Bárbara, Diego y Cristóbal Bunster |
Internarse en esta, nuestra cordillera, es casi como un acto mágico, en el cual como que los ojos se van despertando de un letargo en que nos pone la ciudad. Es como que de la penumbra y la grisaciedad pasáramos a los colores, la luz y más luz, y flores, y sonidos de agua que corren quebrada abajo, donde hasta el ruido de las piedras que ruedan en el fondo del cauce, emergen de la sordera innata de nuestra vida citadina.
Diego, Bárbara, Gabriel y Cristóbal |
Ese valle por el que rodamos en el yeep de la Bárbara, se abre como las aguas a Moisés, en enormes riscos a lado y lado, con formas y colores de increíble diversidad. El espectáculo es magnífico en todo el trayecto desde que el camino se pone de tierra y deja de ser pavimentado. A la derecha yendo hacia el interior van apareciendo cascadas que animan de movimiento alegre la solidez de los riscos.
Poco más allá de Lo Valdés, o refugio Alemán, sale un camino a la izquierda que cruza un puente sobre aguas caudalosas en empinada pendiente. A la vuelta seguiríamos derecho, para visitar las termas de Colina, con sus pozones de agua caliente, que suben el cerro en terrazas con piscinas barrosas repletas de gente, mucha de ella con sobrepeso y de edad. Un espectáculo sin duda.
Cristóbal, Gabriel, Bárbara, no se, Diego |
Caminamos como hora y media hasta llegar al magnífico espectáculo de la laguna con la pared de hielo de entre 10 y 15 metros de altura del ventisquero que literalmente cuelga desde la elevada cumbre. En la laguna la altura está en la zona de los 3.300 metros sobre el nivel del mar. La altura se siente, especialmente yo a mis 54 años que llegué unos 20 minutos después del primero que llegó a la laguna, que fue Diego.
Ahí descansamos contemplando el paisaje majestuoso, que acercamos con anteojos de larga vista que nos rotamos.
Me di cuenta en ese momento que las patas de pollo que había comprado el día anterior con la Emilia, se me quedaron en el refrigerador. Igual a esa altura no fue mucha el hambre.
Julio Martinich |
En nuestra ruta de vuelta a Santiago hicimos una escala en el Manzano a comernos unas esquisitas empanadas grandes de queso y queso jamón con un par de Quem frambuesa, que fue un festín y una fiesta de disfrute y buena onda.
Deberíamos hacer mas seguido estos paseos dijo Cristóbal y ya empezamos a fijar el siguiente rumbo, que podría ser un ascenso al Pintor por Valle Nevado en La Parva.
Que gran día tuvimos!
Ventisqueros a diestra y a siniestra, y a solo 1:30 horas caminando (luego de algunas horas en auto claro), olvidando en el paso todas las preocupaciones de nuestra citadina vida.
ResponderBorrar“Ese valle por el que rodamos en el yeep de la Bárbara, se abre como las aguas a Moisés,”
ResponderBorrarCon esa exclamación están dichas todas las emociones que vivieron, me pareció muy buena, Gilberto
Que envidia....
ResponderBorrarotro tema
ResponderBorrarTe felicito por tu entrevista en Las Últimas Noticias de Chile hoy,
http://www.lun.com/modulos/catalogo/paginas/2006/03/28/LUCPREC14LU2803.htm?tipoPantalla=1260 realmente top.
Con admiración
Aldo Signorelli
Acti A.G.
Yo quiero que me inviten!!!!!!!
ResponderBorrarPepa.