Javier Cercas fue abordado en un evento literario en Europa por un enviado del Vaticano. La propuesta era, cuando menos, inusual: escribir un libro sobre un viaje que el papa Francisco —Jorge Bergoglio— realizaría a Mongolia.
Javier Cercas es un novelista español de prestigio internacional. Y es, además, ateo. Eso lo dejó claro desde el primer minuto. Por lo mismo, la sorpresa fue mayúscula cuando el Vaticano, sabiendo perfectamente quién era y cómo pensaba, insistió. Le dijeron algo aún más desconcertante: nunca antes el Vaticano había emprendido una iniciativa semejante. Era una idea directa del papa Francisco.Cercas aceptó. Se preparó leyendo cuanto cayó en sus manos y voló desde Barcelona a Roma, pocos días antes del viaje a Ulán Bator, capital de Mongolia. Viajaría en el mismo avión que el papa.
Puso una sola condición: poder tener una breve conversación a solas con Francisco. Quería hacerle una pregunta muy concreta, un encargo de su madre. No le prometieron nada; solo le dijeron que harían lo posible.
La pregunta era simple y desarmante: si su madre se encontraría con su padre —ya fallecido— cuando ella muriera, en cuerpo y alma.
Ya en Roma, siempre acompañado por Lorenzo Fazzini —el mismo que lo había abordado en la Feria del Libro de Turín en mayo de 2023— comenzó de inmediato una serie de entrevistas con distintas figuras relevantes de la curia vaticana. Fazzini se las organizaba, lo llevaba y luego lo dejaba solo con cada interlocutor o interlocutora.
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| Javier Cercas |
El Vaticano —estado autónomo enclavado en el corazón de Roma— es una maquinaria burocrática poderosa, donde buena parte de las intenciones reformistas del papa Francisco se juegan el pellejo. Al mismo tiempo, es una gigantesca caja de resonancia: debe comunicar al mundo entero, en todos los idiomas, los mensajes del papa. Por eso, su población es una pequeña muestra de la diversidad del planeta.
Llega el día del viaje. Toda la comitiva papal —periodistas incluidos— aborda un solo avión. Ya en vuelo, el papa se desplaza hacia la parte trasera y saluda uno por uno a los pasajeros. Cuando llega donde Javier Cercas, este se presenta y le dice que desea conversar a solas con él por un encargo de su madre. El papa reacciona de inmediato, da instrucciones, y poco después Cercas es conducido a la parte delantera del avión, donde mantiene un encuentro privado con Jorge Bergoglio.
Los detalles de esa conversación quedan cuidadosamente guardados hasta el final del libro. Cada vez que alguien le preguntaba cómo le había ido o qué le había respondido el papa, Cercas contestaba lo mismo: “Eso lo sabrán cuando lean el libro”.
Y así es. El lector se entera recién en el último capítulo, cuando Javier, su mujer y su madre —con un Alzheimer ya muy avanzado— salen a almorzar juntos a un restaurante en Barcelona.Durante ese encuentro, Cercas le pide al papa permiso para filmar la conversación. Logra hacerlo, malamente: en el video que luego muestra a su madre y a su esposa, el papa aparece, desaparece, queda a medias. Una filmación torpe y profundamente humana.
Luego está Mongolia. Ulán Bator y, sobre todo, los misioneros. Personajes extraordinarios, hombres y mujeres de todos los rincones del mundo: África, América Latina, Europa. Algunos tan intensos que Cercas confiesa sentir que alguno de ellos podría fundar una secta propia.
¿Te imaginas irte de misionero a Mongolia?
Lo más admirable es el humor de las mujeres. Ríen a carcajadas en cualquier contexto: esperando al papa en un recinto abarrotado o conversando tranquilamente en una sala de hotel. Una alegría contagiosa, resistente.
Cercas llega incluso a sugerir que quizá la solución para esta Iglesia alicaída sería que todos volvieran a ser misioneros.
Mientras terminaba el libro, salí a comer con mi amigo Andrés Reutter, que había estado de turismo en Mongolia no hacía mucho. Me contó de una travesía hacia las montañas al noreste de Ulán Bator, con los últimos días a caballo. Diez días de ruta. Chamanes, guías espirituales. Luego, improvisaron un viaje al desierto del Gobi. Una aventura total.
Debe haber sido que yo andaba mentalmente por Mongolia, leyendo a Cercas, porque ese relato de Andrés cobró para mí una intensidad especial.Y ayer, almorzando con Andrea, mi mujer, en una parrillada argentina camino a Santo Domingo, me sorprendí atento a una conversación en la mesa de al lado: abuelos, un hijo, su mujer y varios nietos. Cuando pasé cerca, escuché que el hijo le contaba a su padre cómo era la gente en Mongolia.
¿Qué onda?
El loco de Dios en el fin del mundo es un libro fascinante. Para conocer al papa Francisco, la curia vaticana, ese mundo complejo… y, sobre todo, a los misioneros. En este caso, los de Mongolia.
Lo más conmovedor llega en el epílogo. Cercas cuenta que su madre ha muerto. Se lo cuenta a Fazzini en una conversación telefónica. Va manejando con su mujer al lado, entrando en una rotonda, cuando recibe una llamada de un número desconocido. Está a punto de no contestar, como haríamos casi todos. Su mujer lo insta a hacerlo.
¿Sabes quién era?
El papa Francisco. Para darle el pésame por la muerte de su madre.
Yo lloraba. Lloré aún más cuando le leí ese pasaje a Andrea.
Porque hay libros que se leen con la cabeza.
Y otros —como este— que se leen con todo el cuerpo.
















