminuir. Al contrario.

Así que sí, Pensamiento crítico para el tercer milenio es un libro necesario. Aunque leerlo puede sentirse como remar contra la corriente… de datos, de opiniones, de algoritmos, de sesgos… y de nuestra propia confusión.

martes, mayo 20, 2025

Libro Por los ojos del águila de Pablo Rubio

Una mirada desde arriba a la relación entre Chile y EE.UU. durante el fin de la dictadura

Pablo Rubio, destacado historiador chileno, inicia este libro en el contexto de un postdoctorado en Estados Unidos, financiado por las becas Chile de CONICYT. Lo que entrega no es solo historia documentada, sino también una visión panorámica —"desde los ojos del águila", como dice el título— sobre la relación entre Chile y EE.UU. desde 1981 hasta 1994, un período crucial que abarca el ocaso de la dictadura y la transición a la democracia.

El libro parte con la aplicación oficial de la Constitución del 80 y recorre hasta el fin del gobierno de Patricio Aylwin, el primer presidente democrático tras 17 años de régimen militar.

Durante gran parte de ese período, entre 1981 y 1989, Estados Unidos estuvo gobernado por Ronald Reagan, ícono del Partido Republicano. Aylwin asume en marzo de 1990, y buena parte de su mandato coincide con el gobierno de George H. W. Bush, también republicano.

Estados Unidos, como potencia global, suele comportarse como un patriarca entrometido: atento a todo lo que sucede en el mundo, metiendo la cuchara aquí y allá. Así, su relación con Chile —y en particular con Pinochet— debe entenderse dentro de una política exterior más amplia, no como un vínculo bilateral aislado.

Al principio, EE.UU. fue aliado de la dictadura: Pinochet era visto como el salvador que había frenado el avance del comunismo tras el gobierno de Allende. Pero todo cambió cuando la dictadura chilena asesinó a Orlando Letelier —exministro de Allende— en pleno Washington D.C., en 1976. Eso fue cruzar una línea roja. A partir de entonces, EE.UU. dejó de mirar con simpatía a Pinochet, exigiendo esclarecer el crimen, mientras el régimen hacía lo imposible por encubrirlo.

Fue un punto de quiebre: si bien Washington podía tolerar ciertas cosas, no iba a permitir que una dictadura ejecutara actos terroristas en su propio territorio. Desde entonces, comenzó a presionar por una salida democrática en Chile. Y curiosamente, esa salida se dio siguiendo la hoja de ruta escrita en la misma Constitución de Pinochet.

Claro que no todos estuvieron de acuerdo con ese camino. Algunos sectores de izquierda, como el Partido Comunista (con apoyo soviético), el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) —su brazo armado—, el MIR, y más tarde el Movimiento Juvenil Lautaro, optaron por la vía armada. Sin embargo, los vientos internacionales no jugaron a su favor.

En 1989 cayó el Muro de Berlín y poco después se desplomó la Unión Soviética, debilitando los apoyos políticos y financieros de los movimientos revolucionarios en todo el mundo, incluyendo Chile. La Guerra Fría llegaba a su fin y el mundo se convertía en unipolar, con EE.UU. como potencia dominante. Esto también debilitó el discurso anticomunista que había sostenido a Pinochet durante tantos años.

El plebiscito de 1988 fue el golpe final. Pinochet, convencido de que el país no podía prescindir de su mano firme, se presentó como candidato para continuar. Pero el pueblo dijo NO. Y perdió.

El periodo siguiente fue delicado. EE.UU. nombró a Harry Barnes como embajador en Chile, un personaje de peso (al que Pinochet apodaba “Harry el sucio”). Washington estaba decidido a que la transición no se descarrilara, y su embajada mantuvo contacto constante con los partidos de la Concertación, incluso entregándoles información clave mediante sus agencias de inteligencia.

El gobierno de Aylwin, formado por una alianza diversa y no siempre fácil, tuvo como núcleo a la Democracia Cristiana, partido del cual provenían los dos primeros presidentes de la transición. Gobernar en ese escenario no fue tarea simple.
Me llama la atención el foco que pone EEUU en preservar la política económica neoliberal del régimen de Pinochet, durante el gobierno de Aylwin. Algo que está hoy siendo cuestionado.

El libro de Rubio es entretenido y esclarecedor. No solo refresca una historia que muchos vivimos, sino que la enmarca en un contexto geopolítico más amplio, ofreciéndonos esa perspectiva aérea —la del águila— que no tuvimos en tiempo real.

jueves, mayo 08, 2025

Libro El corazón de Heidegger de Byung-Chul Han

Pensar con el corazón (y no con la calculadora)
¿Te ha pasado que estás hablando con alguien y sientes que en realidad solo se están escuchando a sí mismos? Como si tuvieran una radio interna que suena más fuerte que tu voz. Bueno, a Heidegger le habría dolido el pecho con eso. Literal.

Leyendo El corazón de Heidegger, de Byung-Chul Han, me topé con una idea tan rara como luminosa: el verdadero pensar no está en la cabeza, sino en el corazón. Sí, ese músculo que no sabe de cálculos, que no acumula méritos, que no intercambia lógica, sino que vibra, se estremece y se deja afectar por el mundo. ¿Y si pensar fuera más como respirar que como resolver una ecuación?

Lo importante no es qué pienso… sino desde dónde pienso
Han lo dice a su manera: "El pensar nace de un estado de ánimo". Es decir, no pensamos desde un trono racional como pequeños dioses de Excel. Pensamos desde el ánimo que nos habita. Desde la alegría, desde el temblor, desde la angustia o desde la melancolía.

No hay pensar sin emoción, y eso ya cambia todo. Porque si el corazón es el órgano del pensar, la pregunta ya no es “¿quién soy?”, sino “¿cómo estoy siendo ahora?”.

La filosofía, dice Han, es una forma de melancolía
Sí, porque filosofar no es encontrar respuestas, sino dejar que algo nos duela lo suficiente como para que empecemos a pensar en serio. Algo así como cuando te arde una pregunta y no hay tutorial de YouTube que la calme.

Y no se trata de buscar conceptos claros o verdades firmadas por notario. Lo que importa es el estremecimiento ante el simple hecho de existir. Pensar no es tener razón; es dejar que algo nos atraviese, sin defendernos.

El mundo no se conquista: se habita
En un mundo obsesionado con la eficiencia, la productividad y la acumulación (hasta de experiencias), la propuesta de Heidegger suena escandalosa: el pensar no es para producir, sino para contemplar. No se trata de dominar el mundo con ideas, sino de dejarse tocar por él.

Y entonces, pensar se vuelve una especie de escucha radical. No esa escucha ansiosa que busca respuestas, sino una escucha abierta, expuesta, sin abrigo. Como quien se sienta en silencio a ver llover.

¿Y si el verdadero hogar fuera la intemperie?
Heidegger dice que habitamos el ser como quien habita el afuera. Que el verdadero hogar no está en las paredes de seguridad que levantamos con conceptos, planes y estructuras, sino en esa extraña sensación de no saber muy bien dónde estamos, pero igual estar ahí, abiertos.

¿Conclusión?
Si hay una, es esta: el corazón piensa mejor cuando no lo interrumpe la cabeza con su Excel de certezas. Pensar no es producir respuestas, sino dejar que el mundo nos pida otra forma de estar.

¿Será que necesitamos menos coaching de objetivos y más escucha del temblor?
¿Será que las grandes ideas no se encuentran, sino que nos encuentran cuando bajamos la guardia?

Yo no lo sé. Pero hay algo que tiembla. Y eso, dice Han, ya es pensar.


Nota: with a little bit of help from chatGPT, a partir de mis notas del libro.

lunes, mayo 05, 2025

Coaching con asistencia de inteligencia artificial

El otro día, en una sesión de mi servicio de coaching, trabajaba con el gerente general de una pequeña empresa de 40 empleados. Había detectado una situación delicada: una trabajadora estaba robando pequeños objetos, guardándolos en su cartera. La confrontó, le explicó la gravedad del asunto y le señaló que era causal de despido.

Pero poco después, descubrió algo más preocupante: ese tipo de robo discreto no era un caso aislado. Era un comportamiento bastante extendido entre varios empleados. Y ahí surgió la gran pregunta: ¿qué hacer?


Le dije que estaba frente a un desafío importante, pero también frente a una gran oportunidad. Esta situación era terreno fértil para el aprendizaje y el fortalecimiento de su liderazgo. No era solo un tema disciplinario, sino algo más profundo: una cuestión cultural y de valores.

Juntos imaginamos abrir conversaciones grupales dentro de la empresa: reuniones de unas 20 personas, facilitadas por él mismo, donde se hablara del cuidado mutuo, de los objetivos centrales de la organización y de los valores compartidos. Y hacia el final, lanzar una pregunta provocadora: ¿Qué es robar? Porque intuíamos que las interpretaciones sobre ese acto podían ser muy diversas.

Se me ocurrió que sería útil abrir la conversación con un cuento. Algo breve y didáctico que ilustrara el valor de la honestidad. Fue entonces que se me ocurrió ir a la inteligencia artificial, a ChatGPT, y pedirle un cuento adecuado. En segundos, apareció “El robo de las manzanas doradas”. Lo leímos, nos pareció muy bueno, y se lo envié por correo.

Luego, con curiosidad, volví a preguntarle a la IA qué hacer ante una situación como la que estábamos enfrentando. En respuesta, recibí un reporte en cinco pasos que resultó sorprendentemente completo y bien estructurado. Aportaba ideas nuevas y, al mismo tiempo, reforzaba lo que ya habíamos conversado. También se lo envié.

Conversamos también sobre cómo abordar a las personas involucradas en los robos: con respeto, en privado, caso a caso, para comprender las motivaciones y decidir qué hacer con cada situación particular.

Al finalizar la sesión, me quedé pensativo. Esta irrupción de la inteligencia artificial en una conversación tan humana, tan delicada, me pareció valiosa. No como reemplazo del coach, sino como una asistencia moderna, respetuosa y enriquecedora. Una herramienta que suma.

Hoy lo tengo más claro: mis sesiones de coaching están acompañadas por la inteligencia artificial, y eso les da un valor agregado. Es un servicio actualizado, sintonizado con el presente, que abre nuevas posibilidades de reflexión y acción.

sábado, mayo 03, 2025

Materia, Espíritu y Conciencia: Un Puente Cuántico hacia el Ser

¿Somos el dron o el piloto? Una mirada cuántica a la conciencia
Imagina que tu cuerpo es un dron y tu conciencia, la persona que lo maneja desde fuera. Así como el dron percibe el mundo a través de sus sensores, nuestro cuerpo experimenta la vida, pero la verdadera conciencia no reside en la máquina, sino en el piloto: en ese "algo" que está más allá de lo físico.

Federico Faggin
Qualia: la experiencia interna que la ciencia no puede medir
Nuestra experiencia subjetiva -lo que los filósofos llaman qualia- no está en nuestra cabeza, ni en nuestros sentidos, sino en la conciencia misma. Sentir el color rojo, por ejemplo, no es un fenómeno físico, sino una vivencia interna. La ciencia clásica, basada en la medición y la observación, nunca ha podido explicar estos fenómenos, porque simplemente no se pueden medir.

Federico Faggin y la conciencia cuántica
Federico Faggin, uno de los pioneros de la computación moderna, tardó 30 años en comprender que las matemáticas, como lenguaje creado por la conciencia, no pueden describirla completamente. Muchos científicos sostienen que la conciencia es una propiedad emergente del cerebro, pero Faggin discrepa: para él, la conciencia requiere de la física cuántica, de un campo que trasciende la materia.

Según Faggin, la conciencia no es un fenómeno de la física clásica, sino de la física cuántica, donde la información y los campos cuánticos abren la puerta a una comprensión más profunda de nuestra experiencia interior.

El universo interior y la información viva
El físico Giacomo Mauro D'Ariano distingue entre la información cuántica, que describe el mundo interior, y la física clásica, que explica el mundo exterior. Para D'Ariano, la conciencia es una propiedad fundamental e irreductible del universo, más básica que la materia o la energía. Propone que la realidad está compuesta por "seidades": unidades conscientes con identidad y libre albedrío, que se comunican a través de información viva y crean la realidad simbólica que percibimos.

El universo, según esta visión, evoluciona impulsado por el deseo del "Uno" de conocerse a sí mismo, a través de las experiencias de las seidades. La realidad es holística: no puede separarse en partes, y abarca tanto lo clásico como lo cuántico, lo externo y lo interno.

Más allá del espacio-tiempo: el campo de la conciencia
En el campo donde reside la conciencia no existen las dimensiones de espacio y tiempo a las que estamos acostumbrados. Estas son propias de la realidad material y de la física clásica. Si seguimos creyendo que somos solo máquinas, corremos el riesgo de ser controlados por la inteligencia artificial y quienes la manejan. Es urgente cambiar nuestra concepción de lo que somos.

Nuestro cuerpo es una máquina cuántica y física, radicalmente distinta a los computadores. Cada célula contiene la información de todo nuestro cuerpo: somos seres holográficos, conectados con el campo del que formamos parte. Las partículas que nos constituyen aparecen cuando su función de onda colapsa; si no, simplemente no están. A diferencia de los bits informáticos, el bit cuántico no puede copiarse, lo que nos hace únicos.

El ser y el ente: dos realidades entrelazadas
Nuestro cuerpo es el ente; nuestro ser, en cambio, reside en el campo inmaterial. La realidad clásica es determinista, la cuántica es probabilística: puede ser onda y partícula a la vez. Ambas realidades son inseparables, partes de un todo mayor. El colapso de la función de onda es producto del libre albedrío del campo.

En la información cuántica hay sentido y significado; en la información clásica, no. La conciencia y el libre albedrío son fundamentales, y la forma de pensar actual busca controlarlos. Pero nuestro libre albedrío es impredecible, y eso es lo que nos hace realmente libres.

Unir materia y espiritualidad: el legado de Faggin
Federico Faggin busca unir materia y espiritualidad, lo externo con lo interno. Sus postulados se basan en la idea de que el "Uno" -la totalidad de lo que existe- es dinámico, holístico y desea conocerse a sí mismo. Cuando deseamos algo, es el libre albedrío en acción.

Faggin incluso promete demostrar que los árboles son conscientes, lo que probaría que la conciencia no depende del cerebro. Cuando entendamos quiénes somos realmente, la competencia dará paso a la colaboración.

Conclusión:
La conciencia es el gran misterio del universo. No somos solo máquinas; somos pilotos, exploradores de una realidad mucho más profunda y misteriosa de lo que imaginamos. Comprender esto puede transformar no sólo la ciencia, sino la forma en que vivimos, nos relacionamos y evolucionamos como humanidad.


Nota: with a little bit of help from Perplexity; a partir de mis notas de este video