William Egginton es un crítico literario y filósofo norteamericano contemporáneo. Este libro publicado en marzo de este año es, desde mi perspectiva, un acierto literario y científico.
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William Egginton |
Al final de cuentas, con la irrupción de la mecánica cuántica, descubierta por Heisenberg el año 1925, quedó instalado que una cosa es la realidad y otra la idea que nos hacemos de ella.
Einstein había desbaratado años antes (1905), que el espacio y el tiempo fueran variables absolutos e independientes. Para un sujeto sentado arriba de un fotón el tiempo está detenido, al ir éste a la velocidad de la luz. El tiempo transcurre distinto según el sistema de referencia en que uno se encuentre.
Cómo conocemos la realidad es un tema que viene de los griegos, de ahí la presencia de Zenon, Parménides y Socrates, que todo lo cuestiona a base de preguntas.
Con descartes, aparece la duda y la razón. Es Kant el que da el contundente golpe con la Crítica de la razón pura, su gran obra, que lo más genial, cuando salió, nadie la entendió.
Desde la mirada de hoy lo más impactante es el aporte de Heisenberg, en esa isla ventosa, donde ningún polen irritaba sus alergias, en que ayudado por las matemáticas dio con su solución a cómo se nos da la aproximación a lo que es la realidad a los niveles más pequeños de átomos y electrones.
La cosa es que la posibilidad de saber la verdad de cómo es la cosa a nivel subatómico, se nos desbarata, es imposible. Y eso, demostrado científicamente.
Aún más, cuanto seamos capaces de acceder a la realidad estará determinada por la relación entre el observador y la cosa observada; la relación es determinante.
Borges es un caso aparte. Su presencia en el libro tiene que ver con la imaginación que despliega en sus obras. Si, quedé con ganas de leer a Jorge Luis Borges.
Tuvo un traspié amoroso en su juventud, que lo devastó. Estaba en la gloria, enamorado y en una fiesta a la que llegaron juntos, ella se fue con otro; y eso sería. Incluso pensó en suicidarse.
De ahí para adelante su imaginación explotó.
En la Edad Media cuando las personas miraban el cielo estrellado, sentían que miraban para adentro del mundo, como si viviéramos en una mega esfera por su interior. Cambió el paradigma y ahora al mirar el cielo estrellado sentimos que miramos para afuera, a un espacio infinito
Borges se imagina una biblioteca como un espacio infinito de libros y piezas llenas de libros, en que donde quiera que estabas parado, estabas en el centro del universo. Dante creó un infierno parecido.
Ahora, espacio y tiempo son una dupla inseparable. El universo partió “con el tiempo”. El observador que somos es parte del experimento de observación.
La realidad no solo se nos fue de las manos, sino que el libre albedrío quedó medio en jaque y por lo tanto la responsabilidad de nuestros actos, al menos quedó en veremos.
El mundo no puede estar más inestable. Lo cual me parece coherente con la realidad, al menos la que yo observo.
Un libro fascinante, como dice el físico Carlo Rovelli