Camino por un sendero sinuoso que va subiendo este cerro en un día despejado, una brisa mas bien helada, con un paisaje de muchas flores de la temporada de primavera en que estamos.
Mi hija es mi única acompañante que va unos pasos detrás; la he sacado literalmente de la cama, y de algún modo está agradecida pues disfruta igual que yo del paisaje.
Mis pensamientos emergen, vienen y se van.
Imágenes de Sao Paulo, yendo y viniendo, en esos taxis por esas rutas atestadas. Charlas técnicas, exposiciones de experiencias de empresas, conversaciones, cenas, paisajes, lugares, gente.
El mundo de la tecnología va dibujando un mundo ordenado, con tareas que se encadenan en secuencias repetitivas, tejidas y soportadas por tecnología del software, de manera tal que el operar de las empresas, mas parecen maquinarias de relojería fina que otra cosa. Sorprenden las herramientas de supervisión de todo este operar, señales que ponen a la vista las imperfecciones y facilitan la decisión de donde mejorar, de manera que los procesos fluyan con la mejor aerodinámica.
Las personas se van especializando, el conocimiento se va concentrando, y muchas tareas se transforman en operación repetitiva de poca creatividad y alta presión.
Las rentabilidades, por supuesto, suben. Los mas rápidos en tejer la maraña productiva eficiente, compran a los otros, y se van tomando el territorio, en algunos casos a nivel global. Los actores van siendo pocos, y el poder enorme.
Hemos llegado a un pequeño cauce de agua que emerge de la montaña, en torno al cual se ha constituido una vegetación mas robusta; el lugar es delicioso, salvo por la basura que hay por aquí y por allá. Encontramos un saco de esos como de plástico y nos ponemos a limpiar el lugar. Mas tarde figuramos los dos tendidos de espaldas en una explanada que ha sido limpiada de piedras e incluso arada para que crezca ese pasto que nos sirve de colchón, y miramos las nubes blancas que, con el fondo muy azul del cielo, se van deshaciendo hasta desaparecer completamente dejando el cielo totalmente despejado.
La Bienal de Sao Paulo muestra otra vista de la escena humana, una vista que es como un grito de socorro, de la iniquidad, del olvido, de la soledad, del espanto. Una cabeza de acero de enorme tamaño, derrumbada de alguna estatua, es zarandeada, tirada cerro abajo, golpeada, quemada, en una escena que no termina nunca, como si fuera toda una civilización que quiere destruir esa cabeza pensante. El hombre parece a punto de ser devorado por una bestia, representada a la entrada del recinto por un elefante y un tigre que ha alcanzado el canasto donde el jinete se sitúa. Un velero patas arriba parece mostrarnos un mundo patas arriba. Un video de un tipo siendo circuncidado, muestra el contraste entre su mirada impertérrita y lo macabro de la carnicería sobre el miembro masculino.
Me quedo con una muestra fotográfica de innumerables cabañas de veraneo, de retiro, de romance, que han sido creadas con total libertad por sus constructores como queriendo fondearse de este mundo sobresaturado de estrés en un solaz de alma y encuentro de algún tipo. Por ahí respiré, a pesar del guardia que me pidió que diera un paso atrás pues estaba transgrediendo la línea amarilla que limitaba mi acercamiento a esa fantasía.
Llegamos al auto apurados por un llamado telefónico que nos puso al tanto de la hora y nuestros compromisos citadinos.
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