martes, mayo 20, 2025

Libro Por los ojos del águila de Pablo Rubio

Una mirada desde arriba a la relación entre Chile y EE.UU. durante el fin de la dictadura

Pablo Rubio, destacado historiador chileno, inicia este libro en el contexto de un postdoctorado en Estados Unidos, financiado por las becas Chile de CONICYT. Lo que entrega no es solo historia documentada, sino también una visión panorámica —"desde los ojos del águila", como dice el título— sobre la relación entre Chile y EE.UU. desde 1981 hasta 1994, un período crucial que abarca el ocaso de la dictadura y la transición a la democracia.

El libro parte con la aplicación oficial de la Constitución del 80 y recorre hasta el fin del gobierno de Patricio Aylwin, el primer presidente democrático tras 17 años de régimen militar.

Durante gran parte de ese período, entre 1981 y 1989, Estados Unidos estuvo gobernado por Ronald Reagan, ícono del Partido Republicano. Aylwin asume en marzo de 1990, y buena parte de su mandato coincide con el gobierno de George H. W. Bush, también republicano.

Estados Unidos, como potencia global, suele comportarse como un patriarca entrometido: atento a todo lo que sucede en el mundo, metiendo la cuchara aquí y allá. Así, su relación con Chile —y en particular con Pinochet— debe entenderse dentro de una política exterior más amplia, no como un vínculo bilateral aislado.

Al principio, EE.UU. fue aliado de la dictadura: Pinochet era visto como el salvador que había frenado el avance del comunismo tras el gobierno de Allende. Pero todo cambió cuando la dictadura chilena asesinó a Orlando Letelier —exministro de Allende— en pleno Washington D.C., en 1976. Eso fue cruzar una línea roja. A partir de entonces, EE.UU. dejó de mirar con simpatía a Pinochet, exigiendo esclarecer el crimen, mientras el régimen hacía lo imposible por encubrirlo.

Fue un punto de quiebre: si bien Washington podía tolerar ciertas cosas, no iba a permitir que una dictadura ejecutara actos terroristas en su propio territorio. Desde entonces, comenzó a presionar por una salida democrática en Chile. Y curiosamente, esa salida se dio siguiendo la hoja de ruta escrita en la misma Constitución de Pinochet.

Claro que no todos estuvieron de acuerdo con ese camino. Algunos sectores de izquierda, como el Partido Comunista (con apoyo soviético), el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) —su brazo armado—, el MIR, y más tarde el Movimiento Juvenil Lautaro, optaron por la vía armada. Sin embargo, los vientos internacionales no jugaron a su favor.

En 1989 cayó el Muro de Berlín y poco después se desplomó la Unión Soviética, debilitando los apoyos políticos y financieros de los movimientos revolucionarios en todo el mundo, incluyendo Chile. La Guerra Fría llegaba a su fin y el mundo se convertía en unipolar, con EE.UU. como potencia dominante. Esto también debilitó el discurso anticomunista que había sostenido a Pinochet durante tantos años.

El plebiscito de 1988 fue el golpe final. Pinochet, convencido de que el país no podía prescindir de su mano firme, se presentó como candidato para continuar. Pero el pueblo dijo NO. Y perdió.

El periodo siguiente fue delicado. EE.UU. nombró a Harry Barnes como embajador en Chile, un personaje de peso (al que Pinochet apodaba “Harry el sucio”). Washington estaba decidido a que la transición no se descarrilara, y su embajada mantuvo contacto constante con los partidos de la Concertación, incluso entregándoles información clave mediante sus agencias de inteligencia.

El gobierno de Aylwin, formado por una alianza diversa y no siempre fácil, tuvo como núcleo a la Democracia Cristiana, partido del cual provenían los dos primeros presidentes de la transición. Gobernar en ese escenario no fue tarea simple.
Me llama la atención el foco que pone EEUU en preservar la política económica neoliberal del régimen de Pinochet, durante el gobierno de Aylwin. Algo que está hoy siendo cuestionado.

El libro de Rubio es entretenido y esclarecedor. No solo refresca una historia que muchos vivimos, sino que la enmarca en un contexto geopolítico más amplio, ofreciéndonos esa perspectiva aérea —la del águila— que no tuvimos en tiempo real.

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