Claro, estaba nevado desde bastante abajo. El día despejado y el espectáculo fue glorioso. Vimos algunos cóndores a corta distancia, cosa frecuente con estas nevazones en que bajan a cazar más abajo.
Con mis anteojos de largavista devisaba las canchas de esquí del Colorado y La Parva, pero no alcanzaba a ver a los esquiadores que debían haber abundado. Hoy, mientras escribo, recibo a mi hijo Diego que viene llegando de una arrancada a esquiar en este lunes prácticamente despejado.
El cerro es un lugar especial. Los grupos en esa marcha forzada que igual es el ascenso, conversan y conversan, los temas mas diversos, y en ocasiones se entra en territorios de esos que abajo en la ciudad no se hace, quizás por falta de tiempo. Los vínculos de los grupos son profundos, lo que se puede adivinar en las fotos que acompaño.
En esta ocasión, en el plano del Alto, nos topamos con un estudiante de educación física, que nos sometió a varios que nos allegamos a un tratamiento de elongaciones que en el reposo y distensión del lugar nos dejaron como nuevos al empezar en descenso.
Caminé por la nieve honda y cruda, que superaba en la zona del Alto la cuarta de altura. Disfruté con la blancura intacta de esa nieve. Desde el asiento de mi escritorio, con el sol ya ido, en la tibieza de una salamandra, recuerdo la luminosidad del paseo del domingo.