lunes, mayo 18, 2020

La experiencia del otro

En un grupo en que participo, siete amigos compañeros de curso del colegio, a nuestros 68 años, alguien propone que escribamos una experiencia de lo humano; así lo dice. Y que cada uno escriba lo que le surja, da lo mismo.

Violeta
Y yo conecto con esa actividad, que empezó en un curso de Otto Scharmer del MIT, en el capítulo que él llama de Ego a Eco, en que nos pide que busquemos personas de nuestra periferia, vayamos a su encuentro y les propongamos una conversación, con el objeto de conocerlo.
Bueno, la mayoría aceptó sin problemas.

Partí con la Violeta, que vendía accesorios para celulares, en la esquina de Vespucio con Colón. Me había llamado la atención, pues me parecía había sido bella y la veía tan ágil, concentrada, seria incluso.
Y descubrí un ser humano maravilloso, orgullosa de si misma, pues se veía como una empresaria, que ganaba mucho más que lo que yo hubiera imaginado y mantenía a su hija, de unos 12 años y a su mamá.
Me autorizó a publicar esa bella historia en mi blog.

Seguí con Pedro, el de la silla de ruedas, sin piernas, que pedía plata en la esquina de Latadía con Vespucio. También me autorizó a publicar.
De ahí pasé a entrevistar a la administradora del Líder de esa misma esquina de Pedro. Me costó entrevistarla. Tuvo que pedir permiso a EEUU. La autorizaron. Al final no me autorizó a publicar por el asedio permanente, de día y de noche, de los ladrones.
Rematé con el Tata, que es el viejo, de tercera edad, que trabaja en la panadería de ese mismo Líder. Un verdadero personaje, que sigue trabajando ahí, haciendo la mejor marraqueta del barrio, porque ahí lo pasa mucho mejor que en cualquier otra parte.

Más adelante, vacacionando en Pirihueico, no hallé nada mejor que hacer dos entrevistas. Una a Mónica, una mapuche que vendía empanadas de queso caliente, en una feria de Puerto Fuy.
Y a la señora Nori, viejita, de tercera o cuarta edad, que llevaba una hortaliza en su casa en Neltume, donde íbamos a comprarle lechugas y otras cosas.

Descubrir a cada uno de esos otros en estas entrevistas, fue una experiencia de lo humano, pues siempre viví la sorpresa, la alegría, de descubrir seres humanos maravillosos, ahí donde nunca se me había ocurrido mirar.

Seguí después con Eduardo Manuel Rojas, al que conocí en el recinto de espera del restaurante Eladio, un domingo.

Y no me vas a creer; la última persona a la que entrevisté, fue a mi madre. Tiene 91 años y está en un hogar. Fueron cinco almuerzos a los que fui con papel y lápiz. Fue un descubrimiento fantástico. Te lo recomiendo. Esta si que no te la puedo mostrar; es muy personal.

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