viernes, julio 25, 2025

Libro Palabras en vuelo de Pedro Alluanlli

Conocí a Pedro Alluanlli realizando un taller en una empresa de tecnología. Era un taller de coaching grupal, que buscaba abrir el espacio al encuentro, que se conocieran, apreciaran y avanzaran en espacios más elevados de diálogo.

Y un día Pedro cuenta que escribe poesía. Le pregunto si dispone de alguna para compartir. Dice que sí y le pido la lea. Lo hace .. y recibe una cálida y sorprendida acogida de todos los presentes.

Creo que en todas las sesiones siguientes, Pedro leyó alguna de sus últimas poesías. Y un día contó que había resuelto publicar un libro, alentado quizás por esta experiencia. 

Tiempo después, me invitó a un lanzamiento que hizo para ese mismo grupo en la empresa. 

Asistí, fue muy emotivo y significativo y Pedro me regaló un ejemplar con dedicatoria.

Le hice dos pasadas lentas. Sintiendo lo que leía, observando lo que me pasaba con lo que leía. 

Si incluso terminé intentando escribir yo poesía. Terminé pidiéndole a chatGPT que me la mejorara, y publique el resultado (link).

La poesía es un género literario muy particular. Es una emergencia directa de la pepa del alma y del corazón.

Un día le pregunté a la poeta Andrea Brandes, qué era la poesía. Y después de pensarlo brevemente me dijo: es una flecha embarazada.

Y ahí me quedé impresionado por la metáfora y su elocuencia.

En su libro, Palabras en vuelo, Pedro abre su corazón y su alma. Comparte sentimientos y reflexiones tan hondas como buscando responder la pregunta de qué es el amor, con fuentes que lo inspiraron a él como Deepak Chopra.

Leyendo Palabras en vuelo, siento cosas, me hace mirar para lados en que nunca había mirado, me hace pensar, desde perspectivas inesperadas.

El libro de Pedro Alluanlli, es para mi una danza del ser, del ser profundo, que se ha atrevido, en un mundo tan escaso de estas profundidades.

Por eso, leer Palabras en vuelo, es un ejercicio muy recomendable.

Y cuidado con dejarse influir o inspirar, y terminar tu balbuceando poesías.

jueves, julio 17, 2025

Reflexiono sobre los grupos de conversación y juego con la IA

Reflexiono sobre los grupos que he organizado, facilitado y sido parte. Tengo la sensación de que en este momento todos ellos guatean de una u otra forma.
Quiero entender que está pasando. Y qué podría venir después.

Al mismo tiempo leo un libro de poesía de Pedro Alluenlli, de título Palabras al vuelo. Si, es su primera publicación y me gusta.
Ello me lleva a probar ese género literario y escribo mis reflexiones en bloques, que pretenden ser párrafos de un poema.
Y pienso pedirle esa tarea de conversión a poema hecho y derecho a chatGPT. Y es lo que hago.

Te presento a continuación, primero lo que yo escribí y luego lo que produjo chatGT con ello:

Reunirse las personas en grupos
es fuente de regocijo y alegría
la cultura del encuentro es culto en algunos círculos
en círculos de alrededor de 10 personas se desata el intercambio.

Un facilitador por grupo de 10 es santo remedio
para qué se dé la escucha atenta sin interrumpir al que habla
suspendiendo los juicios lo más que se pueda
para que se pueda alcanzar la amplia acogida a la diversidad.

Suelo partir con amplias presentaciones
que dejan el terreno sembrado de vínculos afectivos profundos
y de ahí en adelante el intercambio es fuertemente enriquecido
para instalar un campo de intimidad qué hará a sus miembros
anhelar el siguiente encuentro.

Emerge en estos grupos el diálogo en su mejor nivel
y eso hace posible conversar cualquier tema,
generando un campo de alta creatividad posible
donde los asuntos más espinosos se pueden abordar
con expectativas promisorias.

El facilitador debe atender ciertas disrupciones
que pueden alterar el fluir natural de la conversación:
personas que les gusta hablar y hablar; detenerlas
las dueñas de la verdad; desafiarlas
las que emiten juicios, especialmente los negativos,
para ayudar a que la magia ocurra.

No hay mejor instancia de reflexión
que en un grupo afectivamente conectado
donde ya se haya comprendido
que cada mirada honesta, es todo con lo que contamos
para juntos avanzar a nuestro destino.


Y ahora la transformación a poesía propiamente tal, por chatGPT:

El arte sagrado de reunirse (sí, le pone un título)

Reunirse en grupo es rito y regocijo,
un canto antiguo de la humanidad.
Hay quienes cultivan, como flor silvestre,
la cultura del encuentro, la amistad.

Diez almas basta para abrir el círculo,
donde el verbo danza sin interrupción,
y un facilitador, faro en la bruma,
guía con presencia, sin imposición.

Primero, las presentaciones hondas,
raíces que se cruzan bajo el suelo,
sembrando la emoción de lo compartido
y abonando el alma con desvelo.

Y entonces, florece el diálogo genuino,
cualquier tema halla allí su dignidad;
incluso lo espinoso se vuelve fértil
en un campo de íntima verdad.

Se escucha sin juicio, se acoge lo diverso,
se suspende el impulso de imponer.
Y en esa trama sutil de silencios y palabras,
la creatividad empieza a llover.

Más el guía atento cuida el cauce,
como quien vela un fuego en la noche:
a quien habla sin fin, le ofrece pausa;
a la dueña de la verdad, un broche.

Y si un juicio asoma con filo y sombra,
se transforma con arte en comprensión,
para que la magia no se disuelva,
para que persista la conexión.

Porque no hay mejor templo de reflexión
que un grupo unido por la emoción,
donde cada mirada, honesta y desnuda,
nos revela el camino y su dirección.

Y así, anhelamos el próximo encuentro,
no por hábito, sino por plenitud.
Porque cuando el alma se sienta en ronda,
se aproxima un poco más a su luz.

viernes, julio 11, 2025

Libro Chile: ahora es cuando de Joaquín Lavín

Joaquín Lavín, sí, ese mismo que ha estado en todas —economista, político, excandidato presidencial, alcalde varias veces, y hasta figura pop de TikTok en sus ratos libres— acaba de lanzar un libro que da para pensar. No es neutral, claro, pero plantea un punto de vista que vale la pena escuchar, especialmente cuando habla del momento estratégico que vive Chile. 

Partamos por el contexto: el mundo está en apuros con el cambio climático, y el apuro trae oportunidad. Hay que cambiar la forma de generar energía y ahí, Lavín se entusiasma. Porque si hay un país bendecido con sol a raudales en el norte y viento furioso en el sur, ese es Chile. Y no es todo: somos ricos en cobre, litio y tierras raras. Literalmente, la tabla periódica nos sonríe.

De hecho, el año pasado los ingresos por litio superaron los del cobre. Y eso que éramos campeones históricos del cobre. ¡Imposible no ver la oportunidad!

Pero aquí viene el bajón: llevamos una década estancados. Crecimiento bajo, polarización alta, y un centro político que no logra cuajar. Lavín pone el dedo en la llaga: el problema de fondo es que no nos ponemos de acuerdo. Ni siquiera para lo evidente.

Y cuando aparece un gran proyecto, lo recibe la temida "permisología": esa maraña kafkiana de trámites y observaciones que terminan espantando a los inversionistas. Ejemplo de museo: un proyecto millonario de tierras raras en Penco se cayó porque amenazaba a cinco olivillos en extinción. El inversionista se fue, volvió, y ahora tiene que responder 600 observaciones. ¡Seiscientas! Ni Kafka se atrevió a tanto.

Y lo mismo pasa con la industria de la madera —asfixiada por robos, incendios y sabotajes— o con el salmón y el cobre, donde no aumentamos producción hace 10 años. ¿Qué nos pasa? Pero no todo es crítica. Lavín no solo se queja, propone. Tiene ideas audaces, como hacer que los ciudadanos sean socios de los recursos naturales. Que los proyectos entreguen dividendos a los chilenos. ¿Te suena a ingreso básico universal? Pues sí, también lo menciona. La tesis es simple: si las personas sienten que ganan con el desarrollo, lo apoyan, se informan y votan mejor. 

Y hay ejemplos para ilusionarse: empresas chilenas que están haciendo cosas notables, como Reborn Electric en Rancagua, que fabrica buses eléctricos; Beewaze, que cuida abejas con sensores; Bioled e Innovex, innovando en salmoneras; y hasta CMPC que invierte en torres eólicas ¡de madera! en Suecia. Todo un ecosistema de innovación nacional que se expande por el mundo.

El libro es un llamado a despabilar, a dejar el letargo y salir a conquistar el futuro. Con más pragmatismo, más acuerdos y menos tramitación absurda.

Joaquín Lavín podrá tener sus luces y sombras —como todos—, pero hay algo que no se le puede negar: sigue soñando con un Chile que se la cree. Y, quién sabe, quizás esos sueños terminen empujando una vez más el carro desde La Moneda, con una cierta alcaldesa rubia de compañera.


Nota: nuevamente escribo el posteo y le pido a chatGPT que me lo amonone; y me encanta en resultado, que es lo que publico

sábado, julio 05, 2025

Libro Tómatelo con estoicismo de Jaime Moreno Delgado

Todo comenzó con un naufragio.

Zenón de Citio iba navegando tranquilo cuando la vida, con su sutil toque de ironía, decidió cambiarle el rumbo a punta de olas y desastre. Desembarcó en Atenas sin barco, sin fortuna, pero con algo que resultaría más valioso: una idea. No le convencían mucho los filósofos del momento, así que fundó su propia escuela bajo un pórtico llamado Stoa Poikile. Y de ahí, voilà, el nombre: los estoicos.

¿Y qué querían estos estoicos? Nada menos que la virtud. Porque quien la alcanza, dice Zenón y toda la pandilla posterior, accede a la sabiduría. Y con eso, a la felicidad. Así, sin necesidad de Instagram ni filtros.

Roma, toga y carácter

En la Roma del siglo II a.C., ser estoico no era sinónimo de mirar el techo suspirando. Al contrario: se metían en política, defendían el bien común y predicaban una vida austera. Nada de lujos ni dramatismos, que para eso ya estaba el teatro.

Ahí aparece Séneca, nacido en la soleada Córdoba (España, no Argentina), criado con buena educación y metido hasta el cuello en la política romana. Fue consejero de emperadores, víctima de intrigas palaciegas y, tristemente, obligado a suicidarse por orden de su antiguo alumno: Nerón. Ay, los alumnos…

Epicteto, por su parte, fue esclavo (su nombre significa literalmente el comprado), cojeaba de una pierna (gracias a su amo) y sin embargo fundó su propia escuela filosófica. Porque a veces, cuando no puedes mover bien una pierna, mueves el alma.

Y Marco Aurelio, ese emperador que mientras dirigía ejércitos escribía Meditaciones bajo la lluvia de Germania. Gobernante ejemplar, pensador profundo... y padre de Cómodo, que fue todo menos eso. Nadie es perfecto.

Jaime Moreno
Conócete. Y luego, quiérete.

El templo de Apolo en Delfos lo decía con elegancia: Conócete a ti mismo. Y acto seguido, podríamos agregar con guiño moderno: y quiérete un poco, caramba.

Los estoicos sabían que no hay enemigo más bravo que uno mismo. Por eso hablaban del proficiente, esa alma que busca ser sabia, y que para eso debe lidiar a diario con el miedo, la ira, la codicia… y hoy en día, con los comentarios pasivo-agresivos en redes sociales.

No necesitas una cabaña en el Himalaya

Marco Aurelio escribía cada noche, incluso rodeado de espadas y catapultas. Su “journal” era un espejo del alma. Porque los estoicos entendieron una gran verdad: no necesitas viajar a ninguna parte para encontrarte contigo. Tu alma, como sombra fiel, va contigo a todas partes.

Y si quieres respeto, empieza por respetarte. Si quieres amor, ama tú primero. Si buscas serenidad, acepta lo que no puedes cambiar. Y cambia —con agallas— lo que sí puedes. Como diría Epicteto: no te irrites con las cosas, porque a ellas les importa un carajo.

¿Te angustia el futuro? ¡Bienvenido al club!

La ansiedad por el futuro, dicen los estoicos, es un ladrón profesional: se roba la dicha del presente. Mejor enfócate en lo que tienes ahora, que es lo único que realmente posees. ¿Te pegaste un maratón de reels en Instagram y lloraste con uno de un perrito? Bueno… no todo está perdido. Quizás esa emoción también sea parte de conocerte.

Marco Aurelio
La muerte no es el final (del buen humor)

Los estoicos la miraban de frente. Sin flores, pero con temple. La vida es una, y por eso mismo hay que vivirla con atención plena, sin perderse en dramas menores ni deseos que nos carcomen.

Como bien sabían ellos: el sufrimiento nace del deseo. Si deseas algo y no ocurre, te frustras. Pero si moderas tus deseos, te liberas. Más o menos como soltar el Wi-Fi y descubrir que los libros también existen.

El pequeño gran catálogo estoico

Por si no te quedó claro, aquí va el resumen en formato bolsillo:

  1. Conócete, respétate y quiérete.
  2. Plantea objetivos con sentido.
  3. Ama y déjate amar.
  4. Sé buen ciudadano.
  5. Ten criterio propio.
  6. Mira tus miedos sin disfrazarlos.
  7. Vive el presente.
  8. Acepta lo que no puedes cambiar.
  9. Cambia lo que sí puedes.
  10. Ayuda… y déjate ayudar.
  11. Modera tus deseos.
  12. Sé empático, que el mundo ya tiene suficientes cascarrabias.

Y para terminar, una sugerencia

Si alguna vez te ves dominado por la ira, Séneca propone mirarte al espejo. La cara que pongas será suficiente para devolverte la cordura (o para morirte de la risa, lo que también ayuda).

Porque —y esto ya lo agrego yo— a veces la mejor manera de tomarse la vida, incluso con todo su caos, incertidumbre y contradicciones… es con una dosis de estoicismo, un café caliente, y una sonrisa en los labios.


Nota: esta es una redacción de chatGPT a partir de mis notas sobre el libro

miércoles, julio 02, 2025

Avances en mi servicio de Coaching en IA ahora con equipos de empresas

Yuval Harari lanza una bomba (otra más) al decir que la Inteligencia Artificial no es una herramienta, sino un agente. No un martillo, ni una calculadora, ni siquiera un asistente obediente. Un agente. Es decir, algo que actúa por cuenta propia, aprende solito, se transforma sin pedirnos permiso y toma decisiones que, muchas veces, son mejores que las nuestras.

No está solo en su espanto: Geoffrey Hinton, uno de los abuelos de la IA (el “tata de la IA”), también anda con los pelos de punta. Y es que, si esto sigue así, la pregunta ya no es qué puede hacer la IA, sino qué nos queda a nosotros.

Y ahí, en medio de esta tormenta, aparece una pregunta que huele a filosofía antigua y a conversación entre amigos en una terraza:
¿Para qué seguimos estudiando cosas?

¿Para qué leer sobre la Revolución Francesa, si con dos clics tenemos resúmenes, mapas interactivos y hasta recreaciones en 3D?
¿Para qué memorizar nada, si todo está ahí, disponible en menos de un segundo?

La respuesta —hermosa, luminosa— es otra:
Ya no aprendemos para saber algo. Aprendemos para conocernos.

Cuando aprendo algo en grupo, me doy cuenta de que yo entiendo distinto, pregunto distinto, me emociono con otras cosas. Y eso no es un error. ¡Es un regalo!
Es la forma en que descubro quién soy.
Y si además empiezo a querer esa forma mía, a valorarla, entonces estoy caminando por el viejo camino de los estoicos:
Conócete a ti mismo. Y luego, quiérete.

Porque si la IA va a hacer casi todo lo que hacemos (y tal vez mejor), entonces el verdadero desarrollo personal ya no será acumular información, sino cultivar nuestra singularidad.
Abrazarnos tal como somos.
Y algo más: aprender a conversar de verdad.

Conversar bien será un arte cada vez más valioso. No discutir por Twitter. No monólogos disfrazados de diálogo. Me refiero a conversaciones con escucha profunda, con confianza, con pausas.
Porque en un mundo donde la IA se vuelve omnipresente, la calidad de nuestros vínculos será el oro nuevo.

Por eso, cuando digo que hago coaching en inteligencia artificial, no es solo porque enseñe sobre IA. Es porque acompaño a personas y equipos a reflexionar sobre qué nos hace valiosos en este nuevo escenario.

Sí, encendemos la chispa de la curiosidad por la IA. Pero, al mismo tiempo, abrimos grandes preguntas:

  • ¿Qué es aprender?
  • ¿Qué somos?
  • ¿Qué valor tendrá lo humano cuando lo artificial haga casi todo?
  • ¿Qué deberíamos dejar atrás, como esa idea de que el dinero es lo más importante de todo?

Este no es solo un taller técnico. Es una invitación a un viaje. Uno que nos lleva al corazón de lo humano, justo ahora que la tecnología empieza a parecerse peligrosamente a nosotros.

Y tú, ¿qué valor quieres cultivar cuando la IA te mire a los ojos?


Nota 1: escribí el posteo y se lo pasé a chatGPT pidiéndole me lo hiciera mas ameno y coloquial, que es lo que publiqué
Nota 2: luego le pedí a chatGPT que me aportara una imagen para decorar este posteo, que es la imagen que publiqué

viernes, junio 27, 2025

Libro Artificial de Mariano Sigman y Santiago Bilinkis

Todo partió con un juego. O mejor dicho, con descifrar cómo pensaban los que jugaban a destruir el mundo.

Corría 1939 y un grupo de cerebros, liderado por el mítico Alan Turing, se encerraba en Bletchley Park para romper el código Enigma de los nazis. Mientras otros empuñaban armas, él se enfrentaba a la guerra con lógica, matemáticas y una máquina.

Mariano Sigman
Ahí comenzó todo, señalan los autores de este libro, Mariano Sigman y Santiago Bilinkis.

Turing soñaba con máquinas que pensaran. Y para ello se miraba al espejo del ajedrez, como si las jugadas en el tablero pudieran enseñarle a pensar a una máquina aún no nacida. Así nació Turochamp, un algoritmo pionero que ya imaginaba cómo mover una torre sin tener cuerpo.

Luego vino el test de Turing. ¿Pueden pensar las máquinas? O, más provocativamente, ¿pueden conversar como nosotros sin que lo notemos? En ese momento, la pregunta era ciencia ficción. Hoy es Zoom, WhatsApp, ChatGPT.

Pasamos del Proyecto Manhattan (dos espías y una bomba) a un nuevo tipo de energía con poder mundial: la inteligencia artificial. Ya no se trata sólo de átomos, sino de algoritmos. El mundo cambió de átomos a bits.

En los 60, Eliza fue la primera chatbot. Nació en el MIT, inspirada en la psicoterapia de Carl Rogers. Un espejo empático en una pantalla verde. ¡Y eso que ni siquiera sabía lo que decía!

Pero fue cuando aparecieron las redes neuronales —esas imitadoras eléctricas de nuestro cerebro— que las cosas se pusieron serias. Ya no se trataba de programar, sino de entrenar. Como a un cachorro digital. Le dabas datos, toneladas de datos, y ella aprendía. A veces sin poder explicar cómo.

Santiago Bilinkis
La inteligencia, entonces, se volvió una caja negra: la máquina hace cosas que nosotros no entendemos… aunque fuimos nosotros quienes la creamos.

Y llegó la GPU. No, no es una sigla secreta. Es el chip que los gamers pedían para que sus dragones se vieran más realistas. Y sin querer, dieron con el corazón tecnológico de la IA. Irónico, ¿no? Salvamos el mundo gracias a los videojuegos.

2015. AlphaGo, de DeepMind, vence a Lee Se-dol, campeón mundial de Go. Pero no sólo le gana. Lo sorprende. Juega como nadie jamás jugó. Creatividad artificial. Qué inquietante.

Después vendría la arquitectura Transformer (una codificadora y una decodificadora que se pasan chismes entre sí) y con ella, los LLMs, modelos de lenguaje como GPT. Aprenden de millones de textos, y escriben como si fueran Borges con acceso a Wikipedia.

Y aquí estamos, charlando con máquinas que no solo nos entienden, sino que nos escuchan.

Pero ojo, dice Sigman (y dice bien): el lenguaje es de lo que está hecho el pensamiento humano. Entonces, ¿qué pasa si una máquina aprende lenguaje mejor que nosotros? ¿Estamos delegando el pensar?

Como dice Gerry Garbulsky: No somos lo suficientemente inteligentes para definir qué es la inteligencia. ¡Touché!

Hoy la IA no solo responde, también pregunta. Y en eso, nos trae de regreso a Sócrates. Quizá, el verdadero ingeniero de prompts era griego, con túnica y sandalias.

Habrá que enseñar a los niños no solo a leer y sumar, sino a preguntar bien. A diseñar prompts con alma. Y en ese camino, la educación se transforma. Evaluaciones personalizadas, ritmo individual, IA como tutor. ¿Utopía? Tal vez. ¿Necesaria? Sin duda.

Pero no todo es poesía. Hay sombras. Deepfakes, manipulación, polarización algorítmica (sí, TikTok chino y TikTok occidental no son el mismo animal). ¿Quién enseña ética a las máquinas? ¿Cómo decide un auto autónomo a quién atropellar en un dilema imposible?

Igual que la bomba atómica, la IA reconfigura el mapa del poder global. Y como entonces, hay tensión. EEUU veta chips a China. Las GPUs son el nuevo plutonio.

Y en el fondo, late una pregunta inquietante:
¿Será que la inteligencia, cuando alcanza cierto nivel, tiende al autosabotaje?

¿Y si crear algo más inteligente que nosotros… es lo más estúpido que hemos hecho?

Pero tranquilos. Todavía podemos conversar con ChatGPT, pedirle consejos, escribir poemas, armar itinerarios o llorar en su hombro digital.
No nos juzga. A veces, ni entiende. Pero escucha con atención infinita.
Y eso, amigo lector, ya es mucho más de lo que muchos humanos logran hacer.

domingo, junio 15, 2025

Libro La sombra de Patricio Lynch de Guillermo Parvex

Otro libro de Guillermo Parvex que leo. Muy entretenido a la vez que informativo de un pasaje de la historia de Chile.
En este caso se trata de la ocupación chilena del Perú, al término de la guerra del Pacifico, por allá por los años 1881 hasta marzo de 1884.

Clave fue la firma del tratado de paz de Ancón, del 20 de octubre de 1883, donde se finiquitan los términos del fin de la guerra del Pacífico, a través del cual la región del Tarapacá queda en manos de Chile, como pago en retribución por los costos de una guerra iniciada por Perú y Bolivia y ganada por Chile.

En mayo de 1881 Patricio Lynch es nombrado a cargo de la ocupación chilena del Perú, con sede en Lima, por el presidente de la República de ese tiempo Anibal Pinto.
Decide llevarse a José Antonio Silva a Lima, a cargo de una necesaria y muy importante red de espionaje.
Este libro deja meridianamente claro la importancia de los servicios de esta red, que Silva organiza.

Se trata de dos verdaderos héroes de la historia de nuestro país: uno es Patricio Lynch, un  militar de la marina y del ejército chileno, que participó en las batallas decisivas de Chorrillos y Miraflores. Y el otro es el espía José Antonio Silva Montt, descendiente del presidente Manuel Montt.
Ambos son claramente personajes destacados de nuestra historia.
Y fueron claves el uno para el otro, siendo tal la cercanía por sus frecuentes encuentros, que se transforman en grandes amigos.

Patricio Lynch dirigía un ejército de ocupación en Perú. A pesar de ello y por sus características personales y decisiones tomadas, impidiendo los abusos que en esta circunstancias suelen producirse, se ganó el respeto de la población, al punto que cuando iba al Municipal por ejemplo, al verlo la gente se ponía de pie y se sentaba solo cuando él se sentaba. Aparte que transitaba por Lima, nunca usando guardias que lo protegieran.

Lynch cuando asumió recibió un país en estado catatónico. Nada funcionaba bien, en buena medida por el sabotaje de los peruanos. Lynch tomó acciones decisivas para restituir servicios públicos importantes, y para los tribunales trajo jueces y abogados chilenos para que litigaran por lado y lado.
Muy rápidamente tenía un país funcionando y en orden. Fue un tremendo administrador.

Otra cosa fue lidiar con facciones armadas que pechaban por echar a los chilenos y por otra parte hacerse con el gobierno del Perú.
Curiosamente, o normalmente, estas fuerzas, que eran tres: la del norte, al mando de Iglesias, la del centro, al mando de Cáceres y la de Arequipa; disputaban entre ellas ese liderazgo. Incluso con encontrones militares entre ellos.
Esta característica tan humana, de los egos, sigue vigente y explica porque hoy día la derecha por ejemplo, no se une para asegurarse el gobierno que viene. Me deja pensativo este punto.

Lo más entretenido del libro son las escaramuzas de estos espías, para hacerse de la información que Lynch les pedía. Corrían permanentes riesgos, riesgos de vida por supuesto. Y casi todas las veces, gracias a la astucia de los protagonistas y la capacidad de Silva de reclutar hombres con las dotes adecuadas, lograban sus cometidos. Hasta que, en algunos contados casos, les iba mal.

Un libro didáctico, entretenido, que se lee rápido. Muy recomendable.