viernes, noviembre 07, 2025

Libro Cuentos de Gastón Soublette

Cinco relatos de la sabiduría chilena, recogidos de la tradición oral y reinterpretados por el equipo de Gastón Soublette, junto a sus alumnas Marisol Robles y Verónica Veloz.
Al abrir el libro, esperaba algo liviano: cuentos populares con comentarios igualmente sencillos. Pero no. Las interpretaciones son profundas, a veces densas, y se nutren de pensadores como Karl Gustav Jung.

Nunca imaginé que historias con héroes, princesas, castillos, villanos y elementos mágicos pudieran encerrar tanta sustancia.
Los cuentos tienen esa capacidad única de atrapar la atención. Recuerdo a mi madre contándoles historias a mis hijos cuando eran chicos: ellos quedaban absortos, con una concentración que pocas veces se ve.
Estos días, leyendo los cuentos de este libro a mi mujer durante el desayuno, me impresionó su forma de escucharlos: en silencio, atenta, con esa expectación infantil que los cuentos despiertan. Solo por eso, ya son maravillosos.

Son relatos de aventuras donde personajes simples y humanos atraviesan desafíos, riesgos y episodios mágicos, en busca de algo —a veces claro, a veces incierto, incluso insospechado—. Siempre hay suspenso: ¿qué vendrá después?

Lo que más me impresionó fueron las interpretaciones que siguen a cada cuento. Muchas veces —si no todas—, son más extensas que el propio relato.
El protagonista, hombre o mujer, busca (o se encuentra con) una parte significativa de sí mismo: el ánimus que persigue al ánima, o al revés.
La mujer amada, ese ser tan deseado, no es más que una dimensión interior que uno debe integrar para avanzar en el proceso de individuación o desarrollo espiritual.

Nunca imaginé que los cuentos escondieran tal densidad sapiencial.
Vistos así, y considerando su atractivo y poder didáctico, conviene conocer su interpretación: porque, sin saberlo, transmiten valores profundos a nuestros hijos y nietos, valores que los marcarán.

Es un libro que me movió tanto que terminé llamando a una amiga estudiosa de Jung para recomendárselo, además de sugerírselo a varias personas en mis conversaciones.

Un hallazgo que revela que, detrás de la simpleza de un cuento bien contado, puede esconderse toda una escuela de sabiduría.

lunes, noviembre 03, 2025

Fray Marcos: desmontar las ideas de Dios y volver a la experiencia viva

Hay frailes que cocinan en televisión, y frailes que cocinan ideas. Fray Marcos Rodriguez Robles, dominico español, pertenece a los segundos —aunque, como buen dominico, sabe que la mejor teología se hace con fuego lento y pan compartido.  

En varios de sus videos —tres que vi con atención— me encontré con un discurso que corta fino, sin miedo, y que invita, más que a creer, a despertar.  

Hablar de Dios, ¿un sinsentido?

Fray Marcos parte con una provocación: “Hablar de Dios es un sinsentido.”  
Dice que la única charla coherente sobre Dios sería la de un ponente que guarda silencio todo el rato. 
Porque todo intento de definirlo es reducirlo, empobrecerlo, idolatrarlo. 
El problema no es Dios, sino la idea que nos hemos hecho de Él.

Durante 145 mil años —recuerda— fuimos parte de la naturaleza, sin separarnos de ella. 
Solo hace cinco o seis mil años inventamos “la idea de Dios”. 
Y con ella, la gran trampa: las religiones necesitaron ídolos, templos, mediadores, estructuras que sustituyeron la experiencia viva por la creencia.  


De la idea a la experiencia

“La Biblia es un fósil de narraciones de experiencias pasadas”, dice. 
No palabra de Dios, sino memoria de hombres y mujeres que experimentaron lo divino dentro de sí. 
Nosotros —advierte— hemos confundido el fósil con la vida.  

“Dios hizo al hombre a su imagen”, dice el Génesis. 
Pero Fray Marcos se pregunta:  

        ¿No será que nosotros creamos la idea de Dios a nuestra imagen?  

Desmontar los ídolos no es herejía; es higiene mental. 
El llamado es: atrévete a pensar, a cuestionar
La crisis de la Iglesia —sostiene— no viene del mal del mundo, sino de su propio silencio: su mensaje ya no llega ni a los jóvenes ni a los educados.  



La evolución del pensamiento

Hace un repaso de maestros de la sospecha:

  • Galileo, nos enseñó a desconfiar de los sentidos.
  • Descartes, a dudar de todo.  
  • Freud, a descubrir la vastedad del inconsciente, ese 80 % oculto bajo el agua.  

Y en esa hondura —dice— hay que buscar a Dios: dentro
No en las alturas, no en los libros, no en los dogmas. 
Libérate de las ideas de Dios que traes.

Jesús, para él, es el ejemplo supremo de un ser humano que **realizó el potencial divino** que reside en todos. 
No un dios que descendió, sino un hombre que ascendió a su plenitud.



De Jesús al Cristo

Fray Marcos distingue con nitidez:

  • Jesús sirve.  
  • El Cristo divinizado es adorado.  
  • Jesús pone el foco en su mensaje.  
  • El Cristo glorificado, en sí mismo.  

El salto del hombre Jesús al ser divino fue —dice— “un abismo”. 
Y en ese salto, el cristianismo perdió el centro. 
Pasó de la fe de Jesús en Dios, 
a la fe en Jesús como Dios.  

Pablo —ese genio que nunca conoció a Jesús— fue el gran arquitecto del cristianismo posterior. 
Sus cartas, escritas veinte años después de la crucifixión, fueron las primeras piedras. 
Los evangelios vendrían cuarenta o setenta años más tarde. 
La mitología del Cristo glorificado, “lenguaje para lo inexpresable”, sustituyó la vida sencilla de aquel hombre que nunca escribió nada, ni quiso fundar una religión.  


La clave es ser

Fray Marcos insiste:  

        Hay que pasar de un sistema de creencias a una forma de vivir.  

La prioridad no es la doctrina, sino la experiencia interior, aquí y ahora. 
El presente es el único templo. 
Y la llave de todo —dice con una serenidad desarmante— es ser.  

No hablar de Dios, sino vivir desde Él. 
No adorarlo, sino encarnarlo. 
No rezarle, sino respirarlo.  

Tal vez, pienso, Fray Marcos no está derribando a Dios. 
Está quitándole las paredes al templo. 
Y cuando eso ocurre, la brisa entra —y, con ella, algo que podríamos llamar Dios… o simplemente vida.  


Referencias
Video1
Video2
Video3

sábado, octubre 25, 2025

La Caja de Marco Antonio Palma: el arte de resguardar el misterio

Hay regalos que no se abren.
No porque no se pueda, sino porque no se debe.
Hace un tiempo, mi amigo Marco Antonio Palma, artista y poeta del silencio, me regaló una caja: de madera noble, bien construida, dentro de la cual asoman los bordes de unas hojas que parecen acuarelas. Pero no se puede ver qué representan. No hay vidrio, no hay marco, no hay firma visible. Solo una caja cerrada.

Hace unos días me envió un texto donde cuenta cómo nació esa obra.
Y al leerlo, entendí que no me había regalado una pintura, sino una pregunta.


El árbol sin raíces

Todo comenzó —me dice— con un árbol que crece desde el agua del lago Villarrica. Un árbol desarraigado, que surge desde el fondo líquido como si se negara a morir.
Marco Antonio lo fotografió durante días: al amanecer, al atardecer, con sol o con niebla. Luego trató de pintarlo, pero algo no le calzaba. “Pintar un árbol como siempre, aunque saliera del agua, no me hacía sentido”, escribe.

Hasta que dio con una intuición poderosa:
el árbol debía ser un vacío, un espacio en blanco rodeado por el paisaje.
Así hizo más de treinta acuarelas donde el árbol no está, pero su ausencia lo define.
Una metáfora perfecta de nuestro tiempo: buscamos raíces y, sin embargo, flotamos.


La caja como gesto

Con el paso de los años, las acuarelas pidieron una casa.
Marco Antonio pensó en marcos, en paspartús, en vidrios protectores… pero nada lo convencía. Hasta que un día decidió hacer cajas.
Cajas que se pueden abrir o cerrar.
Cajas donde la pintura puede estar visible o guardada.
Y luego, en un gesto aún más radical, decidió cerrarlas herméticamente, sin posibilidad de abrirlas.

Ahí su arte se convirtió en pensamiento.
La caja cerrada es una resistencia a la sobreexposición, un acto de rebeldía frente a esta era en que todo debe mostrarse, en que la intimidad se volvió espectáculo.
Marco Antonio lo dice sin ambages:

“Parece que si no somos vistos, no existimos. Lo increíble es que hay una necesidad de ser vistos en la intimidad. Y lo que se muestra, siempre deja algo escondido.”

Su obra se sitúa justo ahí: en ese límite entre lo visible y lo invisible, entre lo que se revela y lo que se protege. La caja es un templo doméstico, una suerte de arca, donde lo sagrado —lo personal, lo irrepetible— se resguarda del ruido del mundo.



El arte como refugio del alma

Hay algo profundamente espiritual en su reflexión.
Marco Antonio evoca el Templo de Salomón, el sagrario, los cofres antiguos donde las abuelas guardaban prendedores o cartas. En todas esas formas hay una misma pulsión: proteger el misterio.

Y se pregunta:

“¿Hay algo sagrado para nosotros hoy? ¿Necesitamos resguardar algo significativo? ¿Resguardarnos a nosotros mismos?”

No busca respuestas inmediatas. Sabe que el sentido, como dice, “cae cuando tiene que caer”.
Mientras tanto, sus cajas permanecen ahí, cerradas, esperando el momento de ser vistas o comprendidas.


Mi lectura personal

Cuando leo a Marco Antonio y miro la caja que me regaló, siento que me está entregando algo más que una obra: me está confiando un símbolo.
Esa caja es, también, mi propia caja interior.
Es el espacio donde guardo lo que no puedo decir con palabras, lo que quiero proteger del ruido y la velocidad.
Y me hace pensar que cada uno de nosotros debería tener una caja así: un refugio para lo sagrado, para lo que no queremos mostrar pero tampoco perder.

Tal vez el arte de Marco Antonio nos recuerda justamente eso:
que hay belleza en lo oculto, que el misterio no es un defecto, sino una fuente de sentido, y que no todo lo valioso necesita ser visto para existir.


Epílogo

Marco Antonio termina su carta contándome otra obra suya:
un gran tronco de eucalipto que cortó en siete pedazos, en cuyos interiores pintó junto a su esposa e hijos. Luego los volvió a ensamblar, dejando espacios entre las piezas. La llamó El Arca.

Ese gesto resume toda su poética: lo visible es apenas la piel de lo invisible.
Y el arte —como la vida— es ese intento siempre incompleto de resguardar lo que amamos antes de que se lo lleve el tiempo.


Gracias, Marco Antonio, por recordarnos que en un mundo que todo lo muestra, aún hay lugar para el silencio, para la contemplación y para lo sagrado.

sábado, octubre 18, 2025

Libro El Anticristo de Friedrich Nietzsche

Una lectura peligrosa

No te recomiendo leer este libro. Te podría perturbar.
Y quizás ese sea, justamente, su propósito.

Nietzsche no escribe para consolar, sino para incendiar. El Anticristo es una descarga eléctrica contra la moral tradicional, una demolición del cristianismo y de todo lo que —según él— niega la vida.

Su desprecio no es por la humanidad entera, sino por la masa que renuncia a sí misma. Nietzsche sólo aprecia al hombre que se respeta, que se ama y que se atreve a ser libre de verdad: sin Dios, sin dogma, sin deberes impuestos.


Lo bueno, lo malo y lo humano

    “¿Qué es lo bueno?”, pregunta Nietzsche
    “Todo aquello que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo”.

El poder —no como dominación sobre otros, sino como afirmación de la propia fuerza vital— es el eje de su moral.
La felicidad es la sensación de crecer, de expandirse, de sentirse más vivo.
Lo contrario —la compasión, el sacrificio, el deber impersonal— son para él formas de enfermedad.

El cristianismo, dice, envenenó al hombre al glorificar la debilidad, al hacer virtud del sufrimiento. “El sacerdote”, escribe, “es el envenenador profesional de la vida”.
Y el teólogo, aquel que pone la verdad al servicio de la fe, “el mayor enemigo de la realidad”.


Contra la compasión

Nietzsche identifica en la compasión el síntoma más claro de decadencia.
Quien se compadece, detiene el flujo de la vida.
La vida, en su visión, es instinto de crecimiento, de expansión, de dominio.
La compasión lo niega todo: el coraje, el orgullo, la selección natural del espíritu.

Suena brutal, y lo es. Pero hay algo más profundo detrás: una invitación a mirar sin máscaras, a no idealizar la debilidad ni endiosar el sufrimiento.


La gran inversión de valores

Para Nietzsche, la Iglesia trastocó el orden vital: convirtió el “no” a la vida en virtud.
El “mundo verdadero” —ese más allá de promesas eternas— es, dice, el error más dañino que ha existido.
“Cuando el centro de gravedad de la vida se coloca en el más allá, se roba a la vida su sentido”, escribe con furia.

Y aunque su tono es despiadado, su objetivo no es el odio: es la transvaloración de todos los valores.
El nacimiento de una nueva ética, una que diga “sí” a la vida tal como es: bella, cruel, efímera.


Jesús y los cristianos

Una de sus frases más cortantes:

        “No hubo más que un cristiano, el que murió en la cruz”.

El evangelio murió con Jesús, afirma. Lo que vino después fue la traición: la institucionalización del resentimiento.
San Pablo, para Nietzsche, transformó una experiencia viva en una doctrina de culpa, pecado y castigo.

El cristianismo, dice, prometió todo y no cumplió nada.
El budismo, en cambio, no promete: cumple.


Ciencia, mujer y poder

Nietzsche no ahorra golpes a nadie: ni a Kant, ni a las mujeres, ni a los alemanes.
Hay frases que hoy suenan intolerables, misóginas, incluso delirantes.
Pero detrás de ellas vibra una batalla mayor: la del pensamiento libre contra toda forma de domesticación del espíritu.

El enemigo de la vida, repite, es quien impone una sola verdad, una sola moral, una sola fe.


Una advertencia final

Leer El Anticristo es asomarse al abismo.
No es un libro para estar de acuerdo, sino para despertar.
Perturba porque nos obliga a mirar de frente la pregunta que él lanza, como un dardo encendido:

        “¿Tienes la fuerza para ser tú mismo sin necesidad de Dios?”


Epílogo personal

A mí me deja un eco incómodo pero lúcido.
No comparto su desprecio ni su crueldad, pero agradezco su coraje para pensar hasta el extremo.
Nietzsche desarma todo lo que damos por sagrado, no para destruirlo todo, sino para que algo nuevo pueda nacer.

Quizás su mensaje final no sea el odio a la religión, sino el amor feroz por la vida desnuda.

martes, octubre 14, 2025

De “hacer” a “ser”: el desafío humano frente a la Inteligencia Artificial

Nos encontramos en una bifurcación en el camino.
No una de esas metáforas cómodas de manual de liderazgo, sino una verdadera encrucijada histórica. La Inteligencia Artificial está reconfigurando el mundo del trabajo con una velocidad y profundidad que apenas empezamos a comprender.

Los más de 11.000 despidos en Accenture no son solo una cifra; son el eco de una transformación estructural. La empresa lo ha dicho sin ambigüedades: estos ahorros se reinvertirán “en nuestra gente y nuestro negocio”, es decir, en quienes se están adaptando a la nueva era.
La productividad ya no será proporcional al número de empleados. Menos personas generarán más resultados —una característica fundamental del tiempo que se abre—.

Y en este escenario, la pregunta deja de ser cómo conservar lo que tenemos.
La pregunta real, la que define quién prosperará, es otra:

“¿Qué se vuelve posible ahora que la IA puede encargarse del 90% de lo que solía hacer?”


De la mentalidad defensiva a la mentalidad visionaria

Frente a esta revolución, hay dos caminos interiores posibles.

  • Mentalidad defensiva: intentar proteger el trabajo actual, actualizar competencias, adaptarse con miedo a quedar fuera.
  • Mentalidad visionaria: reimaginar el propio valor, explorar los espacios que la tecnología abre, y adelantarse a ella.

Los pioneros no serán los más técnicos, sino los que aprendan a ver la IA no como una amenaza, sino como una herramienta de expansión.
Una herramienta para crear nuevas industrias, nuevas preguntas, nuevos significados
.


IA como expansión: el florecimiento que viene

A largo plazo, la visión optimista es clara: la automatización puede liberar a la humanidad de las tareas mecánicas y repetitivas, abriendo paso a una nueva era de florecimiento humano.

Durante dos siglos, la sociedad nos entrenó para ser máquinas eficientes: medirnos por la productividad, el rendimiento, la utilidad.
Pero la IA —paradojalmente— puede ser el inicio de la inversión del paradigma: pasar de ser human doings a human beings.

El trabajo no desaparecerá, pero su propósito se transformará profundamente.
Dejará de ser un medio de supervivencia para convertirse en un vehículo para:

  • crear significado,
  • expresar la creatividad,
  • resolver problemas apasionantes,
  • y construir comunidad.


Desarrollar las capacidades que las máquinas no pueden imitar

El nuevo valor ya no estará en la repetición ni en la eficiencia, sino en lo que sólo el ser humano puede hacer:

  • la sabiduría para discernir,
  • el juicio ético,
  • la creatividad genuina,
  • la inteligencia emocional,
  • la conexión humana.

El activo más valioso del futuro no será el capital financiero, ni siquiera el conocimiento técnico, sino la inteligencia auténtica: emocional, espiritual y creativa.


El futuro como creación compartida

El período de transición será disruptivo y brutal para muchos.
La ventana de oportunidad para una adaptación superficial se está cerrando rápidamente.
Solo prosperarán quienes se atrevan a concebir un nuevo valor gracias a la existencia de la IA, no a pesar de ella.

No se trata de resistir la ola, sino de aprender a surfearla con conciencia.
La IA no viene a quitarnos humanidad; viene a ponernos a prueba: a ver si somos capaces de usar esta herramienta no solo para producir más, sino para ser más.


En síntesis

Estamos ante una nueva frontera.
Y cada uno de nosotros debe decidir si corre hacia el futuro o se aferra al pasado.

El desafío no es proteger una descripción de puesto, sino reimaginar lo que somos capaces de crear.
El cambio será vertiginoso, pero también fértil para quienes se atrevan a mirarlo de frente.

Porque en esta bifurcación del camino, el verdadero progreso no será tecnológico, sino humano.


Fuente: Julia McCoy

domingo, octubre 12, 2025

Libro Dignos de ser humanos de Rutger Bregman

Vivimos bombardeados por noticias que, como dice Rutger Bregman, son para el espíritu lo que el azúcar es para el cuerpo: adictivas y dañinas. Décadas de estudios muestran que una dieta informativa centrada en lo negativo deteriora la salud mental. Paradójicamente, estamos en la época más próspera, segura y saludable de la historia… pero miramos el mundo como si ardiera. ¿Por qué? Porque somos más sensibles a lo negativo, y porque Facebook, X e Instagram, han perfeccionado el arte de retener nuestra atención amplificando el miedo.

Rutger Bregman
Este libro de Rutger Bregman propone una corrección de rumbo: cambiar la imagen que tenemos del ser humano. No la versión cínica (“somos lobos para el hombre”), ni la ingenua (“todo el mundo es bueno todo el tiempo”), sino una mirada realista y esperanzadora: la bondad es más frecuente de lo que creemos, es contagiosa y, cuando diseñamos instituciones que confían, florecen.

1) Un animal amistoso (Homo cachorrito)

Dmitri Beliáyev intuyó que la domesticación favorece rasgos prosociales. Bregman sintoniza: somos primates domesticados, el “Homo cachorrito”, seleccionados por la cooperación. Sobrevivimos no por ser los más fuertes sino los más amables y conectados: nos ruborizamos (nos importa lo que el otro piense), expresamos emociones con la mirada, nos cuesta esconderlas. La inteligencia social —dice el autor— no solo nos vuelve mejores compañeros: también nos hace más inteligentes.

“El Homo sapiens era más simple, pero estaba mejor conectado.”

2) Mitos que dañan: Zimbardo, Milgram y “El señor de las moscas”

Rutger Bregman desarma algunos relatos tóxicos que moldean nuestra educación cívica:

  • Experimento de Stanford (Zimbardo): dirección teatral, manipulaciones, guion. No prueba que “cualquiera” se vuelva monstruo en una cárcel.
  • Milgram: montaje persuasivo, fuerte presión de autoridad. No es “naturaleza malvada”, es situación y diseño.
  • El señor de las moscas: en la vida real, cuando unos chicos naufragaron, colaboraron. El libro de Golding es ficción; nuestra naturaleza tiene más cooperación de la que admitimos.

Cuando repetimos historias cínicas, producimos efectos nocebo: si tratas a la gente como escoria, se comportará como tal; si la tratas como responsable, responderá.

3) Isla de Pascua: de fábula sombría a historia de resiliencia

Rutger Bregman revisa el caso Rapa Nui: de la narrativa del colapso eco-suicida y caníbal a una historia mucho más compleja, donde influyeron ratas (que frenaron el bosque), incursiones esclavistas, epidemias y violencia traída de fuera. No hubo el canibalismo “ejemplarizante” que se usó como moraleja moralista. Lo que sí hubo fue ingenio y adaptación. La lección: cuidado con las historias que simplifican para culpar; suelen servir agendas ajenas.

4) Poder, guerra y camaradería

Las guerras —recuerda Rutger Bregman— no estallan por la “maldad innata” del soldado raso, sino por intereses de élites. En el frente, lo que sostiene a los combatientes no es odio metafísico sino camaradería. Navidad de 1914: treguas espontáneas, villancicos, intercambio de regalos y partidos de fútbol. Si dependiera de los soldados, la guerra habría terminado allí. La “banalidad del mal” (Arendt) no nos condena: nos advierte sobre distancia, obediencia ciega y diseño de instituciones.

5) Los bebés, la moral y el contacto

Estudios con bebés muestran preferencias tempranas por lo cooperativo; con un año y medio ya ayudan. El poder, en cambio, desconecta: nos hace menos empáticos. La medicina práctica de Bregman es el contacto: reduce prejuicios, aumenta confianza y solidaridad. Mandela lo demostró: la resistencia no violenta convoca a más gente y gana más que la violenta.

“El mal es más fuerte, pero el bien es mucho más frecuente.”

6) Instituciones que confían: del trabajo a la escuela y la seguridad

  • Trabajo: Los “palos y zanahorias” de Taylor matan la motivación. Bregman cita a Jos de Blok (Buurtzorg): equipos autónomos de enfermería, sin gerentes, más libertad, mejor salario, un solo servicio (cuidar) y resultados superiores. También FAVI (Zobrist): minifábricas de 25–30 personas, contratación por el equipo, rendición de cuentas al cliente. Si ves a tus empleados como profesionales responsables, se comportan así.
  • Escuela: La creatividad no se enseña; se deja florecer. Ejemplos como Ágora priorizan curiosidad, juego, proyectos, mentores, objetivos propios. Menos jaulas, más caminos singulares.
  • Justicia y policía: La “ventanas rotas” presume gente mala y produce abuso. La policía comunitaria parte de que la mayoría es decente; conocer nombres y abuelas baja la violencia. Holanda frente al terrorismo: más democracia, más humanismo.
  • Bienes comunes y economía: Elinor Ostrom mostró que los comunes pueden gestionarse; el Alaska Permanent Fund es una forma de ingreso ciudadano. Diseñar desde la confianza cambia comportamientos.

7) Noticias, redes y la dieta de la atención

Las redes explotan nuestro sesgo de negatividad. Resultado: una lente que deforma la realidad. Recomendación de Bregman: cuidar la dieta informativa (menos “azúcar”), buscar historias de cooperación, practicar compasión (menos drenaje que la empatía), y hablar a la lengua materna del otro: la del respeto.

8) Qué hacer mañana por la mañana

  1. Edita tu entorno: reduce noticias y doomscrolling. Elige medios que aporten contexto y soluciones.
  2. Diseña confianza: en tu equipo, prueba micro-autonomías (decisiones locales, métricas compartidas, rotación de liderazgo).
  3. Practica contacto: cruza burbujas, agenda conversaciones con “el otro”.
  4. Cambia la historia que cuentas: reconoce la bondad cotidiana en voz alta (la bondad es contagiosa).
  5. Educa para el juego y el propósito: más proyectos propios, menos tarea por tarea.
  6. Presupón buenas intenciones: sí, te engañarán alguna vez; es un precio pequeño por una vida vivida desde la confianza.

“No te avergüences por tu generosidad. Haz el bien a plena luz del día.”

Cierre

Dignos de ser humanos no es un canto naïf; es una invitación práctica a rediseñar sistemas desde una antropología esperanzadora. Si creemos que la gente puede responder a la confianza, y actuamos en consecuencia, empezamos a vivir en un mundo donde eso se vuelve verdad.

lunes, octubre 06, 2025

¿Por qué viajamos?

“No conozco París, me encantaría ver la Torre Eiffel.”
Es una frase que uno podría escuchar en cualquier sobremesa.

¿Viajamos para ver cosas que no hemos visto?
¿Para tachar países en un mapa, o para coleccionar fotos frente a monumentos?

He escuchado a muchos decir: “Fuimos de nuevo a Europa, nos habían quedado unos países sin conocer.”
Y luego cuentan el viaje enumerando lugares, comidas, museos, con una secuencia de adjetivos como “maravilloso, increíble, sensacional”.

Y sin embargo, confieso algo: viajar no me tira mayormente.
Aunque sí he viajado, y cuando lo hago, lo paso bien. A veces, incluso, muy bien.

Pero creo que la interpretación habitual de por qué nos gusta viajar es incompleta.
No viajamos tanto por lo que vemos, sino por lo que sentimos.
Por lo que nos pasa por dentro.

El viaje interior

Cuando viajamos, algo en nosotros se ensancha.
Nos corremos de la rutina, cambiamos de ritmo, y de pronto —como si fuera magia— los problemas cotidianos se quedan en casa, y respiramos distinto.

El viaje nos amplía la mente, sí.
Pero sobre todo, nos cambia la perspectiva desde la cual miramos nuestra propia vida.
A veces viajamos solo para poder pensar desde otro lugar.

También viajamos para compartir con quien amamos.
Para tener conversaciones largas, sin apuros.
Para caminar sin rumbo, para reírnos sin culpa, para reencontrarnos con esa versión de nosotros que a diario se esconde bajo las listas de pendientes.

El foco en lo interior

Curiosamente, mientras viajamos, ponemos nuestra atención en lo de afuera: las postales, los paisajes, los restaurantes, los museos.
Y, sin darnos cuenta, lo más importante está ocurriendo adentro.

Esa vibración sutil de estar vivos, de descubrir, de mirar con ojos nuevos.
Ese asombro que no depende del lugar, sino del estado interno con que miramos.

Aprender también es viajar

Pienso que lo mismo ocurre cuando aprendemos.
Estudiamos algo, y creemos que estamos conociendo una materia nueva.
Pero lo más profundo que aprendemos es sobre nosotros mismos:
qué nos gusta, qué nos mueve, qué nos deja indiferentes.

Cada aprendizaje, como cada viaje, nos revela algo de quiénes somos.

Por eso, tal vez lo que más nos falta hoy no son viajes, ni títulos, ni destinos nuevos.
Nos falta poner el centro en la persona: en lo que sentimos, pensamos y experimentamos cuando vivimos, aprendemos o amamos.

Porque viajar, al final, no es cambiar de lugar.
Es cambiar de mirada.