Todo comienza en una visita a la ciudad de Bielsko-Biala, al sur de Polonia, cuando Ricardo finalmente encuentra la tumba de su abuelo paterno Jakob Glucksmann. Había muerto el año 1927 a sus 46 años. Lo había enterrado su esposa Olga Silberstein.
Ricardo Glucksmann |
Mientras vivió y él era chico, nunca atendió a las preguntas que su hijo Ricardo le hacía de la guerra y de sus antepasados. “No, no quiero hablar de esas cosas, decía”.
Sólo había conservado una foto de su madre Olga y de su hermano Fritz.
Cuando los alemanes invaden Polonia, el 1 de septiembre de 1939, al mismo tiempo que los rusos la invaden por el otro flanco, los judios serán buscados para exterminarlos, sin ninguna compasión. Algunos serán capturados rápidamente y llevados a los campos de exterminio. Otros corren a perderse.
Descubrirá después Ricardo que tanto su abuela como su tío mueren prontamente en manos de los nazis.
Este afán investigador de Ricardo, tuvo el apoyo de un investigador de Cracovia, al que contrató para estos menesteres y de su yerno Boris Candia, que diestro en las redes sociales, también tuvo algunos logros significativos.
Mucha gente apareció, del lado de padre y madre. Su madre Margaret Meissner, es también un personaje central de este libro. De hecho tiene todo un capítulo donde cuenta su propia historia, bastante increíble, contada por ella misma, alentada para hacerlo por una nieta, hija de Ricardo.
Obviamente, pedirle a tu madre que cuente su historia, aparecerán hechos y situaciones que jamás te hubieras enterado, sino es por este ejercicio.
A mi me pasó lo mismo cuando interrogué a mi madre de su historia y salieron cosas de las qué nunca había hablado.
Ernesto Gluckmann y su mujer Margaret Meissner en el barco a Chile |
Ernst (18) y su hermano Fritz (30) arrancan y son capturados prisioneros por el ejército ruso, que los manda hacia el sur a trabajos forzados.
Alemania traiciona a Rusia y la invade. Ernst pierde a su tío en alguna escaramuza y este después de vivir en sus condiciones de apátrida las escenas de guerra, siendo en una primera etapa, todo victorias de los ejércitos alemanes, que donde llegaban lo primero que hacían era pesquisar a todos los judíos del pueblo y simplemente exterminarlos, de la manera que fuera.
Hay que ponerse en los zapatos de este Ernst para entender la movida que hizo, que consistió en correr hacia donde estaban los alemanes y con los brazos en alto, declararse alemán, prisionero de los rusos, recién escapado.
Y zafa; le creen. Le ponen el uniforme alemán, de cabo raso y lo mandan, suerte la suya, a la sección de abastecimientos. Y pasará varios años de guerra, incluso con un par de ascensos.
Sobrevivir, se llama el verbo. Por suerte no tuvo que matar judíos, porque en ese caso, probablemente no lo habría tolerado y de alguna forma habría muerto.
Pero tuvo suerte, como dice su hijo. Hijo que si no es porque su padre logra sobrevivir, tampoco habría existido.
Suerte la tuya Ricardo también.
Hay un capítulo completo al final, sobre las escaramuzas de la Tercera División Panzer alemana, donde le tocó actuar a su padre Ernst. Esto fue desde el 1942 hasta el 1045. Varios años; mucho tiempo.
Son 700 personas que desembarcan en Valparaíso; viajan en tren a Santiago y en camiones del ejército son llevados a su primer alojamiento, el Estadio Nacional.
Llega un grupo de acción solidaria judía y los saludan y dan algunos no pocos pesos.
Salen a pasear desde el Estadio Nacional. Hacen amistad con comerciantes que hablan alemán y se van moviendo por datos, recomendaciones y pistas.
Hasta que consigue una pega con sueldo mínimo y empiezan a parar la olla, viviendo en una mínima pieza cerca de Irarrázaval.
Prosperan, aumentan los ingresos y nacen Ricardo y su hermano Roberto.
Ricardo estudiará Ingeniería Civil Industrial en la universidad Católica y Roberto, medicina.
Ambos se casan y le aportan a sus padres seis nietos.
Su madre murió el año pasado y la familia hoy vive en la prosperidad, bien instalados en esta patria que es Chile.
Un libro en que uno se va encariñando con los personajes, sorprendiéndose de los avatares que les tocó vivir al padre y sí, la suerte de haber sobrevivido a esa guerra, como son todas las guerras, monstruosas.
Gracias Ricardo, por haber escrito esta historia de tus padres y antepasados, que me dejaron muy impresionado.